Las ratas, por supuesto, no eran el único problema, en lo que a alimañas se refiere.
Otro problema eran las pulgas. Las había por todas partes y eran capaces de resistir todos los modos tradicionales de acabar con ellas, como los insecticidas o el queroseno. Bunny Cowles contó todas las que mató en dos días: fueron 23, las aplastó con las uñas de sus dedos. Pero uno no podía pasarse el tiempo matando pulgas, en algún momento tenía que descansar y entonces, estas se cebaban: “las pulgas eran tan agresivas que cuando uno se levantaba por la mañana, tenía el pijama recubierto de puntitos de sangre”, sigue diciendo Bunny Cowles.
Otro de los que tuvo ocasión de <<disfrutar>> de ellas fue John Devine, quien recuerda que: “lo intentamos todo –airear la ropa de cama, rociarla con queroseno, cubrirlo todo, incluidos nosotros mismos, con insecticida, encender hogueras en el suelo- pero nada parecía aliviar el problema”.
Sin duda eran un problema, capaz de ensañarse incluso con los más famosos:
“Querida Lu
Nada nuevo. El calor es espantoso tanto de noche como de día. He liquidado cuatro bichos. Mi cama está ahora con los pies metidos en latas de agua y espero que de aquí en adelante podré descansar un poco más por las noches” escribía Erwin Rommel en una carta a su mujer.
Si el problema de las pulgas disminuyó un tanto a partir de octubre de 1941 con la llegada de un nuevo insecticida extraído de los crisantemos, hubo otro insecto que permaneció en activo hasta el final; si por la noche atacaban las pulgas, el día era de las moscas.
Para no aburrirse durante la jornada, los hombres hacían concursos de caza de moscas; aunque esta no era la manera más imaginativa de acabar con ellas. Mick Collins: “Un método era untar de melaza unos cables de luz que ya no se utilizaban y colgarlos del techo de nuestro alojamiento, y tras anochecer, cuando las moscas ya se habían posado sobre ellos, eran tan simple y asqueroso como pasar la mano a lo largo del cable y recolectar cientos de aquellas cosas. Mientras comíamos, y con el fin de escapar a la atención de aquellas hordas de moscas, lo suyo era meterse bajo las redes anti-mosquito, lo que significaba que teníamos que andar todo el día con ellas de aquí para allá”.
Pero, sin duda, la solución más natural fue la que empleó Alex Franks, conductor de una ambulancia. Cuando sus compañeros descubrieron que, a pesar de la sangre, no solía haber tantas moscas en torno a él, les contó su pequeño secreto: un camaleón mascota atado con un hilo de bramante. “No tiene que ir en busca de moscas. Para ellas una ambulancia es lo mejor que hay después del tajo de un pescadero. Donde hay heridas hay sangre, y donde hay sangre hay moscas. Vienen hasta aquí en busca de manduca, y él solo tiene que disparar su lengua y atraparlas”.
Viene de Ratas de Tobruk, noches difíciles.