Por supuesto, no todos los inconvenientes estaban vivos.
Imagínese el lector una planicie arenosa bombardeada sistemáticamente tanto desde el aire como desde tierra, surcada, entre bombardeos, por miles de pies y cientos de vehículos, sobre elevada y llana y en consecuencia a merced de todos los vientos de la región. Aquello era Tobruk. Durante aquel verano de 1941, el machacamiento sistemático del terreno hizo que la violencia y la frecuencia de las tormentas de arena se incrementaran, y que una densa capa de polvo en suspensión espesara el aire, con consecuencias tanto para la salud de los hombres como para el desarrollo de los combates.
Desde el punto de vista físico, el polvo y el viento provocaron constantes irritaciones de las mucosas y de los ojos de los hombres, perjudicaron su capacidad respiratoria, e incluso, en ocasiones, hicieron que la piel se cubriera de sarpullidos. Esto se debió a que en ocasiones el viento podía llegar a ser tan fuerte como el Khamsin, las terribles tormentas de arena del interior del Sáhara, hasta el punto de llegar a borrar, literalmente, la pintura de camuflaje de los vehículos.
Otra de las terribles consecuencias de estas condiciones físicas fue el desgaste de las armas, y su tendencia a encasquillarse siempre en el peor momento, que solía ser justo cuando el defensor podía ver el <<blanco de los ojos>> del alemán que le atacaba. Para evitar este tipo de situaciones la limpieza del armamento se convirtió en un ritual ineludible, que robaba horas de descanso a los soldados, a cambio, eso sí, de permitirles sobrevivir para agotarse durante un día más de lucha.
Las tormentas de arena, recuerda George Porter, podían provocar que un hombre se perdiera. Recuerda el caso de un hombre que: <<abandonó el parque de artillería durante una tormenta de arena, era por la mañana. Se desvió de su ruta, de modo que no consiguió llegar al centro de descanso al que se dirigía y vagabundeó durante aproximadamente una hora. Finalmente, como llevaba consigo su equipo para dormir, decidió envolverse en sus mantas para descansar y esperar a que amainara el viento, solo para descubrir, cuando este finalmente cesó, que se encontraba apenas a un tiro de piedra de su destino>>.
Otro caso curioso fue lo que le aconteció al Teniente Peter Massey, del 7 RTR, que iba en busca de una posición paras sus tres carros de combate Matilda. Tras haber conducido un rato en medio de la tormenta, su conductor, un australiano, le preguntó: << ¿Hay franceses libres por aquí? >>, <<no>> contestó Massey << ¿Por qué? >> <<porque por aquí se ven unos cascos con una apariencia de lo más extraña>>. Habían salido de las líneas australianas y se habían metido en las posiciones alemanas. Por mucho que trataran de disimular, poco después fueron detenidos y hechos prisioneros.
Tras un somero interrogatorio, que no fue demasiado fructífero para los alemanes: nombre, rango y número, y nada más, el oficial alemán ordenó que dos soldados escoltaran a los australianos hacia retaguardia. La tormenta seguía soplando furiosamente, y pronto se perdieron. Massey empezó entonces a guiar de la marcha, girando poco a poco para cambiar su rumbo hacia la izquierda. Repentinamente se destacaron varias sombras cubiertas por el típico sombrero australiano, habían vuelto a sus propias líneas. Entonces Massey y su conductor se arrojaron al suelo y gritaron a sus recientemente aparecidos compañeros diciéndoles que abrieran fuego. Pero no hubo éxito, y los dos soldados alemanes echaron a correr y se perdieron en la tormenta. Lo más probable es que volvieran junto con sus compañeros. Finalmente, la tormenta los había dejado en tablas.
Viene de Ratas de Tobruk. ¡Bichos!
Muy buena anécdota. Eso de perderse y volver a perderse. A veces la guerra de Gila era real jajjajaja
Lo he leido con mucho interes y me ha parecido didactico ademas de facil de leer. No dejeis de cuidar esta web es bueno.
Muchísimas gracias.