Son las 22.00 horas del 30 de junio de 1942, la luna, casi llena, se alza sobre el mar del Sur de China, por donde navega el submarino estadounidense USS Sturgeon (SS-187), más o menos a la altura del cabo Bojeador, en Filipinas, cuyo faro permanece apagado, pues la guerra ruge por todo el pacífico. A bordo, la tripulación está tensa, pues hasta ahora no se han apuntado ningún éxito comprobado. Bien cierto es que cinco días antes el navío había disparado tres torpedos contra un mercante japonés que navegaba en convoy cerca de Manila, pero el inmediato ataque de un destructor los había obligado a sumergirse para sobrevivir a un chaparrón de cargas de profundidad, y si bien habían escuchado la explosión de un torpedo, no podían certificar que este hubiera hecho blanco y hundido el objetivo.
Tras 16 minutos escrutando un mar aparentemente vacío desde la torre, los vigías detectan una silueta, parece un carguero de considerable tamaño, abandonando el canal de Babuyán y dirigiéndose hacia el oeste a toda velocidad, con sus luces apagadas. Inmediatamente, el comandante ordena acelerar el andar para dar caza al enemigo, pues en aquellas aguas y navegando en solitario, solo puede tratarse de un buque nipón.
El primer problema al que se van a enfrentar los tripulantes del submarino es adelantarse lo suficiente a su objetivo como para posicionarse correctamente para el ataque, algo difícil pues el submarino no es capaz de alcanzar los 22 nudos teóricos que pueden dar sus propulsores, y el mercante es rápido. Sin embargo, tras hora y media de navegación, la víctima se ofrece, por alguna razón, inconscientemente, a quienes serán sus verdugos, al reducir su velocidad a 12 nudos. El USS Sturgeon lo adelanta, pero pasarán casi dos horas más antes de que se coloque en posición, en ángulo recto con la posible trayectoria del blanco, al que para entonces han identificado como un gran navío de carga de unas 10 000 toneladas (se trata en realidad del Montevideo Maru, de 7266 toneladas).
El primer torpedo abandona su tubo a las 02.25 horas, seguido a intervalos de ocho segundos por otros tres, cada uno de los cuales lleva una carga de unos 320 kg de explosivo. “Uno de ellos tiene que alcanzarlo”, anuncia el oficial que maneja el sistema de TDC (Torpedo Data Computer), desgraciadamente, tiene razón.
A las 02.28 hace exactamente 158 días que los japoneses desembarcaron en Rabaul. El dato, que aquí podría parecer irrelevante, tiene su importancia, pues a bordo del Montevideo Maru, que no es otra cosa que un “buque del infierno”, de transporte de prisioneros, viajan unos 1053 hombres provenientes de aquel lugar, muchos de ellos miembros de la Fuerza Lark, que había guarnecido el lugar hasta la invasión. En total, aunque las cifras no son seguras, estamos hablando de 845 prisioneros de guerra y 208 civiles, todos ellos encerrados en las bodegas. A las 02.28, un torpedo impacta contra el flanco del navío. Desde el submarino se puede ver una gran explosión, a proa del mástil principal. A la luz de las llamas se suman las del buque, que se encienden brevemente para volver a apagarse mientras los japoneses, marinos y guardias, corren presa del pánico para abandonarlo, dejando a bordo, encerrados en las bodegas, a sus prisioneros.
A las 02.40, la proa del Montevideo Maru se hunde bajo las olas llevándose consigo a los prisioneros, todo ha terminado. El submarino emerge para contemplar su obra, pero desconocedor de la carga que viajaba a bordo de su víctima, su comandante no se acerca a los restos para tratar de rescatar supervivientes. Nadie puede culpar a los tripulantes del submarino por festejar su éxito, ya que de una tacada acaban de causar un grave daño al transporte naval enemigo y de duplicar el tonelaje total hundido por su navío durante la guerra. De hecho, ningún occidental sabrá de la desaparición de estos prisioneros hasta finales de 1945. La noticia, qué duda cabe, supondrá un duro golpe para William L. “Bull” Wright, comandante del submarino, para el teniente Chester “Chet” W. Nimitz, oficial de tiro e hijo del comandante en jefe estadounidense en el pacífico, y para todos y cada uno de los tripulantes del sumergible norteamericano.
Si te gustó, te puede interesar La vida en el interior de un U-boot
Los yankees empezaron la IIGM con unos submarinos en teoría bastante buenos pero tardaron en conseguir éxitos. En parte se decía que era por unos torpedos inadecudos.
Comparando los submarinos y submarinistas yankees y alemanes. ¿Quien disponía de mejores submarinos?
La ventaja de los yankees fue que los japoneses no tenían capacidad para escoltar sus mercantes y los aliados si.