La BEF como semillero de nuevos mandos, el III Cuerpo de Ejército y la Saar Force

Para terminar la serie sobre los mandos que dirigieron la BEF en Francia y el destino que sufrieron unos y otros, en el que si bien algunos fueron llamados a ocupar los más elevados puestos de mando, otros se verían relegados a puestos administrativos u olvidados, vamos a centrarnos en el III Cuerpo de Ejército, tal vez el menos glamouroso de todos, y en la fuerza que se desplegó en la línea Maginot junto con las tropas francesas.

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La BEF en el invierno previo a las operaciones

El cuerpo dirigido por el general Adam tuvo, en el organigrama fundamental de la fuerza expedicionaria, dos divisiones territoriales, la 42.ª East Lancashire y la 44.ª Home Counties, comandadas por los generales William Holmes y Edmund Osborne. El primero fue ascendido a teniente general nada más volver a casa, y su desempeño no debió ser considerado demasiado malo pues conservó el mando sobre tropas, más concretamente se le entregó el X Cuerpo de Ejército ese mismo mes de junio, con el que fue exiliado al sector de Palestina.

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Una guerra cruel, Wormhout 1940 (I)

Vaya por delante que las guerras son un asunto cruel. En ellas, los mejores soldados no son gente poco inclinada a la violencia, como recuerdo haber leído en una ocasión, y en otro idioma, “uno no se lleva a la guerra a los niños del coro parroquial”. Llegados a este punto, y entrando en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que si bien tenemos la idea de que esta se fue radicalizando, incluso campañas “limpias” como la de 1940 dejaron su estela de barbarie, tal y como relata el testimonio que publicaremos esta semana.

Soldados de la BEF, en un ejercicio

“El domingo 26 de mayo –relata el artillero Brian Fahey, de la 208.ª Batería del 52.º Regimiento contracarro de la Artillería Real– dejamos nuestro camión, con su conductor, en una granja y fuimos a establecer la posición de nuestra pieza en la esquina de una pradera. Estábamos en Wormhout y nuestro trabajo era cubrir la linde de unos bosques hasta que otra pieza viniera a relevarnos. Obviamente, no había peligro alguno de que llegara algún carro de combate cruzando el bosque. Aquel domingo todo estuvo muy tranquilo. El día siguiente también fue un día pacífico, por lo que pudimos acercarnos a la granja, por turnos, y preparar nuestra comida, así como dormir un poco, cosa que casi no habíamos podido hacer en las dos semanas anteriores. Pudimos dormir toda la noche, y al amanecer volvimos con nuestro cañón, alertas, hasta que llegó un infante, atravesando el seto que nos ocultaba, y nos advirtió: ‘¡Vienen por la carretera!’

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