Estamos a 25 de octubre de 1942, en algún punto del Pacífico. Han pasado muchas cosas desde la fulgurante agresión japonesa a Pearl Harbor. Los nipones se han extendido por el pacífico, hasta ser detenidos en el mar del Coral y en la batalla de Midway. Ahora, con la situación un tanto más equilibrada, se combate por una isla perdida de la cadena de las Salomón. Un lugar del mundo en el que nadie se habría fijado nunca, de no ser por esta batalla: Guadalcanal.
La isla, remota, fue ocupado primero por los japoneses y después conquistada por los marines norteamericanos, que han establecido en ella una base que impide la expansión hacia el sur del Imperio nipón. Mientras, en tierra, se suceden combates y escaramuzas, en el mar, donde los norteamericanos son amos del día y los japoneses señores de la noche, el imperativo es suministrar y reforzar la isla. Todo ello nos lleva a la batalla de las islas Santa Cruz. Ya tuvimos ocasión de hablar de la flota japonesa y del mando norteamericano, así como de las Task Force desplegadas por estos últimos. También dedicamos una entrada a la detección de las flotas contrarias, un factor crucial en el pacífico, y de la situación táctica en la que se encontraban los estadounidenses que, insuflados por el ánimo agresivo del vicealmirante Halsey, su nuevo comandante en jefe en la zona, estaban dispuestos a darlo todo por acabar con algún japonés.
Esta es la historia del primer raid que lanzaron los estadounidenses. Eran las 13.36 horas de aquel día cuando se dio la orden de que 16 cazas Wildcat, 12 bombarderos en picado Dauntless y 7 torpederos Avenger del USS Enterprise despegaran para seguir a los doce aparatos de exploración que estaban despegando en ese momento. Pocos minutos después, el teniente Stanley “Swede” Vejtasa entró hecho una furia en el puente de mando del USS Enterprise, para protestar por lo que, a todas luces, era un error. Sus cálculos le indicaban, no del todo equivocadamente, que todavía estaban a unos 400 km de los japoneses, por lo que era inútil hacer despegar unos aviones que no tenían autonomía como para alcanzar al enemigo, sobre todo si, peor todavía, a causa de la hora de salida, estos aviones se iban a ver obligados a aterrizar de noche, una maniobra siempre difícil, sobre todo con pilotos inexpertos. No se sabe quién calmó a Vejtasa. Tal vez el argumento principal fue que los aviones no irían más allá de unos 240 km antes de dar media vuelta. La razón de hacerlos despegar, como ya hemos comentado, es que en aquella guerra aeronaval golpear primero era crucial, y si daba la casualidad de que los aviones de reconocimiento daban con los japoneses con una escuadrilla de ataque siguiéndolos de tan cerca, la ventaja de atacar de inmediato podía decantar la batalla.
El despegue tuvo lugar a las 14.08 horas, y las cosas empezaron a salir mal casi de inmediato. De los 16 Wildcat, bajo el mando del capitán de corbeta William “Killer” Kane, solo despegaron 11, de los que tres no consiguieron llegar al punto de reunión y tuvieron que volver. Quedaban 8. De los 7 Avenger, bajo el mando del teniente Albert P. “Scooter” Coffin, despegaron 6, todo un record si se tiene en cuenta que solo despegarían 5 de los 12 Dauntless, bajo el mando del capitán de corbeta James Thomas, quien además era el jefe de toda la agrupación. Los acompañaba el capitán de fragata Richard K. Gaines a bordo de otro Avenger, pero con funciones de observador y no de mando o de ataque. Una vez reunidos en los aparatos, Thomas, que había hecho sus cálculos, arrumbó de tal modo que, si se avistaba a la escuadra japonesa, podrían atacarlos desde el sur.
Hacia el noroeste volaban 8 Wildcat, 6 Avenger y 5 Dauntless, ¿hasta dónde? De inmediato hubo confusión en las órdenes, pues Thomas creyó recibir instrucciones de aumentar el alcance de su grupo hasta los 320 km, un mensaje que en realidad iba dirigido al grupo de exploración. No fue el único problema de comunicación. A las 14.50, un grupo de B-17 atacó la fuerza de Vanguardia del almirante Abe, que en ese momento navegaba hacia el norte a toda prisa, lo que significaba que los aviones del capitán de corbeta Thomas iban a ser incapaces de alcanzarlos, pero al contralmirante Kinkaid no se le ocurrió informar a sus pilotos para que volvieran, probablemente porque quería evitar romper el silencio de radio, y esperaba que dieran media vuelta al alcanzar los 240 km, con lo que llegarían de vuelta a las 17.35, con luz suficiente para aterrizar. Ya sabemos que no sería así, pues Thomas no solo se equivocó al creer que tenía que alcanzar los 320 km, sino que, desconocedor de que los japoneses estaban fuera de alcance, decidió aumentar esa distancia en 130 km más con rumbo norte, por si tenía la suerte de dar con el enemigo.
La distancia alcanzada por los aviones de Thomas ya era larga, y aún iba a empeorar pues, entre las 17.12 y las 18.02 horas de aquel día llegaron de vuelta al Enterprise los 12 Dauntless de exploración. Como ya hemos indicado, para recogerlos el portaaviones debía virar proa al viento, hacia el sudeste, lo que lo alejaba más todavía de los aviones enviados al ataque, que iban a aumentar la distancia entre los aviones de ataque y su base.
Eran más de las 18.30 horas, ya de noche, cuando los aviones de Thomas llegaron al punto de encuentro con el USS Enterprise, que no estaba allí. Se cumplía la profecía de Vejtasa, y peor. Algunas de las bombas de succión de los depósitos alares de combustible no habían funcionado bien, por lo que algunos aviones estaban, literalmente, secos; y también habían dado problemas los depósitos de oxígeno para los pilotos, algunos de los cuales volvían afectados por la hipoxia. En aquel punto, los pilotos arrojaron sus bombas y se dispusieron a darse un buen chapuzón, hasta que Vejtasa observó un rastro de aceite y recordó que el portaaviones tenía una fuga y, como pulgarcito, guio a sus compañeros hasta la base. Faltaba la parte más difícil, el caos y los accidentes causados por las prisas en posarse, la falta de combustible y la oscuridad iban a provocar la pérdida de 8 aviones (de un total de 19), cinco de ellos por amerizaje, tres por accidentes sobre el portaaviones, y la muerte de dos pilotos, uno de ellos en el mar.
Aquel día, sin combatir, los estadounidenses ya habían perdido un total de 12 aviones. Todos se preguntaban qué les traería el 26 de octubre.
Parece mentira que se cometieran errores de comunicación tan simples. Pero eso ha ocurrido desde que empezaron las guerras y supongo que seguirá pasando.
Supongo que las comunicaciones en aquella época daban lugar a eso, aún así, el combate y el caos que genera seguro que hace que sigan pasando cosas parecidas