Vistos en la entrada anterior los efectos materiales y morales del fenómeno kamikaze, veremos hoy las distintas tácticas y casuísticas que afrontaban los kamikaze en sus ataques.
A la hora de considerar las tácticas de los ataques kamikaze con aviones, debe recordarse que muchos de los ataques suicidas eran picados improvisados que buscaban el impacto en blancos de oportunidad, y que las unidades kamikaze fueron, a menudo creación de comandantes locales que operaban con las formas y los medios que mejor se adaptasen a sus circunstancias locales.
El Cuerpo Especial de Ataque, que reunía a unidades tanto de la Marina como del Ejército Imperial, no puede considerarse un mando único gobernado por directivas operacionales globales a modo del tipo del Mando de Bombarderos de la RAF.
Las primeras misiones kamikaze fueron efectuadas por grupos de no más de cinco o siete aparatos; generalmente tres o cuatro aviones suicidas con dos o tres cazas de escolta. La principal función de estos últimos no era tanto proteger a los kamikaze entrando en combate con los cazas enemigos interceptores o atrayendo el fuego antiaéreo, como guiar a los aviones al área de blancos y observar para informar de los resultados de los ataques.
Con posterioridad, particularmente en Okinawa, los kamikaze atacaron en grupos de mayor tamaño, en ocasiones sin escoltas, siendo dirigidos al blanco por el piloto más experimentado en cada grupo y, en ocasiones, acompañados por uno o dos bombarderos rápidos configurados para reconocimiento, tales como el Yokosuka P1Y «Frances» de la Marina o el Kawasaki Ki-48 «Lily» y el Mitsubichi Ki-46 «Dinah» del Ejército, que se mantenían bien alejados de la acción. También hubo, por supuesto, casos en que los aviones de escolta efectuaron picados improvisados sobre blancos a pesar de no llevar explosivos.
Las marinas aliadas disponían de excelentes radares de búsqueda, capaces de detectar incursores a cualquier altitud a una distancia de hasta 240 kilómetros, y contaban con armas pesadas antiaéreas guiadas por radar para ataques a corta distancia. No obstante, era inevitable que se produjesen brechas en las coberturas de radar y los japoneses, conscientes de ello, buscaban aprovecharse de ello.
Las tiras de metal cortadas en longitudes que interferían las frecuencias de radar, llamadas «Window», tuvieron unos resultados discretos. Un método más efectivo para evadir el radar, favorecido en las Filipinas por factores geográficos, era acercarse a los navíos enemigos desde la costa, ya que ésta ofrecía un «eco de radar» que confundía los sistemas de búsqueda de la flota. Para evitar la detección visual, los kamikaze fueron instruidos en el empleo de la cobertura de la capa de nubes y en atacar desde el sol siempre que fuese posible.
Se llevaron a cabo incursiones aéreas de diversión por parte de aviones convencionales, o ataques kamikaze simultáneos en diferentes localizaciones, con el objeto de dispersar o confundir a los interceptores de las Patrullas Aéreas de Combate (CAP) de las fuerzas de portaaviones aliadas. Con la monitorización de los canales de radio aliados, los japoneses descubrieron una pobre disciplina de radio de pilotos tensionados por las operaciones, saturaba a menudo el limitado número de canales disponibles para los Oficiales de Dirección de la Caza apostados en los navíos de la flota. Las incursiones de diversión aseguraban volúmenes de saturación del tráfico de estos canales vitales de comunicación que provocaban que los kamikaze evadiesen la intercepción. Kamikazes solitarios trataron a menudo de acercarse a los navíos aliados pegándose a formaciones de aviones aliados que regresaban a sus portaaviones, mientras que los kamikaze que volaban en grupos adoptaban a veces las formaciones y procedimientos de vuelo aliados con la esperanza de acercarse a las unidades navales.
Viene de Viento Divino – El fenómeno Kamikaze japonés (XI). Efectos materiales y morales