Nuestras operaciones en Normandía –continúa el informe de Rommel del 11 de junio de 1944 que comenzábamos a transcribir el pasado miércoles– van a ser excepcionalmente difíciles, e incluso, parcialmente, imposibles, por los siguientes motivos:
- La extraordinariamente poderosa, y en ocasiones abrumadora, superioridad de la fuerza aérea enemiga.
Hawker Tempest, uno de los cazas más poderosos de la guerra. La foto está fechada en julio de 1944, y los aviones ya no llevan las bandas de invasión.
Tal y como hemos experimentado personalmente tanto yo como los oficiales de mi Estado Mayor, y como informan los jefes de unidad, especialmente el Obergruppenführer Sepp Dietrich, el enemigo tiene el control absoluto del aire sobre la zona de combate y hasta una distancia de cien kilómetros de esta. Casi todos los traslados por carretera, caminos vecinales o en terreno abierto son contrarrestados, durante el día, por poderosas formaciones de cazabombarderos y bombarderos. Los movimientos de nuestras tropas en el campo de batalla, durante el día, son impedidos casi por completo, mientras que el enemigo puede operar libremente. En la retaguardia, los estrangulamientos [de transporte] están expuestos a ataques de modo continuo, y es muy difícil traer los suministros y la munición necesarios, y reabastecer a las tropas de combustible.
Incluso los movimientos de formaciones menores, como la artillería ocupando sus posiciones, el despliegue de carros de combate y similares, son bombardeados de inmediato desde el aire con efectos aniquiladores. Las tropas y los puestos de mando se ven obligados a esconderse en terreno cubierto durante la jornada, para escapar de estos ataques desde el aire.
El 9 de junio, en la zona de combate del cuerpo de ejército de las SS, numerosas formaciones de cazabombarderos enemigos volaron en círculos de forma ininterrumpida sobre el campo de batalla y poderosas agrupaciones de estos atacaron intensamente a las tropas, pueblos, puentes y cruces de carretera, sin consideración por la población local. Ni nuestra Flak ni la Luftwaffe parecen ser capaces de detener esta incapacitante y destructiva operación de la fuerza aérea enemiga (27 000 salidas en un solo día). Las tropas del ejército y de las SS están defendiéndose como pueden con los medios a su disposición, pero la munición escasea, y solo puede ser suministrada bajo las condiciones más difíciles.
EL Hawker Typhoon, predecesor del Tempest que hemos visto más arriba, fue el cazabombardero estrella de los aliados en Normandía.
Nos detenemos aquí, una vez más, antes de entrar en los tres apartados siguientes b), el efecto de la artillería naval, c) el equipamiento de los anglo-estadounidenses y d) las tropas paracaidistas y aerotransportadas, que dejaremos para la próxima entrada, con el fin de hacer, nuevamente, algunas consideraciones.
Superado el tono más triunfalista de la primera parte de este informe, Rommel dedica estos párrafos a tratar de hacer entender a sus superiores la importancia del poder aéreo de los aliados occidentales. Hay que decir que en junio de 1944 son pocos los oficiales alemanes presentes en Francia que han tenido ocasión de experimentar la aplastante superioridad de la RAF y la USAAF. Rommel se había enfrentado a ello en Túnez en 1942, cuando aún no estaba plenamente desarrollada, y si bien durante la campaña italiana de 1943 los generales alemanes presentes en la península han tenido ocasión de enfrentarse a una fuerza aérea muy superior a la suya propia, esta ha sido gestionada con poca eficacia y, no lo olvidemos, el itálico es un escenario menor, con menos recursos de los que va a tener el frente occidental. Por otro lado, los generales germanos en el este tampoco se enfrentan a un desnivel en el poder aéreo tan rotundo como en el de Francia. Allí, si bien la fuerza aérea soviética ha conseguido arrebatar a la alemana el control del aire, esta todavía tiene margen de actuación.
La RAF ataca St. Vith, en las Ardenas. Para entonces el poder aéreo aliado no ha hecho más que incrementarse.
Como ya hemos indicado, la diferencia con Normandía es brutal, y tan increíble que Rommel tiene que apelar, inteligentemente, al criterio de Sepp Dietrich, el famoso y decorado jefe de las SS, para dar credibilidad a sus afirmaciones.