Como la historia militar no se compone solo de soldados, y los hechos heroicos no son patrimonio de los combatientes más aguerridos, hemos querido traer hoy, para variar, la historia de quienes dedicaron su empeño no a matar al enemigo, sino a salvar vidas, y para ello nos centraremos, a modo de muestra, en la historia de tres jóvenes conductoras de ambulancia, y en algunas de las vicisitudes que vivieron durante la batalla por Toulon, a finales de agosto de 1944.
Marguerite –llamada Manitte- Cabanes, de 22 años -grande, rubia y guapa, la describen las crónicas- conduce su ambulancia, aquel 24 de agosto, por las calles de Toulon, acompañada por dos camilleros, hacia las posiciones de los blindados franceses que están conquistando la ciudad cuando se ve obligada a pasar por la plaza Nöel Blanche, donde evita de un volantazo varios explosivos alemanes allí colocados. Cuando llega a sus líneas informa de su presencia al oficial que comanda los blindados, preguntándole a renglón seguido si no van a suponer un problema. La respuesta afirmativa del oficial hace que ella y los dos camilleros se decidan a despejar el camino, y para ello vuelven al lugar con la ambulancia para a continuación empujar los explosivos fuera de la calle.
Poco después, hallándose sola junto al vehículo, se acercan a ella dos soldados alemanes, muy agresivos, recordará, que la agarran del brazo y amenazan con matarla. Parece evidente que la han vista participar en la retirada de los explosivos. Sin embargo, en ese momento, la voz autoritaria de un oficial alemán exclama <<¡Rápido, una ambulancia, rápido, rápido, hay heridos!>> En ese momento Manitte salta en su ambulancia, arranca y se marcha en la dirección indicada por el oficial, posteriormente, en una entrevista, contará <<estoy convencida de que ese oficial alemán, habiéndose fijado en mi difícil situación, dijo aquello para que me dejaran marchar, porque no vi ningún herido>>.
Al final de la guerra, por esta y otras acciones, recibiría la Croix de Guerre.
Una aventura muy distinta va a ser la vivida por Suzanne Bonnetête, quien a primera hora de la tarde del 21 de agosto se encontró, en los extrarradios de Toulon, con una difícil situación. Tras sobrevivir a un intenso tiroteo fue enviada a buscar heridos, con su ambulancia y el camillero que la acompañaba habitualmente, al garaje adyacente a un puesto de mando. Nada más entreabrir la puerta se encuentra con una extraña escena: tres argelinos heridos, sentados apoyados contra un muro, que apuntan, tensos, con sus armas. Cuando termina de abrir el portón del garaje se enfrenta a la otra mitad de la escena: cinco alemanes, también heridos, cuatro de ellos tumbados, que a su vez apuntan a los argelinos. Con gestos y voces suaves, y una gran sangre fría, la joven consigue que ambos grupos bajen las armas y la dejen entrar para evaluar el estado de sus heridas. Como no puede llevárselos a todos decide embarcar a cuatro alemanes, cuyo estado es mucho más grave que el de los tres argelinos, que sufren heridas de escasa importancia; aunque al final se lleva también al quinto, aterrado ante la idea de quedarse solo frente a los argelinos.
Fue una ardua tarea cargarlos en la ambulancia, sin embargo no todo terminó con ello. Apenas ha terminado de cargarlos cuando aparece un teniente, el cual, furioso al ver a los alemanes dentro de la ambulancia, agarra brutalmente a Suzanne por el hombro y la saca violentamente fuera del coche <<¡Como ¿Se lleva usted a los alemanes?>> la increpa el teniente. Sin arredrarse, sin embargo, la joven explica al oficial cual es la misión de la Cruz Roja, y sin darle tiempo a más, sube al coche, arranca y se marcha, un tanto asustada, todo hay que decirlo, hacia el hospital más cercano.
Menos suerte, en cierto modo, tuvo Monique de la Brosse. Tras muchos viajes al infierno la casualidad la sorprende en el patio del hospital de Sainte Anne, gestionado en ese momento por los alemanes, cuando un solitario obús cae cerca del lugar en que se encuentra y un trozo de metralla le secciona una arteria del brazo. Tumbada en el quirófano, cuando le pidan permiso para amputar, dirá simplemente <<que triste, a los 20>>. Por su actuación durante la batalla el General de Lattre de Tassigny le impondrá la Legión de Honor; y según las crónicas, el médico jefe alemán la habría propuesto también para recibir la Cruz de Hierro, en reconocimiento a los muchos heridos alemanes que transportó durante la batalla, pero la Cruz Roja se negó a gestionar la solicitud. Lástima, pues hubiera sido un magnífico ejemplo para demostrar que los actos humanitarios tienen valor para todos, y no para un solo bando.