Prometimos en su momento fijarnos de modo concreto en el uso de los cañones del III Flak Korps durante su estancia en Normandía, por lo que vamos a dedicar la presente entrada tanto al fuego antiaéreo de la unidad como a su empleo contra objetivos terrestres que, contrariamente a lo que podría pensarse, no fueron solo los carros de combate.
Por supuesto, sus víctimas fundamentales durante estos meses de 1944 fueron los cazabombarderos y los bimotores aliados, a los que Pickert, el comandante en jefe de la unidad, llama Marauder independientemente de si se trata de B-26 Marauder, B-25 Boston o B-20 Havoc. Dado que estos estaban acostumbrados a dominar tanto el cielo como la tierra, la aparición de nuestro singular Cuerpo de Ejército va a ser una pésima sorpresa para los pilotos aliados, que aunque seguirán siendo una amenaza importante para cualquier vehículo alemán que circule de día, van a tener que volar más alto y atacar con más cuidado, pues las pérdidas en aviones de los primeros días de la batalla a manos de los tubos antiaéreos de esta unidad se elevarán a más de un centenar.
Los artilleros antiaéreos de nuestra unidad emplearon diversos trucos para atraer y destruir los aparatos enemigos. Uno de ellos fue colocar un vehículo armado con algún tipo de cañón, mal camuflado, en algún lugar expuesto, para esperar a que algún cazabombardero aliado se precipitara sobre él, momento en que las piezas de Flak desvelaban su presencia con un fuego cruzado que solía ser mortal. Sin embargo, este truco llevaba aparejado a menudo la pérdida del vehículo, un gasto que los alemanes no se podían permitir, por lo que hubo que buscar otras ideas. La siguiente fue esconder las piezas de Flak en los setos que bordeaban las carreteras, ya que para atacarlas los cazabombarderos se veían obligados a sobrevolarlas longitudinalmente, recorriendo una trayectoria previsible para las piezas antiaéreas, que sabiendo por donde iban a pasar aumentaban sus posibilidades de derribarlos. Finalmente, y más allá de la caza individual, las piezas antiaéreas alemanas organizaron auténticas barreras de fuego, decenas de piezas con sus proyectiles regulados para estallar todos a la misma distancia que, disparados a la vez, conseguían crear auténticos muros de fuego aéreos, contra los que acababan estrellándose los aviones aliados.
Pero como veníamos adelantando, las tácticas de ataque a tierra son relativamente más llamativas. Las unidades de Flak llegaron a entenderse muy bien con las unidades de artillería de campaña de las divisiones a las que apoyaban, colaborando con ellas a la hora de efectuar fuegos de saturación contra posiciones enemigas. En estos meses se implementó una táctica de bombardeo muy efectiva que recibió el nombre de “método de Normandía”. La idea era sencilla: se dividía, sobre el mapa, la zona enemiga en pequeñas cuadrículas muy claramente identificadas, de modo que las baterías antiaéreas pudieran concentrar su fuego sobre una cualquiera de ellas en cuanto un observador de artillería se lo solicitara, para lo cual solo tenía que indicar, por radio o por teléfono, el número de cuadrícula, en claro, sin que fuera necesario cifrarlo, y los cañones antiaéreos abrían fuego, casi de inmediato, durante períodos de tiempo de unos diez minutos. Dado el alcance de estas piezas, diseñadas para disparar en altura, en cada ataque de este tipo intervenían gran cantidad de ellas, por muy dispersas que estuvieran, creando concentraciones de fuego devastadoras.
Batallones, e incluso regimientos aliados enteros sufrirían estos ataques, que se repetirían con cierta frecuencia, pues Pickert habla en su memoria de un gasto considerable de munición empleada en estas tareas; aunque también indica que este tipo de bombardeos solo se llevaban a cabo cuando la actividad aérea aliada era de baja intensidad, cuando había munición suficiente acumulada cerca de las baterías y solo empleando espoletas de contacto, ya que las espoletas retardadas eran empleadas, exclusivamente, para el fuego antiaéreo.