La predisposición a la voluntariedad estuvo presente desde el mismo principio, y en ningún momento hubo escasez de voluntarios para las misiones kamikaze.
Y no hay duda de que los pilotos suicidas que llevaron a cabo las anteriores misiones en las Filipinas eran voluntarios en el sentido más literal, motivados por un patriotismo sincero y un sentido del honor. Resulta difícil juzgar que revulsivo era mayor, si el honor personal o la honra nacional.
Ya dijo el teniente Seki antes de despegar, «esto no lo hago solo por el Emperador, también por mi querida esposa». Las colecciones de cartas de última voluntad disponibles de personal integrante de los «ataques especiales» [en español está la edición de Diego Blasco Cruces en Alianza editorial] muestran una amplia variedad de motivos, sin excluir la religión cristiana; pero muchas de ellas muestran en su forzada redacción, indicios de haber sido escritos conscientemente para la posteridad.
Resulta demasiado fácil, en reacción a las descripciones aliadas contemporáneas de los pilotos suicidas como sanguinarios enloquecidos, nacionalistas fanáticos, dejarse llevar por el sentimentalismo y ver a los kamikaze como patriotas románticos, la flor de su generación, que iban con alegría y sin mucha reflexión a buscar sus espectaculares finales a la luz del sol naciente.
Con ello se crean estereotipos tan irreales y, en última instancia, insultantes como el «amarillo» de ojos saltones de los cómics. Son tan inciertos como los cuentos de tiempos de guerra que rondaban por la marina norteamericana de que los pilotos kamikaze se encadenaban en sus cabinas, vistiendo mortajas fúnebres (aunque algunos sí llevaban objetos relativos a su cultura, ver las entradas de Ritos y rituales kamikaze), drogados o bebidos, o aturdidos por orgías sexuales celebradas antes de la misión.
La verdad es que los kamikaze eran hombres normales como cualquiera de nosotros. Los kamikaze bebían cuando podían, buscaban los favores de una mujer cuando tenían la oportunidad, a menudo se quejaban, a veces se desesperaban, alguna vez se volvían arrogantes fruto de la desaforada maquinaria propagandística, y quizá muy a menudo, deseasen estar en cualquier otro sitio.
Y cuando les decían que despegasen y muriesen, obedecían. Visto así, y hay que hacer un ejercicio de abstracción, no hicieron algo diferente de otros muchos soldados aliados o del Eje condecorados a título póstumo por su bravura en combate (ni de muchos miles cuyas hazañas pasaron desapercibidas y quedarán en el anonimato. Si todavía nos queda alguna duda, podemos echar un vistazo a la tasa de pérdidas del Mando de Bombarderos de la RAF o de la Octava Fuerza Aérea norteamericana sobre los cielos de Alemania entre 1943 y 1944.
El próximo día abordaremos la cuestión de las opiniones. ¿Qué opinaban japoneses y aliados del este fenómeno?