Faltaban menos de veinticuatro horas para el inicio de la ofensiva en el sector norte del frente británico cuando el general Slim se personó en Janaquin, donde se estaban concentrando las tropas que iban a participar en este eje de invasión. El plan de ataque, que se había redactado a toda prisa, era obra del general de brigada John Aizlewood, comandante en jefe de la 9.ª Brigada Acorazada, y su punto focal era el paso de Pa-i-tak.
Este desfiladero montañoso, situado en el camino a Kermansah y, por consecuencia, sobre la carretera que llevaba hasta Teherán, objetivo último de la ofensiva, era una impresionante garganta en forma de V, descrita por el capitán Summers, del Household Cavalry, como un valle que “tras ascender a lo largo de 16 km terminaba, abruptamente, en un aparentemente intransitable precipicio de 600 m de empinada roca perpendicular”. En esta pared se hallaba el paso de Teki Geri, que daba acceso al corazón de Persia y por el que transitaba la única vía habilitada para vehículos en más de un centenar de kilómetros hacia el norte o el sur.
Dadas las circunstancias, Aizlewood había propuesto un ataque en tres ejes: uno para tomar los campos petrolíferos de Naft sah, a 40 km hacia el sur sudeste; otro, que sería transitado por una columna rápida, para flanquear el paso por el sur y llegar a posicionarse a retaguardia de la zona montañosa y una tercera que se lanzaría directamente hacia Pa-i-tak con la idea de pillar desprevenidos a los eventuales defensores.
El propio general Slim nos narra los acontecimientos del 25 de agosto, antes de amanecer: “Cruzamos la frontera liderados por los húsares, en sus siempre valientes pero decrépitos y un tanto ridículos viejos carros de combate Mark VI, cuyo único armamento era una simple ametralladora Vickers para cada uno y cuyo blindaje podía ser atravesado por casi cualquier arma. Para entonces empezaba a acostumbrarme a las invasiones. Aquella era la quinta frontera que había cruzado en el último año. Siempre era igual, sentía un escalofrío, pero no sucedió casi nada. Unos pocos disparos inofensivos, efectuados por unos guardias fronterizos que se esfumaron de inmediato, nos acogieron cuando rodeamos la localidad de Qasr-i-Shirin, a unos 16 km en el interior de Persia, pero no encontramos ninguna oposición real. Según fue aumentando la luminosidad, Aizlewood y yo Nos adelantamos con la vanguardia y, para media mañana estábamos casi a la entrada del paso de Pa-i-tak. Allí nos detuvimos, cubiertos por una cortina de carros de combate ligeros. Me puse en pie sobre el techo de mi camión de mando para estudiar aquella puerta histórica, a través de la cual, durante siglos, habían pasado tantos ejércitos […]. Visto desde abajo era un obstáculo formidable y aterrador. Las interminables llanuras del Tigris y el Éufrates, que se extendían a nuestra espalda durante cientos de kilómetros llegaban allí a un abrupto final, frente al gran muro fronterizo que era aquella escarpadura, que se extendía de norte a sur frente a nuestro avance. La carretera de Kermansah, que debíamos recorrer, ascendía abruptamente en la entrada del paso y, dando curvas y revueltas, se desvanecía entre los acantilados y las gargantas para emerger, 100 m más arriba, sobre la meseta de Gilan. En ese lugar, un mero puñado de hombres parecía capaz de detener un ejército varias veces mayor”.
A pesar de la afirmación de Slim, y aunque la inteligencia británica había situado en aquel lugar una fuerza de entre 5000 y 10 000 soldados iraníes, el lugar parecía desierto. El propio Slim empezó a avanzar por el paso, conduciendo su propio vehículo, intrigado por saber si el enemigo estaría ahí. Progresaron hasta oír disparos que venían desde atrás. “¡Por Dios! –Exclamó el general de brigada– ¡nos están disparando!”. De inmediato, el vehículo se retiró. En realidad, lo que habían escuchado era fuego contracarro iraní.
Más abajo se encontraron con los Gurkha de John Masters, esperando en formación de combate, listos para asaltar el paso. La llegada de su propio comandante en jefe desde la zona donde se supone que estaba el enemigo fue una auténtica sorpresa. “No hay nada hasta llegar a la cuarta revuelta –informó Slim– pero allí tienen un cañón contracarro”. De hecho, había un gran agujero de obús en la carrocería del coche, había faltado muy poco.
El típico aventurismo británico. Es curioso si una acción como esta la cuenta un oficial alemán, suena como una audaz maniobra exploratoria. La cuenta un británico y suena como una imprudencia fruto del amateurismo o del aburrimiento.