Habiendo hecho mi parte para alentar a la deprimida tripulación, me apresuré de vuelta a mi SU-122 y, estaba subiéndome a la superestructura en busca de la escotilla, cuando vi al cañón autopropulsado de Fomichev –comandante de la 1.ª Sección- salir de su emplazamiento y dirigirse a gran velocidad, aprovechando la protección que le proporcionaba el denso humo que impregnaba el área, al interior de un barranco muy frondoso de matorral situado a unos 200 metros de distancia de la posición de la batería.
Esta maniobra se hizo probablemente por decisión del comandante de la batería con un objetivo táctico: ganar una posición desde la que efectuar fuego de flanco contra el avance enemigo y atacar de forma inesperada en el momento clave. La distancia a los carros de combate nazis era todavía grande, así que las tripulaciones de los carros ligeros de la 129.ª Brigada de Tanques no habían disparado todavía. Nuestros cañones autopropulsados permanecían también en silencio, pero los tiradores, incluido Korolev, mantenían a los vehículos de cabeza enemigos centrados directamente en sus puntos de mira. La tensión se incrementaba con el paso de cada minuto.
Con los primeros rayos del sol crepuscular podíamos discernir claramente los chasis rectangulares y las placas verticales de blindaje de los Tiger entre otros carros enemigos, y su característico esquema de camuflaje amarillo-marrón. Un monstruo sin torreta con un cañón igual de largo y su correspondiente freno de boca se dirigía hacia nuestra sección y comprendimos que debía ser un Ferdinand. Me entró un sudor frío –¡estaba sucediendo justo lo que había temido! ¿Cómo lidiar con ello? ¿Qué hacer? No tenía tiempo para reflexionar –la orden de disparar estaba a punto de llegar. ¡Alto! ¡Alto! ¡Había una solución! Di rápidamente mis órdenes a los dos tiradores de la sección: «¡Korolev, a mi orden, dispara a la cadena derecha! ¡Kuzin, tú dispararás a la izquierda!».
Los alemanes ya habían abierto fuego, pero disparaban un poco a ciegas y sus proyectiles impactaban en el parapeto de la trinchera o rebotaban en nuestro blindaje. Era obvio que el enemigo estaba provocándonos para que disparásemos con el fin de localizar y suprimir nuestros emplazamientos. Al parecer, sus mandos desconocían la llegada de un regimiento de cañones autopropulsados al sector de la 307.ª División de Fusileros, y los alemanes avanzaban confiados en un asalto frontal diseñado para desmoralizar a los defensores.
«Muy bien por ellos; ¡su cadencia de fuego es el doble de la nuestra!», dijo Korolev indignado, como si me hubiese leído el pensamiento.
«¡Sé fuerte Valeriy, la cabeza fría es la garantía de la victoria!», respondí para calmar al tirador, que empezaba a ponerse nervioso. La distancia de los carros enemigos era de unos 600 metros cuando llegó, por fin, la ansiada orden del puesto de mando. El cañón ya estaba cargado y Valeriy, tras haber comprobado su mira, apretó el disparador gritando «¡disparo!», como se suponía que debía hacer.
Todos miraron con ansiedad el resultado del tiro –¿dónde impactaría el proyectil? Estalló en la parte lateral del blindaje frontal. Bien hecho, ¡pero el Ferdinand continuó avanzando como si nada hubiese sucedido!
«¡Valeriy! ¡Dale más abajo, en la cadena, ahora que empieza a subir la ladera!».
Korolev disparó dos veces más antes de lograr romper la oruga. El Ferdinand aminoró la marcha y se desvió a la izquierda, pero apenas había logrado cubrir varias docenas de cuando Lesha Kuzin, de la segunda tripulación, destruyó su segunda cadena. Ambas tripulaciones dispararon en otras tres ocasiones al ahora inmovilizado Ferdinand. Cinco de los seis proyectiles impactaron en la superestructura, conmocionando de tal modo a su tripulación que los alemanes abandonaron el vehículo poniéndose las manos en la cabeza.
Entre tanto, los cañones autopropulsados del comandante de la batería y de Gorshkov disparaban todavía sobre los carros alemanes, que avanzaban lentamente. El SU-122 de Fomichev permanecía en silencio. Desde el momento de abrir fuego, las tripulaciones tenían permiso para hablar libremente por radio. Me puse en contacto con Levanov, y me informó: «Hemos sufrido un impacto de rebote de un proyectil perforante, pero no hay bajas».
Viene de Los combates por Ponyri desde la perspectiva de un carrista soviético. Frente norte de Kursk (I)