Tras la bochornosa reunión de Feltre en la que, apabullado por Hitler, Mussolini había sido incapaz de decir absolutamente nada, llegó la hora de los generales. Durante el viaje de regreso Keitel y Ambrosio tuvieron una conversación que escenifica perfectamente el desentendimiento entre ambos aliados: Keitel preguntó a su interlocutor cómo iban las cosas en Sicilia, y Ambrosio cómo iban en la Unión Soviética. El italiano afirmó entonces sinceramente que la guerra estaba perdida, pero su homólogo alemán fue incapaz de procesar el comentario y se limitó a trasladarle las exigencias de Hitler: dos divisiones italianas más para enviar a Sicilia, la promesa de continuar la guerra y garantías con respecto a la línea de suministros a la isla.
Una vez en Roma, Mussolini tuvo que enfrentarse a sus generales, que le reprocharon no haber sido capaz de emitir palabra alguna ante el Führer, pero esta era la menor de sus preocupaciones. En aquel momento había tres facciones buscando su caída: los antifascistas, los militares y los fascistas disidentes. Los primeros, mayoritariamente en la clandestinidad, buscaban la eliminación del régimen y la vuelta a un gobierno parlamentario, sin embargo, carecían de fuerza suficiente como para actuar. Los segundos eran mucho más poderosos y ya llevaban tiempo actuando. Dirigidos por el general Castellano, querían que el rey volviera a ponerse a la cabeza del Ejército y acabara con el régimen mussoliniano. Sin embargo, el monarca era consciente de que lo que le proponían las fuerzas armadas era una dictadura militar dirigida o bien por el mariscal Badoglio o bien por el también mariscal Caviglia, en ninguno de los cuales confiaba. Por ello, estos cambiaron de plan. El 15 de julio Badoglio se reunió en audiencia con el rey y le propuso formar un Gobierno dirigido por él mismo, en el que se incluirían algunos políticos civiles. Solución que el rey también rechazó.
Dos días más tarde Víctor Manuel III se mostró dispuesto a acabar con Mussolini, pero a condición de que el nuevo Gobierno estuviera formado por funcionarios de alto nivel, gente que no se dedicara a ponerlo todo patas arriba. En esta ocasión, los que pusieron pegas fueron los altos jefes militares que formaban parte de la conspiración. En cuanto se diera el golpe, alegaban, habría que actuar rápido para evitar que los alemanes crearan una facción propia contra el nuevo Gobierno. Al pensar que estos se limitarían a actuar en el plano político, demostraban conocer muy mal a sus aliados. Finalmente, acordaron la necesidad de arrestar a Mussolini y utilizar al Ejército regular para controlar las milicias fascistas. Para el rey, poner a las Fuerzas Armadas a pastorear el país era un riesgo, pero era consciente de que las cosas no podían seguir así.
El 20 de julio, tras conocerse el triste resultado de la reunión sostenida en Feltre, el rey se decidió a actuar. Primero trató de convencer a Mussolini para que dimitiera, pero este, desconocedor de hasta qué punto el problema era él, se negó. Es más, convocó al Gran Consejo Fascista para el 24 de julio, convencido de que lo apoyarían, ofreciendo así una oportunidad de oro a la tercera de las facciones: la de los fascistas disidentes.
La historia de la rendición es apasionante y trágica (con ciertos aspectos cómicos), a partes iguales…
Los actores son lamentables a nivel general, pero la historia es interesantísima.
Esperando los siguientes capítulos.
Enhorabuena