Tras el fracaso del ataque indio a New Ulm, los jóvenes guerreros Dakota volvieron a la reserva para buscar de nuevo el consejo de sus mayores, el mismo que habían desdeñado anteriormente. No cabe duda que en la reunión que se celebró esa noche los impulsivos atacantes del pueblo tuvieron que agachar las orejas. Había llegado el momento de Pequeño Cuervo y de los jefes que, en su momento, habían abogado a favor de atacar Fort Ridgely. El problema era que, con la llegada de diversos grupos de refuerzos, en ese momento la guarnición –de solo veintidós efectivos el día anterior– ascendía ya a unos trescientos hombres aptos para el combate, que estaban fortificando sus posiciones a toda prisa.
A la mañana siguiente, los jefes rebeldes se desplazaron hacia Fort Ridgely con unos cuatrocientos guerreros, una ventaja mínima, contra una posición defendida. Iba a ser necesario un buen plan de ataque y Pequeño Cuervo lo tenía. A primera hora de la mañana dividió a su partida en cuatro grupos, que se desplazaron hacia el fuerte ocultándose por barrancos boscosos, con la intención de rodearlo y lanzarse contra él desde todas partes a la vez. Llevaban un rato en movimiento cuando Pequeño Cuervo se hizo visible al oeste del fuerte, cabalgando arriba y abajo visiblemente, como si quisiera parlamentar. No cabe duda que los defensores, o al menos sus jefes, se fijaron en aquella solitaria figura que los amenazaba con todo tipo de males. Mientras, los indios se acercaban, ocultos, paso a paso, hacia su destino.
Una señal y tres andanadas de fuego resonaron por el lado norte del pueblo. Había comenzado el ataque, y todo se descontroló. Con el enemigo a la vista, los guerreros abandonaron toda prudencia y se lanzaron contra sus oponentes. Nada más iniciarse el ataque, el teniente Sheehan, al mando de cincuenta hombres de la Compañía C del 5.º de Minnesota y por la ocasión de toda la defensa, ordenó que los hombres se alinearan sobre la explanada central tal y como se hacía en el este, pero cuando sus soldados empezaron a caer, ordenó que todos se metieran en los edificios y dispararan a discreción.
El primer éxito de los indios fue la conquista de una hilera de cabañas cerca de la esquina noroeste de la posición. Luego, desde allí, algunos se colaron entre los edificios y llegaron hasta las cuadras, de donde consiguieron expulsar a la mayoría de los caballos, mulas y ganado del fuerte. Todo parecía perdido hasta que entraron en acción los dos obuses de montaña de doce libras, cuya metralla convenció a los atacantes de que, sin duda, el clima no era sano en aquel lugar y era mejor marcharse. Mientras los Dakota que habían tomado la esquina noroeste se retiraban de nuevo a los barrancos por los que habían llegado, los que atacaban por los demás puntos cardinales se rezagaban. Poco después, una segunda banda de asaltantes llegó por fin hasta la esquina suroeste del fuerte donde, enriquecidos con la experiencia ganada un poco antes, los defensores utilizaron el cañón de seis libras, apoyado por el intenso fuego de mosquetería de los Renville Rangers, el batallón de mestizos reclutado para la guerra en el este, para expulsarlos.
A partir de ese momento, la batalla se convirtió en un intercambio de disparos a larga distancia en el que los mosquetes llevaron la voz cantante, mientras los indios trataban de prender los edificios con flechas incendiarias, sin éxito. La artillería, un arma que los Dakota desconocían, resultó crucial durante las horas que siguieron hasta el ocaso, cuando los atacantes se retiraron al fin. Al día siguiente llovió abundantemente y no hubo ataques, un tiempo que tanto los defensores del fuerte –que pusieron en acción el obús de veinticuatro libras– como los de New Ulm, aprovecharon para reforzar sus defensas. Los Dakota habían sido rechazados, por ahora.
Es difícil coordinar el ataque de 4 grupos diferentes.
Desde luego si hubieran tenido una empalizada como la de los fuertes de las películas los indios lo hubieran tenido mucho más complicado.