Dice una historia, posiblemente apócrifa, que cuando tres días después de invadir Polonia Hitler recibió las declaraciones de guerra del Reino Unido y de Francia, se giró hacia von Ribbentrop, su ministro de asuntos exteriores, y le dijo algo así como. “¿Y ahora qué?”
Dice otra historia, totalmente inventada pero que tal vez sea cierta, que nada más firmarse el armisticio de Rethondes el 22 de junio de 1940 hubo un montón de gente: oficiales, políticos y soldados, en Alemania, que se hicieron esa misma pregunta. ¿Y ahora qué? Alemania acababa de derrotar al que hubiera debido ser su enemigo más poderoso, Francia, en apenas seis semanas, un hecho que, enfrentado a las previsiones germanas de una guerra larga, dejaba a Hitler preguntándose qué podía hacer a continuación con el otro rival que le quedaba: el Reino Unido.
Para empezar, podemos dividir las posibilidades estratégicas del Reich Alemán en dos grandes áreas: las pacíficas, que se desarrollaron a través de los torpes intentos de paz alemanes y que acabaron estrellándose contra la férrea resolución de Churchill y el resto de los británicos; y las bélicas.
Son estas últimas las que nos interesan especialmente hoy, y para ello vamos a citar, aunque con un orden un tanto alterado, las cinco opciones propuestas por el Lieutenant-Colonel Vincent Arbarétier en su libro “Rommel et la Stratégie de l´Axe en Méditerranée” (Rommel y la Estrategia del Eje en el Mediterráneo).
La primera de ellas fue sin duda la acción directa: invadir las Islas Británicas. Esta fue la opción más apoyada por el Ejército de Tierra, que dispuso para ello, entre las de primera línea y las de reserva, no menos de 39 divisiones; con las que esperaba enfrentarse a las 15 divisiones de infantería y 3 blindadas, más las fuerzas territoriales, que se consideraba que podían desplegar los británicos.
Sin duda la “pega” más famosa con la que se encontró esta idea fue la necesidad de controlar el aire sobre la zona del desembarco, pero esta no fue la única. Otra igualmente importante, aunque menos cacareada, fue la carencia de embarcaciones para el desembarco; y una más, de carácter psicológico, fue el miedo a que una eventual derrota acabara con el mito de la invencibilidad del soldado alemán.
Otras opciones fueron las que podríamos llamar de guerra de desgaste. Estas opciones fueron fundamentalmente dos: llevar a cabo una guerra aérea contra el tejido económico-industrial británico: fundamentalmente la industria alimentaria y del armamento, para destruir el país desde dentro, que fue la estrategia propuesta por la Luftwaffe; o ejecutar un ataque concentrado y constante contra las líneas de comunicación británicas empleando para ello las fuerzas submarinas y aéreas, agotando el país con acciones en su periferia marítima. Esta última fue la opción propuesta por el Almirante Doenitz.
Ambas, sin embargo, adolecieron de una pega importante: eran estrategias a largo plazo, y con un ojo virando lentamente hacia el este, Hitler no tenía tiempo para implementarlas antes de embarcarse en nuevas, y desastrosas, aventuras.
Precisamente con la Unión Soviética tiene que ver, en parte, la tercera posibilidad: la opción del asedio. Originada en los círculos políticos más que en los militares, esta idea proponía la creación de un inmenso bloque euroasiático, que incluiría la URSS y el Japón, para oponerlo a los países anglosajones. En cierto modo parece un “remake” de la estrategia napoleónica del bloqueo continental, y tampoco tuvo éxito. Sin embargo podemos ver señales de esta opción en la firma del Pacto Tripartito del 27 de septiembre de 1940. El punto en contra de esta opción, como ya habrá adivinado el lector, fue la Unión Soviética. ¿Se avendría? Y en caso afirmativo. ¿Sería un socio fiable? No podemos olvidar que fue, precisamente, la ruptura del bloqueo por la Rusia zarista, una de las razones que empujaron a Napoleón a ejecutar su desastrosa campaña rusa de 1812.
Probablemente la más rentable de todas las opciones posibles fue la opción indirecta. Esta línea estratégica, preconizada por el Almirante Raeder y los altos mandos de la flota de superficie, y a la que pronto se sumó el OKW, proponía que Alemania combatiera al Reino Unido en el Mediterráneo. No deja de ser llamativo que la marina alemana propusiera un tipo de estrategia que era típico de su oponente, sin embargo es indudable que, aunque era muy poco probable que se consiguiera derrotarlo de esta forma, tenía algunas ventajas. Para empezar ponía en peligro las bases navales británicas mediterráneas de Gibraltar, Malta y el levante, que eran tanto una necesidad naval como una indudable fuente de prestigio político; en segundo lugar, cerrar el mediterráneo, o al menos su mitad oriental, cortaba el tráfico naval enemigo, obligándolo a dar un larguísimo rodeo alrededor de África; en tercer lugar, una predominancia del eje en la región hubiera podido servir, si no para atraer a la contienda a la Francia de Vichy, si para obtener de ellas bases en Casablanca y Dakar desde las que ampliar el radio de acción de los submarinos; en cuarto lugar estas acciones hubieran sellado de modo muy efectivo el “blando vientre” de Europa, protegiéndolo durante la entonces planteada pero aún no iniciada aventura ofensiva hacia el este; y, en quinto y último lugar, hubiera asegurado el transporte logístico y militar del eje en la cuenca Mediterránea, facilitando, aunque no poniendo fácil, el acceso a los grandes y vitales recursos de los campos petrolíferos de Irak.
Dicho esto, el lector habrá adivinado leyendo estas líneas que prácticamente todas estas opciones fueron puestas en obra en mayor o menor medida. Sin embargo, fue la invasión de la URSS, la opción contraria al asedio, la que se tragó buena parte de los recursos necesarios para que las otras dieran algún fruto.
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Antes de atacar la URSS debieron volver a intentar la invasión de GB. En 1941 la Luftwaffe ya se había recuperado de las pérdidas del año anterior.
La guerra estaba perdida de antemano. Alemania no tenía la capacidad de producción de USA que fue quien mantuvo a GB y la URSS en pié. Sin el apoyo americano habría que ver si los ingleses hubieran resistido en 1941 y 1942. Y si los rusos hubieran lanzado su ofensiva de Stalingrado. Los alemanes se equivocaron en el cálculo de la potencia de combate soviética , parte por arrogancia y parte porque su destino manifiesto es el gran oriente y por tanto estaban abocados por su concepto del Lebensraum a intentarlo. Albert Speer si que lo vio claro pero como buen cínico superdotado siguió adelante sin remordimientos.
Me parece muy acertado tu conocimiento y tu opinion. La guerra era necesaria para todos y Rusia sencillamente no iba a dejar que Hitler venciera a todos sus rivales para luego ir a ahorcarlos a ellos. No habia forma de ganar.