Aquel 24 de julio por la noche, Mussolini parecía a punto de triunfar sobre sus colegas del Gran Consejo Fascista, a los que llevaba dominando desde hacía más de dos décadas. Dino Grandi, su oponente principal en aquella reunión, había sido incapaz de que su moción, lo suficientemente ambigua como para parecer a la vez una propuesta de finiquitar el régimen fascista o tan solo de deponer al Duce, no parecía capaz de convencer a sus compañeros. Entonces hubo un receso, que aprovechó para hablar de uno en uno con los miembros más interesantes (para él) de la reunión, para decirles individualmente lo que no quería afirmar en público.
Cuando se reinició el encuentro, abrió fuego Enzo Galbiati, comandante en jefe de los Camisas Negras, quien negó que hubiera una ruptura entre el fascismo y la nación –el argumento principal de Grandi– para indicar que lo único que sí había eran síntomas de derrotismo y traición entre los propios fascistas. “¿Qué dirían los batallones de Camisas Negras que acampan a las puertas de Roma si supieran lo que está pasando aquí esta noche?”. Entonces, Mussolini subió las apuestas y alegó que lo que Grandi estaba poniendo en jaque con su propuesta era al propio régimen fascista, en el que estaban todos implicados. Luego añadió que, además, el rey seguía apoyándolo, tras lo cual se encaró al resto de los presentes y les preguntó por la postura que iban a adoptar, avisándoles de que tuvieran cuidado con lo que contestaban. “¡Fate attenzione, signori!” (“tengan cuidado, señores”).
Los presentes se estremecieron de miedo. ¿Sería capaz de hacerlos arrestar? Parece ser que tanto Grandi como Bottai y Ciano, los tres conspiradores principales, habían traído granadas en sus maletines y, bajo la mesa, Grandi le pasó una de ellas e Cesare María de Vecchi, que también estaba a favor de la moción, mientras que Federzoni, otro de los conspiradores, prefería no saber nada del tema. Por otro lado, parece que la tensión dramática promovida por el Duce tenía, en realidad, más de farsa que de verdadera belicosidad. Mussolini, convencido de que dominaría la reunión, no había hecho preparativo alguno para arrestar a nadie (contra el consejo de su esposa, que le había recomendado que los encarcelara a todos). A cambio, se mantuvo impasible todo el tiempo con una única excepción: cuando Ciano, su yerno, habló y votó a favor de Grandi.
Confiado en que aún mantenía el favor del rey, es muy posible que el dictador no fuera capaz de darse cuenta de lo que significaba en realidad la moción de Grandi. En primer lugar, que había importantes líderes del partido que ya no confiaban en él ni en su liderazgo, y en segundo, que, si hasta entonces el fascismo y el interés nacional de Italia habían sido la misma cosa, al oponerse a él en el Gran Consejo el grupo de Grandi manifestaba que ya no era así y que Mussolini ya no actuaba en interés de la nación. “¡Que perezcan todas las facciones!, incluso la nuestra, siempre y cuando la patria sea preservada”, había dicho el Duce en un discurso de 1924, que Grandi le recordó entonces. Aún quedaba mucho por argumentar, pero a partir de ese momento cada vez hubo más presentes convencidos de que el dictador estaba acabado.
Finalmente, tras nueve horas de reunión el Gran Consejo Fascista procedió a votar la propuesta de Dino Grandi. En medio de la tensión de aquella madrugada ya del 25 de julio, de los veintiséis jerarcas presentes, diecinueve votaron a favor de la moción que expulsaba a Mussolini del gobierno de la nación. “Han provocado ustedes la crisis del régimen”, parece que exclamó entonces el Duce (recuérdese que no había taquígrafo). ¿Era realmente consciente de ello? Su actuación posterior parece indicar lo contrario, como parece haber sucedido con muchos de los que habían votado en su contra.
Al día siguiente, el dictador tenía una audiencia con el rey, a la que acudió como si no pasara nada.