Cuando comenzó la penosa retirada de la Grande Armée de Moscú, los Cosacos del Don aguardaban en los caminos para hostigar despiadadamente a las interminables columnas de soldados franceses, sin que importara el barro, el hielo, la nieve o las temperaturas gelidas.
En la campaña rusa de 1812, Napoleón sufrió probablemente su mayor revés. La larga marcha hacia Moscú no solo se encontró con una encarnizada resistencia, sino que a pesar de los elaborados preparativos, los problemas de aprovisionamiento se fueron agudizando paulatinamente. Los convoyes de suminsitros trataban de avanzar por los caminos convertidos en lodazales bajo el ataque constante, y llegaban a sus destinos semanas e incluso meses más tarde de las fechas programadas, si es que alguna vez llegaban.