Con motivo de la reciente publicación de Granaderos, las memorias de Kurt «Panzer» Meyer, por parte de Ediciones Salamina, os dejamos un fragmento de las mismas enmarcado en lo combates que tuvieron lugar durante el famoso contraataque de von Manstein sobre Kharkov en marzo de 1943.
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El kampfgruppe se detuvo detrás de una pequeña elevación. Las columnas enemigas se movían incesantemente hacia el oeste. Una villa que se extendía a lo largo de la carretera se tragó a la columna soviética y la escondió de nuestra vista. Unos 1.000 metros nos separaban todavía de los soviéticos. ¿Debíamos arriesgarnos y atacar por la ligera pendiente de la carretera abajo? Los soldados del Ejército Rojo habían estado marchando hacia el oste durante casi veinticuatro horas. ¿Sería su superioridad demasiado grande? ¿Nos tropezaríamos con una pantalla de armas contracarro?
Permanecí a la cabeza del kampfgruppe con Wünsche, el comandante del batallón de carros, y con los jefes de compañía del batallón de reconocimiento buscando un método de ataque idóneo. Yo consideraba que la velocidad era nuestra mejor arma, de igual manera que lo había sido en otras ocasiones. Era mi intención avanzar y meterme en mitad de los soviéticos con una compañía del batallón de reconocimiento. Algunos carros cubrirían a la compañía. Cortaría por la mitad a la columna de marcha y la arrollaría hacia el oeste.
Una escuadra de Schwimmwagen se presentó voluntaria para actuar como elemento de cabeza. Los jóvenes soldados sabían a lo que se enfrentaban. Era casi seguro que habría minas cubriendo los flancos de la columna de marcha enemiga.
Todo estuvo preparado para marchar en cuestión de minutos. Las ruedas patinaron en la nieve y lentamente comenzaron a tener agarre. Fueron cada vez más rápido. Llegaron al punto más alto y luego rugieron hacia las afueras de la villa a toda velocidad.
El trayecto por campo abierto debía llevarse a cabo a tal velocidad que el enemigo no tuviera tiempo de tomar contramedidas. Los vehículos corrieron cuesta abajo como diablos. Los carros de combate avanzaron a izquierda y derecha de la carretera disparando sobre los soviéticos. El fuego de morteros pesados reforzó el efecto de los carros.
Me encontraba con la compañía de vanguardia, colgado del lateral de un kübelwagen, cuando el primer shwimmwagen voló por los aires y mis soldados quedaron tendidos en el suelo con los miembros destrozados. El segundo coche tomó la delantera sin frenar o vacilar un solo instante. También éste resultó destrozado de inmediato. La compañía corrió a través de los lugares de las detonaciones como una flecha.
Nuestros camaradas nos habían allanado el camino en el sentido más literal del término, de modo que logramos traspasar la barrera de minas. Las extremidades amputadas de ambos conductores yacían en la nieve, de igual forma que los fusileros que habían resultado heridos. Su jefe de escuadra había perdido ambas piernas. No podíamos ayudarlos, pero la compañía que nos seguía se hizo cargo de ellos.
Schwimmwagen
Los soviéticos abandonaron a gran velocidad la calle de la villa y se precipitaron en el interior de las casas o buscaron la salvación huyendo hacia el sur. Nuestras ametralladoras los segaron en los campos nevados. Su artillería de acompañamiento fue arrollada por los carros de combate y empujada a un lado, o apilada en una maraña.
La destrucción que habíamos provocado era indescriptible. Algunos carros de combate dispararon un proyectil tras otro hacia la columna que marchaba hacia el este, produciéndose finalmente una desbandada cuyos efectos fueron agravados por los carros que avanzaban sobre ella.
La columna fue aplastada bajo la carga de los carros como si se tratara del puño de un gigante. Una vez más, la velocidad se había revelado como un poder terrorífico. Casi ningún cañón contracarro ruso habían logrado desplegarse y ponerse en posición de disparo.
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El chirrido de las orugas y el peso de los blindados habían aplastado a la mayoría de ellos. Habíamos pasado a través de los arrabales de la villa en cuestión de minutos y la ruta de avance del enemigo se había convertido en una carretera llena de miseria. El acero retorcido se mezclaba con la carne de los bueyes siberianos que servían como animales de tiro para los cañones contracarro.
La caza continuó desde las afueras de la villa hacia el oeste. Lo soviéticos habían sido totalmente sorprendidos. No entendían como les había podido llegar la muerte desde la retaguardia. Casi sin resistencia, la columna cayó víctima del ataque.
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