En las entradas anteriores asistimos a los primeros ataques aéreos, casi simultáneos, contra las flotas de ambos contendientes. Entre las 9.10 y las 9.25 de aquella mañana el portaaviones estadounidense USS Hornet había recibido varios impactos gravísimos. Más o menos a esta última hora, también el Shokaku recibió el impacto de al menos una bomba, que le produjo daños, pero por aquel entonces era sumamente improbable hundir un gran buque solo con este tipo de arma, y mientras que el portaaviones norteamericano había quedado muerto sobre el mar, el nipón había podido iniciar el camino de vuelta hacia la base de Truk a una velocidad de 23 nudos. La diferencia, fundamental, era que a los japoneses aún les quedaban aviones de ataque en el aire.
A las 9.49 horas de aquel día fatídico el vicealmirante Halsey envió un mensaje a Noumea: “Hornet herido”. Poco después, el contralmirante Murray, al mando del buque solicitó que este, en llamas y escorado sobre el mar, fuera remolcado. La buena noticia, por otro lado, era que gracias al apoyo de los destructores Morris, Russell y Mustin, cuyas mangueras estaban rociando el portaaviones de agua, los fuegos estaban bajo control.
Las cosas estaban a punto de empeorar.