La batalla de Santa Cruz (VII). Un japonés dubitativo.

El fracaso del ataque de la escuadrilla del USS Enterprise durante la tarde del 25 de octubre se basaba en dos culpables fundamentales. Por un lado, el alto mando estadounidense, que había lanzado un raid demasiado tarde, sufrido terribles malentendidos en las órdenes y sobreentendidos en las comunicaciones, y cuyos pilotos se habían visto obligados a volver y aterrizar de noche sin haber logrado nada positivo, como explicamos en la entrada anterior.

El estilizado Shokaku, uno de los mejores portaaviones de la Flota Imperial

Sin embargo, toda batalla es un juego a dos bandos y los japoneses también habían tenido algo que ver con este terrible resultado final. Vamos a remontarnos al amanecer de aquel 25 de octubre, cuando un ordenanza despertó al jefe de la 1.ª División de Portaaviones para informarle de que los cazas de cobertura habían informado del derribo de un avión enemigo, probablemente un explorador que podría haber comunicado a su base la presencia del Shokaku y el Zuikaku, los dos últimos grandes portaaviones de flota japoneses. De inmediato, y con la intención de “desorganizar al enemigo” el vicealmirante al mando ordenó virar hacia el nordeste, a 20 nudos. ¿Por qué una maniobra tan pusilánime?

Es fácil de comprender si tenemos en cuenta que el vicealmirante que alzaba su insignia en el Shokaku no era otro que Chuichi Nagumo, el hombre que había perdido cuatro portaaviones en Midway en junio, algo más de cuatro meses antes, y que no estaba dispuesto a perder uno más. Su preocupación era tal que cuando el vicealmirante Kondo, su superior directo, le ordenó que atacara una fuerza que había sido detectada poco antes cerca de las islas Russell –se trataba de la TF 64 del contralmirante Lee, con un acorazado, un crucero pesado, dos ligeros y seis destructores, aunque los exploradores informaron de dos acorazados, cuatro cruceros pesados, uno ligero y doce destructores–, Nagumo se negó alegando que la distancia entre su flota y el objetivo, unos 560 km, era excesiva. Sin duda tenía razón, sobre todo teniendo en cuenta que esta iba a aumentar a lo largo de la jornada.

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El vicealmirante Chuichi Nagumo, probablemente el marino que mas portaaviones a perdido de la historia. Tras la batalla de Santa Cruz su carrera perdió fuelle. Acabaría suicidándose de un tiro en Saipán, el 6 de julio de 1944.

Iba a ser necesaria la intervención del propio Yamamoto para que Nagumo recuperara algo de agresividad. En primer lugar, le envió un mensaje directo durante la tarde del 25, reprochándole su falta de agresividad y urgiéndole a atacar con vigor, un auténtico insulto en la mentalidad militar nipona, pues estaba poniendo en duda su valentía. Sin embargo, Nagumo no parecía dispuesto a ceder y pidió ayuda a su jefe de estado mayor, el contralmirante Kusaka, quien, a pesar de que le había apoyado a la hora de tomar la decisión de virar hacia el norte, en esta ocasión se limitó a indicar a su jefe que lo seguiría allá donde fuera: hacia las fauces del enemigo o hacia las de la vergüenza. Finalmente, Nagumo iba a virar de nuevo hacia el sur a las 21.00 horas.

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Ryunosuke Kusaka, jefe de Estado Mayor de Nagumo, fue el hombre que convenció a este para que no se suicidara tras el desastre de Midway. En 1944 ascendería y sería nombrado jefe de Estado Mayor de la Flota Combinada. Sobrevivió a la guerra y murió en 1971.

Tan solo 18 minutos después, Yamamoto intervino de nuevo, esta vez con un mensaje directo a Kondo indicándole que “es muy probable que la flota enemiga aparezca al nordeste de las Salomon, y el día 26 la flota combinada hará lo posible por destruirla”. En esta ocasión el reproche era más suave, pero seguía allí, pues esta era la misión que se había incumplido en la jornada que estaba terminando. Poco después Kondo exhortaba a su vez a sus subordinados para que aprovecharan la reacción que provocaría en el enemigo el bombardeo nocturno de Henderson para buscar y destruir su flota.

A las 22.40 el contralmirante Matome Ugaki, jefe de Estado Mayor de la Flota Combinada animaba a todos los aviones de reconocimiento de todos los barcos a empeñarse en su misión “sin importarles el tiempo o los aviones enemigos”. Había cierto tono de batalla decisiva en el ambiente. A pesar de todo, los norteamericanos tenían una ventaja fundamental sobre los japoneses, sus Catalina de exploración disponían de radar, y los japoneses no. Aquella misma noche una escuadrilla de seis de estos aparatos enviada por el contralmirante Fitch lanzó un ataque contra los japoneses en el que el que tenía el radar a bordo guio a los otros cinco, armados con torpedos, hacia el enemigo. No pasó nada, pero en la oscuridad habría podido pasar cualquier cosa.

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