Estamos acostumbrados a “Ultra”, el excepcional servicio de información británico que permitió descifrar parte de las comunicaciones alemanas durante la guerra y que ayudó a que las altas esferas de Londres supieran con bastante precisión donde, cuando y como estaban desplegados sus enemigos. Sin embargo, dentro del marco de la guerra, “Ultra” no siempre fue una bendición, ya que la necesidad de no desvelar el secreto de su existencia obligó a los responsables de esta fuente a retener datos en más de una ocasión. Un ejemplo palmario de esto fue la lentitud con que reaccionaron los mandos responsables de la defensa de Creta, que habían sido advertidos, y se habían preparado, para rechazar un ataque desde el mar y no desde el aire.
Pero esta no es la historia que queremos contar hoy. La historia que hoy nos interesa, aunque casi contemporánea (es uno par de meses y medio anterior), tiene que ver con cómo se veían las cosas sin “Ultra”, es decir, con los métodos tradicionales: interrogatorio de prisioneros, escuchas radiofónicas, observación aérea y el empleo de espías locales, entre otros.
Trasladémonos entonces al Norte de África, a finales de febrero de 1941, el 28, para ser precisos, apenas unas semanas después de que los italianos hubieran sido espectacularmente derrotados en Beda Fomm. En ese momento, utilizando entre otras las técnicas que hemos citado antes, el S.I.M. (Servizio d´Informazione Militare) italiano, llegó a dibujar el siguiente retrato de las fuerzas británicas desplegadas en Cirenaica y que amenazaban Tripolitania:
“Entre el Agheila y Marada estaban desplegados el Grupo de Apoyo de la 7ª División Acorazada y un Regimiento de Coches Blindados; al sur de Agedabia una Brigada Australiana y la 4ª División Acorazada; al sur de Bengasi el grueso de la 7ª División Acorazada y la Brigada Motorizada Francesa; entre Bengasi y Derna dos divisiones del Cuerpo de Ejército ANZAC; en Tobruk tropas sin precisar; y en la lejanía, entre Bardía y Marsa Matruh, la 6ª División Británica, una división Neocelandesa, una India y una Polaca”. (Montanari, Le Operazioni in Africa Settentrionale).
Ya se habrá dado cuenta el lector de que este despliegue era muy superior al real. ¿Qué fuerzas tenían realmente los ingleses entre Cirenaica y Egipto en aquellas fechas?
Empezando por la mitad oriental de Libia, frente a las dos divisiones acorazadas, dos o tres australiano-neocelandesas y la brigada francesas citadas por los italianos; los británicos tan solo tenían en Cirenaica: elementos de la 2ª y la 7ª Divisiones Acorazadas, entre las que la primera era una unidad novata que estaba absorbiendo algunos elementos de la segunda, cuyos cuadros estaban siendo enviados a Alejandría para ser reorganizados tras el enorme desgaste de la campaña; la 6ª División Australiana, que pronto iba a ser enviada a Grecia y sustituida por la 9ª, inferiormente entrenada y comandada, que se encargaría de defender todo el oriente de Cirenaica, desde Bengazi a Tobruk; y en lo que a los franceses se refiere, la brigada no era más que un batallón recién formado.
En la frontera libio-egipcia, donde los italianos habían detectado la 6ª División Británica, una polaca y una india, no había nada. La primera de estas unidades se hallaba en realidad en Alejandría junto con la División Neocelandesa y la 1ª Brigada Acorazada (de la 2ª división), que se estaban preparando a partir para Grecia; y junto con la Brigada (que no división) polaca.
Finalmente si, como acabamos de ver, en Alejandría había dos divisiones y dos brigadas, de las cuales la mitad se preparaban para partir a Grecia; los italianos habían situado allí la División Motorizada “London” (la 56ª, que no llegaría hasta varios meses más tarde), otra división británica, una australiana, una india y una neocelandesa.
Dicho esto y por muy ridículo que parezca este cálculo erróneo, tampoco hay que utilizarlo para seguir la costumbre de subestimar a los australianos. Los británicos tenían muchos trozos de unidades diversas en el Mediterráneo Oriental, y estaban acostumbrados a transferir unidades de una división a otra, lo que aumentaba la natural confusión que sentían unos oficiales y agentes del servicio de información italiano que, a menudo, no disponían de medios eficaces para poder recopilar información que luego pudiera ser cribada hasta dar resultados fiables; y, desde luego, siempre era mejor pecar por exceso que por defecto.
Quien acabaría desmontando este despliegue y demostrando hasta qué punto era erróneo sería Rommel, quien, para espanto de sus superiores, que también consideraban correcta la información italiana, acometería a los británicos para encontrarse con una gran carencia y perseguirlos hasta Tobruk.
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