Cuando comenzó la penosa retirada de la Grande Armée de Moscú, los Cosacos del Don aguardaban en los caminos para hostigar despiadadamente a las interminables columnas de soldados franceses, sin que importara el barro, el hielo, la nieve o las temperaturas gelidas.
En la campaña rusa de 1812, Napoleón sufrió probablemente su mayor revés. La larga marcha hacia Moscú no solo se encontró con una encarnizada resistencia, sino que a pesar de los elaborados preparativos, los problemas de aprovisionamiento se fueron agudizando paulatinamente. Los convoyes de suminsitros trataban de avanzar por los caminos convertidos en lodazales bajo el ataque constante, y llegaban a sus destinos semanas e incluso meses más tarde de las fechas programadas, si es que alguna vez llegaban.
Implantado un apolítica de «tierra quemada», los rusos destruyeron casas, cosechas y rebaños de ganado en la estela del avance de las tropas francesas. A comienzos de la campaña se habían unido al ejército del Emperador Alejandro I unos 30.000 cosacos procedentes de Ucrania y el Cáucaso, al mando de su temible líder, el conde Matvei Ivanovich Platoff.
Nacidos para montar a caballo, los cosacos eran los mejores jinetes de Europa. Sus monturas eran pequeñas, estaban magistralmente domadas y eran enormemente resistentes. Las marchas forzadas se hacían a paso rápido (consiguiendo cubrir hasta 8 kilómetros en una hora) y a pleno rendimiento los caballos se podían igualar a los más rápidos de cualquiera de sus oponentes.
Los cosacos atacan de súbito
Los cosacos iban armados con una lanza, espada y pistolas sujetas en un amplio cinturón. No utilizaban espuelas, pero llevaban una especie de látigo corto o fusta colgando de la muñeca. Su confianza en sus monturas, en sus propias capacidades como jinetes y en la destreza en el uso de las armas era tal que antes de llevar a cabo una carga cada uno de ellos retaba a un oponente a un combate singular.
A menudo se piensa que las terribles condiciones del invierno ruso fueron las que propiciaron la retirada francesa de Moscú. Napoleón cometió un error fatal cuando decidió ocupar lo que quedaba de la ciudad después de que dos terceras partes hubieran sido quemadas hasta los cimientos a la vista de sus tropas. En esta fase de la campaña los cosacos, sin embargo desempeñaron un papel crucial.
Formando un cordón alrededor de la ciudad, ocuparon los caminos y atacaron las columnas de aprovisionamiento. La caballería francesa, ya seriamente mermada, fue obligada a llevar a cabo incursiones cada vez más en las profundidades de las áreas rurales en busca de forraje, y a menudo estas partidas eran aisladas y capturadas.
Solo en un periodo de tres semanas se perdieron 4.000 soldados franceses de esta manera, sin que se luchara una sola batalla. Como botón de muestra de las dificultades a las que se enfrentaba Napoleón baste un ejemplo. al comienzo de la campaña su caballería ascendía a 80.000 hombres, y cuando abandonó Moscú solo quedaban 15.000 caballos.
Antes de que finalizara la campaña, se habían perdido más de 200.000 caballos del ejército (pertenecientes a la caballería, la artillería y los servicios de transporte). Día tras día, mientras los franceses trataban de retirarse, los Cosacos atosigaron su retaguardia, cazaron a los rezagados, e hicieron osadas cargas de flanco, obligando constantemente a las maltrechas columnas francesas a darse la vuelta y luchar.
Escaramuza entre cosacos y franceses en la campaña de 1812
De súbito los Cosacos aparecían como una serpiente negra en el horizonte. Entonces se producía un ataque de flanco con una oleada de jinetes cayendo sobre los agotados y hambrientos hombres que trataban de revolverse para luchar por sus vidas. Luego, en un instante desaparecían, quedando solo el murmullo del viento y los gemidos de los heridos. No obstante, en el transcurso de una hora se volvía a repetir la maniobra. Día tras día las filas francesas menguaban y los rezagados se perdían para siempre.
Luego llegó la helada, la nieve y el intenso frío. Pero los Cosacos, aparentemente inmunes al terrible invierno, seguían llevando a cabo sus despiadados y fugaces ataques, cobrándose diariamente su precio en los restos del derrotado ejército francés. En los seis meses de la campaña que culminó con la retirada de Moscú, los franceses habían perdido medio millón de hombres.
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