El vicealmirante Takijiro Onishi había sido uno de los pioneros en la creación de las fuerzas paracaidistas de la Marina Imperial y se había forjado una gran reputación como combatiente en China.
En 1941, tras oponerse inicialmente al plan de Pearl Harbor del almirante Yamamoto, acabó por convertirse en uno de sus máximos exponentes. Era un hombre que siempre mostraba un gran entusiasmo y con cierto temperamento místico: abogó por el empleo de frenólogos y grafólogos en los procesos de selección de pilotos e incluso llegó a ser embaucado por un dizque sabio que aseguraba haber encontrado un método para convertir el agua en petróleo.
Tales excentricidades combinadas con unas formas arrogantes y ásperas le habían enajenado las simpatías de muchos de sus contemporáneos, y antes de asumir el mando de las fuerzas aéreas de la Marina Imperial basadas en tierra en Filipinas había estado desempeñando un puesto poco vistoso, aunque importante, en la intendencia del cuartel general naval.
Dos días después de asumir su nuevo cargo, y tras consultarlo con su predecesor, el vicealmirante Kimpei Teraoka, Onishi se dispuso a crear un cuerpo de «ataque especial». El 19 de octubre de 1944, en Mabalacat, Luzón, convocó a una reunión a los oficiales superiores de estado mayor y a los comandantes del 201.er Grupo Aéreo y les expuso sucintamente y sin florituras la grave situación que atravesaba Japón y les recordó sus responsabilidades en Sho-Ichi-Go (Operación Victoria Uno, diseñada para hacer frente a una posible invasión norteamericana de las Filipinas).
Concluyó que con el objeto de dar una posibilidad a las fuerzas de superficie de la Marina Imperial de enfrentarse a la invasión norteamericana, los portaaviones de la Marina estadounidense debían ser «neutralizados» durante al menos una semana. Con los escasos recursos disponibles, solo había una forma de hacerlo: «…unidades de ataque suicidas integradas por cazas Zero armados con bombas de 250 kilos, que debían estrellarse contra los portaaviones enemigos».
Acabó su discurso con una pregunta que, dadas las circunstancias, sonó a retórica: «¿Qué opinan ustedes?». Los oficiales reunidos no tuvieron más que una respuesta. Conscientes del precepto imperial que exigía que se cumpliese con el deber a cualquier coste, les afloró la tradición samurái de «siempre dispuestos a morir», de modo que ante el discurso de un oficial superior que les hablaba con la autoridad del alto mando sobre un asunto tan grave, no les quedó más remedio que estar de acuerdo con la «sugerencia» de Onishi.
El comandante Asaichi Tamai, del 201.er Grupo Aéreo consultó con los expertos cuál sería la efectividad de un impacto de un Zero con una bomba en una gran unidad naval, y la respuesta fue que superior a las operaciones de bombardeo convencionales. A continuación preguntó al teniente Masanobu Isubuki sobre el estado de la moral de su unidad antes de confirmar a Onishi que formaría un unidad de «ataque especial» en Mabalacat.
Según declaraciones posteriores de l comandante Rikihei Inoguchi, también presente, la expresión de Onishi al oírlo fue de «alivio… con un aire de pena». En la próxima entrada abordaremos la visión que tenía el alto mando del fenómeno kamikaze.
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