Hoy hablaremos de un fenómeno de la cultura pop que prodigó por todos los frentes de la segunda guerra mundial.
En mitad del horror de la guerra, de su tedio y de sus mortíferos combates, hubo un misterioso nombre que siempre parecía preceder a las fuerzas aliadas: Kilroy. Muros derribados, cajas de municiones, señales de tráfico, casi cualquier objeto que se cruzara con los soldados norteamericanos en el mundo entero ya incluía una marca: «Kilroy estuvo aquí».
Pintado con pintura, trazado con tiza, el «Kilroy» saludó probablemente a millones de personas en cada rincón del planeta. Y no solo el mensaje, sino un dibujo que lo acompañaba de un tipo asomando la nariz detrás de una tapia con ojos diminutos mirando al observador. Acabó siendo una costumbre en las unidades de combate pensar que eran los primeros en alcanzar algún objetivo importante para luego descubrir que «Kilroy» les había ganado la partida. «Kilroy estuvo aquí».
Recorte sobre el descubrimiento de Jim Kilroy
Por supuesto, Kilroy recibía mucha ayuda, y ¿por qué no? Un poco de humor en medio de semejante carnicería y desolación podía convertirse en un extraño elemento positivo, un bálsamo para la salud mental de los muchachos. En cualquier caso, «Kilroy» se convirtió en un «fenómeno» que corrió como la pólvora. En todo el mundo, las hasta entonces pristinas superficies quedaron marcadas con el amigo Kilroy. Estaba en todos sitios.
Incluso una víctima de asesinato en Londres fue abandonada en la escena del crimen en su apartamento junto a un mensaje en el que se podía leer que Kilroy había estado allí; una aberración patética que demostró no tener relación con el genuino fenómeno Kilroy. El asesino resultó ser un enfermo mental que vivía en el apartamento contiguo, un hombre apellidado Kilroy. Ajeno a la broma global, no podía entender por qué la policía tardó tanto tiempo en detenerlo. Había dejado su confesión y su nombre junto al cadaver. La policía, sin embargo, había derivado la investigación desde el primer momento a las fuerzas norteamericanas que esperaban en territorio inglés a que se produjera la invasión de Francia.
¿Pero quien, o qué, era Kilroy exactamente? Las teorías son numerosas. Tras la guerra llegó el momento de ponerse en serio con el origen de esta popular moda y buscar pruebas que fueran concluyentes. La TCA (Transit Company of America) se convirtió en un factor principal, al establecer un concurso con un premio para el hombre que pudiera descubrir el origen con pruebas irrefutables. Jim Kilroy, un antiguo concejal de la ciudad de Boston y supervisor de astillero, oyó hablar del concurso y se unió a más de cuarenta ciudadanos apellidados Kilroy que buscaban el preciado título.
Su historia (a medida que los demás Kilroys iban cayendo eliminados) era bastante simple pero convincente. El Astillero de Fore River en Quincy le había encargado que revisara en su turno el número de remaches colocados en las planchas. Kilroy los fue comprobando marcando las planchas ya revisadas con una marca de tiza. Sin embargo, estas marcas acababan borrándose y Kilroy cobraba por plancha revisada, de manera que una plancha revisada dos veces supuso un quebranto económico para el bostoniano una vez que la administración se dio cuenta de que en muchas ocasiones pagaba doble por el mismo trabajo.
Entonces Kilroy comenzó a añadir con pintura el mensaje «Kilroy estuvo aquí» a medida que iba revisando las planchas de remaches. Entonces, a medida que los barcos recién construidos en el Astillero de Fore River fueron zarpando de las costas norteamericanas para la zona de guerra muchas de las marcas de pintura que había puesto Kilroy en las planchas metálicas eran todavía visibles. Los soldados norteamericanos que se dirigían a los frentes de combate pudieron ver las inscripciones.
La teoría de Jim Kilroy fue corroborada por sus compañeros de trabajo del astillero, y acabó ganando el concurso de la TCA, cuyo premio fue un tranvía. Curiosamente el nombre del hombre que se había propagado por todos los frentes hasta la trinchera más inmunda nunca estuvo realmente en persona en ningún escenario de combate.
Tranvía ganado por Kilroy
Lo que este garabato había hecho por el esfuerzo de guerra, disparando la moral de las tropas, era infinitamente superior a su propósito original de dar fe de la buena disposición de una hilera de remaches en una plancha de metal. (Ya solo queda averiguar el origen de ese hombrecillo de ojos diminutos que nos observa con la nariz asomada desde detrás de la pared.
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