A primera hora de la mañana del 19 de agosto los Dakota empezaron a concentrarse cerca de Fort Ridgely, Minnesota. La posición, que no era más que un grupo de edificios sin empalizada que los protegiera, comandada por un inexperto teniente, Thomas Gere, de diecinueve años y con una guarnición reducida, en ese momento, a unos veintidós hombres aptos para el combate, tenía, no obstante, una ventaja. Artillería. Cuando las tropas regulares que guarnecían el lugar marcharon al este el año anterior, se dejaron las piezas que tenían asignadas: dos obuses de montaña de doce libras, un obús de veinticuatro libras y un cañón de seis libras. Con ellas se quedó un sargento llamado John Jones, del departamento de artillería, que, dadas las circunstancias, adiestró a algunos de los hombres para manejar las piezas más ligeras. Mientras estas eran situadas en tres de las cuatro esquinas del conjunto, el obús de veinticuatro, demasiado pesado, quedó relegado en su rincón.
A caballo, a pie o en carretas, animados por su victoria en el ferry de Redwood, los indios empezaron a posicionarse al oeste del puesto. Con ellos venía Pequeño Cuervo, y también otros jefes importantes. Como era tradición, en aquel momento y a plena vista de los defensores del fuerte, los indios organizaron un consejo. El objeto era decidir si, como proponían los más ancianos, había que asaltar el fuerte de inmediato por su importancia estratégica; o si, como proponían los jóvenes guerreros, era mejor concentrarse en eliminar a los colonos y dejar el puesto para más adelante.
Aquel día triunfó el criterio de los jóvenes, y Fort Ridgely se libró del ataque. A continuación, los jefes volvieron al poblado de Pequeño Cuervo con sus seguidores, y los guerreros más enardecidos partieron hacia New Ulm para acabar con los colonos que seguían en la ciudad. Los primeros en llegar fueron un centenar de guerreros montados, que se apostaron en una cresta elevada cercana y, a las 15.00 horas, desmontaron e iniciaron el ataque. En el interior del pueblo, las mujeres y los niños se encerraron en el interior de los edificios mientras la milicia de Jacob Nix devolvía el fuego de los atacantes desde detrás de sus barricadas improvisadas.
Los indios, desplegados en uno de los laterales del pueblo, organizaron una sólida base desde la que disparaban flechas e intercambiaban tiros de armas de fuego con los defensores, mientras pequeños grupos asaltaban la barricada violentamente, a fin de hacerlos flaquear, o se dedicaban a incendiar edificios desprotegidos. La llegada de siete voluntarios de un condado cercano, aunque escasa en lo que a efectivos se refiere, resultó crucial para la moral de los colonos, que pronto empezaron a avanzar, de un edificio a otro, para expulsar a los indios de su base de fuego. Es difícil saber quiénes hubieran obtenido la victoria, y no cabe duda que los indios también debían de estar recibiendo refuerzos, pero una espectacular tormenta zanjó el asunto. Entre truenos y relámpagos, los indios se retiraron mientras los colonos recibían nuevos refuerzos. Una partida de dieciséis jinetes desde St. Peter y, tras anochecer, ciento veinticinco voluntarios procedentes de la región de Traverse des Sioux. Durante los combates de aquellas jornadas los habitantes de New Ulm deploraron la muerte de diecisiete conciudadanos (once de ellos en la emboscada inicial, que contamos al principio de esta serie de entradas). Los indios se llevaron a sus muertos, por lo que se desconoce cuántas bajas sufrieron. En todo caso, en esta ocasión habían sido contenidos.
Cuando era niño me encantaban las películas del far west, incluso las más malas. Con los años y leyendo se me cayeron los mitos de esas películas. Hasta tal punto que pensaba que los indios de las llanuras nunca habían atacado poblaciones o fuertes. Y ahora con 50 años cumplidos voy y me entero que los wenster tenían razón…………..