Probablemente, el primer ataque kamikaze genuino fue llevado a cabo por pilotos del Ejército Imperial japonés el 27 de mayo de 1944 contra la cabeza de playa recién establecida por los norteamericanos en la costa sur de la isla de Biak en Nueva Guinea.
El mayor Katashige Takata, que estaba al mando de la 5.ª Escuadrilla Aérea basada en Nueva Guinea, pidió voluntarios entre sus pilotos para un ataque tai-atari contra los transportes navales norteamericanos de invasión. Su unidad contaba con cazas pesados bimotores Kawasaki Ki-45 KAI Toryu, Nick para los aliados, modificados especialmente para llevar dos bombas de 250 kilos.
A las 17:00 horas del 27 de mayo, Takata dirigió un ataque con dos Nicks, escoltados por cinco cazas Nakajima Ki-43 Oscar contra los navíos norteamericanos. Los aviones llegaron volando a baja cota desde tierra, rozando los bordes de los acantilados y comenzando a recibir un diluvio de fuego de las armas antiaéreas desde la cabeza de playa y los buques de escolta pegados a la costa. Uno de los Nick fue alcanzado y se estrelló de inmediato, impactando a pocos metros de unas lanchas de desembarco de carros de combate que había en la orilla.
El otro Nick, aunque tocado múltiples veces y en llamas, fue hábilmente dirigido por su piloto contra el navío de guerra de mayor porte a la vista, el destructor USS Sampson, buque insignia de la VII Fuerza Anfibia del contralmirante Fechteler. Casi rozando la popa del destructor, el Nick tocó la superficie del mar con la punta del ala izquierda y capotó, yéndose a estrellar con una violenta explosión contra el cazasubmarinos SC-699, un buque de 95 toneladas con el casco de madera, que se estremeció entre una negra nube de humo. Dos de sus tripulantes resultaron muertos.
Apenas tres semanas más tarde del ataque en Biak, la Marina Imperial sufrió una derrota aplastante en la Batalla del Mar de Filipinas, lo que los norteamericanos denominaron “el tiro al pavo de las Marianas”. Los japoneses perdieron tres portaaviones, entre 300 y 400 aviones y una gran cantidad de tripulaciones entrenadas. Entre los navíos de guerra dañados se encontraba el portaaviones ligero Chiyoda. Su capitán, Eiichiro Iyo se había dado cuenta del bajísimo estado de ánimo y del fatalismo que ahogaba a los pilotos de su navío, a lo que había que sumar la escasez de reemplazos y el bajo nivel de formación de los mismos.
Comenzaban a oírse voces entre los pilotos de que si continuaban con las tácticas ortodoxas acabarían muriendo todos de una forma inútil, y que si la muerte en combate era honorable, la muerte que se producía sin beneficio para el emperador o la patria debía ser considerada un sinsentido y una vergüenza. Tras sondear la opinión de sus pilotos, el capitán Iyo envió un informe a sus superiores, el contralmirante Soemu Obayashi y el vicealmirante Jasiburo Ozawa. Su mensaje era claro: los métodos de ataque convencionales ya no eran suficientes, debían formarse unidades de “ataque especial”, y él mismo se presentaría voluntario para mandarlas.
La respuesta a la petición de Iyo fue favorable de parte e Obayashi y Ozawa, pero se encontró con la oposición del almirante Soemu Toyoda, comandante en jefe de la Flota Combinada. Entre tanto, había otro oficial que buscaba igualmente la iniciación de las operaciones de “ataque especial”. Según ha contado el as de caza japonés Saburo Sakai, el capitán Kanzo Miura, que mandaba el Ala Aérea de Sakai en Iwo Jima, ordenó a 17 de sus pilotos que llevasen a cabo un ataque suicida contra la flota norteamericana de invasión el 4 de julio de 1944.
Está y otras misiones tempranas serán objeto de nuestra próxima entrada.