La de Guadalajara es la historia de un fiasco, qué duda cabe, y en consecuencia el final de un mito y el origen de otro, y además también podría ser la historia de una traición, o de un antagonismo sucio entre dos supuestos aliados. Tras el alzamiento de 1936 el Duce Benito Mussolini decidió enviar un Cuerpo de Ejército a España con el fin de dar un empujón definitivo a los sublevados en su búsqueda de la victoria en la Guerra Civil recién iniciada.
Sin embargo ese no era el acuerdo que había suscrito con el general Franco, quien había aceptado la llegada de tropas italianas para integrarlas en unidades de combate junto con las españolas pero no las cuatro divisiones, totalmente equipadas, lujosamente equipadas incluso dadas las circunstancias del Ejército español de la época, que fueron desembarcando en Cádiz a lo largo de los últimos meses de 1936 y los primeros de 1937.
¿Qué hacer con este aluvión de soldados, camiones, carros de combate, cañones y aviones que se habían presentado tan de improvisto y que tantas ganas tenían de ganar la guerra ellos solos para dar una lección a sus aliados? Hubo muchas reuniones en torno a esta cuestión. Los italianos pretendían nada menos que ir a atacar (y conquistar) Valencia, sede del gobierno republicano, para poner fin a la guerra rápidamente por medio de la aplicación de las nuevas teorías militares que habían ido surgiendo en el país después de la Primera Guerra Mundial, la llamada guerra celere. Sin embargo, para empezar tuvieron que conformarse con Málaga.