Volvamos a la noche del 24, cuando los británicos desencadenaron su primer ataque, y tras haber narrado, de forma general, en la entrada anterior de esta serie, como fueron los primeros asaltos británicos en el extremo sur de la línea del eje en El Alamein, vamos a centrarnos en un solo lugar, los puestos 115, 105 y 103, defendidos por la Agrupación Ruspoli.
Es importante puntualizar que, bien entrenada y dotada del mejor material humano del que podían disponer las fuerzas armadas italianas en aquel momento, la división paracaidista “Folgore” podía ser considerada como una unidad bastante buena, y sus combatientes lucharán bien frente a la superioridad aliada. Con respecto a la Agrupación Ruspoli, nuestra protagonista, tenía tres compañías en vanguardia: la 22.ª orientada hacia el norte (con el 8.º de Guastatori a su izquierda; la 6.ª orientada hacia el este y la 19.ª orientada hacia el sureste. En total, eran unos 450 hombres que, además de morteros y otras armas pesadas, disponían también de 12 piezas de 47/32. Todos ellos formaban un arco y se hallaban metidos dentro de un perímetro minado. El campo de minas situado por delante de las posiciones defensivas se llamaba Enero, y el que corría por detrás era Febrero. Más al oeste se despegaba el resto de la agrupación, de norte a sur, las compañías 24.ª, 20.ª y 21.ª.
El ataque comenzó con un violento bombardeo que alternó tanto fuego de barrera como ataques de concentración contra las posiciones más importantes. El primero se desplazaba unos 90 m cada tres minutos. Cuando, finalmente, callaron los cañones, las posiciones de la Folgore estaban destrozadas, sobre todo la línea defensiva principal, al oeste de los campos de minas, y las compañías que guarnecían la posición avanzada habían quedado aisladas e incomunicadas del resto de su unidad. “Durante la noche del 23/24 –rezaba el diario de operaciones de la división italiana– un bombardeo enemigo de una violencia sin precedentes cayó sobre nuestras posiciones en El Alamein. Más tarde, durante la noche, según se fue reduciendo el fuego de barrera, pudimos oír el ruido de las cadenas de los tanques, según se acercaban”. Desde las posiciones británicas la fuerza de ataque era como una gran serpiente de carros de combate, cañones y vehículos arrastrándose por el polvo.
Eran las 22.30 cuando, mientras efectuaban los últimos preparativos, concentrados en las posiciones de partida para el asalto, los hombres del 7-º Queen’s Royal Lancers sufrieron a su vez el fuego de la artillería enemiga, que desorganizo las formaciones y mató a tres de los oficiales del batallón –incluido el segundo al mando– mientras animaban a los hombres a lanzarse al asalto. “Cinco minutos antes de la hora cero para el ataque –reza el diario de operaciones de la unidad británica– el enemigo desencadenó fuego de artillería y de morteros sobre el batallón, y hubo un número de bajas considerable”. 50 hombres, aproximadamente, no iban a participar en el asalto. Cuando las tropas se pusieron, finamente, en marcha, fue para enfrentarse a las ametralladoras y los morteros italianos, capaces de dominar el campo de batalla desde los flancos de la formación ofensiva británica.
“Me aseguré de que nuestras piezas fueran llevadas frente a la brecha en el campo de minas –relata el teniente Guiseppe Ceriana, al mando de una unidad contracarro– que estaba siendo aprovechada por infantería que venía a pie, avanzando a paso ligero, en una sola columna […]. Cuando la infantería enemiga estaba a unos 500 m de nuestras posiciones defensivas grité a mis artilleros: ¡Fuego! Los dos primeros disparos cayeron sobre la columna, que se desplazaba con rapidez, abriendo dos grandes agujeros en sus filas, pero siguieron viniendo hacia nosotros, y la batalla rugió durante toda la noche”.