Una guerra cruel, Wormhout 1940 (I)

Vaya por delante que las guerras son un asunto cruel. En ellas, los mejores soldados no son gente poco inclinada a la violencia, como recuerdo haber leído en una ocasión, y en otro idioma, “uno no se lleva a la guerra a los niños del coro parroquial”. Llegados a este punto, y entrando en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que si bien tenemos la idea de que esta se fue radicalizando, incluso campañas “limpias” como la de 1940 dejaron su estela de barbarie, tal y como relata el testimonio que publicaremos esta semana.

Soldados de la BEF, en un ejercicio

“El domingo 26 de mayo –relata el artillero Brian Fahey, de la 208.ª Batería del 52.º Regimiento contracarro de la Artillería Real– dejamos nuestro camión, con su conductor, en una granja y fuimos a establecer la posición de nuestra pieza en la esquina de una pradera. Estábamos en Wormhout y nuestro trabajo era cubrir la linde de unos bosques hasta que otra pieza viniera a relevarnos. Obviamente, no había peligro alguno de que llegara algún carro de combate cruzando el bosque. Aquel domingo todo estuvo muy tranquilo. El día siguiente también fue un día pacífico, por lo que pudimos acercarnos a la granja, por turnos, y preparar nuestra comida, así como dormir un poco, cosa que casi no habíamos podido hacer en las dos semanas anteriores. Pudimos dormir toda la noche, y al amanecer volvimos con nuestro cañón, alertas, hasta que llegó un infante, atravesando el seto que nos ocultaba, y nos advirtió: ‘¡Vienen por la carretera!’

El sargento que estaba al mando de la pieza me dijo entonces: ‘será mejor que vayas a buscar el camión, para que podamos sacar a la pieza de aquí’. Así que me puse en marcha, rodeando el prado, con la cabeza agachada, y llegué hasta la granja, donde dije al conductor que tenía que ir allí para llevarse el cañón. ‘No puedo dar media vuelta al camión’ me contestó, estaba totalmente dispuesto a marcharse en dirección contraria. Le dije entonces que esperara allí hasta que trajera a los demás, pero cuando llegué de vuelta a la posición, ya no había nadie.

Estaba solo, todo lo que poseía –mi casco, mi máscara de gas– estaba en el camión [se entiende que mientras hacía el camino de regreso, a pie, el camión si había ido a recoger la pieza]. Así pues, me puse en camino a pie, por la carretera. Entonces oí un vehículo que llegaba, y pensando que pudiera ser alemán, me escondí en una zanja, pero se trataba de uno de los cañones de nuestro ejército, lleno de hombres. Saqué la cabeza de la carretera y les dije que quería subir, pero me contestaron que no iban a detenerse así que salí corriendo y me agarré a un costado del camión. Cuando entramos en un claro, el vehículo empezó a recibir fuego de fusil y de ametralladora y se incendió, yo fui herido en la pierna izquierda. Muchos de los que viajaban a bordo habían recibido disparos, y todos los que pudimos nos tiramos al suelo mientras el camión acababa de quemarse.

Una pieza contracarro británica, como la de nuestro protagonista

Una hora después llegaron los alemanes por la carretera, con un grupo de prisioneros pertenecientes a los Royal Warwicks. También nos recogieron a nosotros. Los sanos ayudaron a los heridos, de modo que yo pude avanzar apoyado en dos de los Warwicks. Nos hicieron cruzaron un prado hasta un granero que había en una esquina. Entonces, por primera vez durante la campaña, empezó a llover, y nos metieron dentro del granero. Inocentemente, pensé que nos metían allí para resguardarnos de la lluvia.

Este granero ha sido identificado como el de nuestra historia

Habría unos 100 hombres en aquel granero. Entonces, los alemanes lo rodearon y empezaron a lanzar granadas de mano. Estaba claro que iban a asesinarnos a todos. Supongo que los que estaban en primera fila se llevaron lo peor, pero caímos todos como un mazo de cartas. Yo tan solo había oído la explosión, no estaba herido, pero estábamos todos aterrorizados. Entonces, el oficial alemán gritó: ‘¡Raus, cinco hombres!’ Y cinco de nosotros fueron sacados a fuera y colocados ante cinco alemanes armados con rifles. Entonces el oficial contó ‘Ein, zwei, drei, vier, funf’, y les dispararon. Yo ya estaba herido, y lo que sentí es que aquello era injusto, estaba desesperado y decidí que sería uno de los cinco siguientes. ‘No puedo aguantarlo más –pensé– esto tiene que acabar lo antes posible’. El oficial dijo de nuevo: ‘cinco hombres más’, entonces me levanté y salí. Un muchacho me ayudó a salir y nos colocamos en la fila. Yo era el quinto. No hicieron dar media vuelta y me dispararon en la espalda. Fue como un golpe, un impacto muy duro, y caí al suelo. Supongo que me desmayé”.

7 comentarios en «Una guerra cruel, Wormhout 1940 (I)»

  1. y tropas del Heer, y británicos, y franceses… todos a pequeña escala comparado con el Frente del Este pero ningún bando se libro de cometer excesos

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  2. Esto no es un caso de fatiga de guerra, es algo totalmente premeditado y ordenado por oficiales. Puede tratarse de algo tan sencillo, y cruel, como avanzar en una ofensiva sin dejar atrás a ningún enemigo vivo o herido que ralentice el paso y distraiga hombres….esto lo han hecho todos los ejércitos del mundo en todas las épocas.
    Las otras opciones son mucho mas macabras y difíciles de justificar…y de esas la 2GM también están bien servidas en todos los frentes.
    Saludos

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    • Tal vez peque de inocente por aprobar este comentario, que no me parece de recibo, pero aprovecho para plantear dos cuestiones.
      En primer lugar, lo errónea que me parece esta generalización tópica.
      En segundo lugar, los crímenes de Wormhout y Le Paradis están perfectamente documentados. Autores que los citan sin ningún género de duras son:
      Sebag Montefiore, Dunkirk, Fight to the Last Man, Publicado por Penguin en 2007; y Joshua Levine, en Fogotten Voices, Dunkirk, publicado por Ebury Press en colaboración con el Imperial War Museum en 2010.
      Dicho esto, estimado Raus, me gustaría que me citaras que autor desmiente la validez del testimonio de Fahey arriba expuesto.

      Un saludo.

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