Eran las 3.30 de la mañana del día 8 de diciembre de 1941 cuando sonó el teléfono en el lujoso ático que ocupaba el último piso del hotel Manila y que servía de residencia al general Mac Arthur. Quien llamaba era el general Richard K. Sutherland, su jefe de Estado Mayor, para informarle de que Pearl Harbor había sido atacado por los japoneses. “Pearl Harbor, Pearl Harbor. ¡Se supone que es nuestra posición más fuerte!” parece que contestó el Mac Arthur con incredulidad. La confirmación llegó a las 5.30 horas desde Washington, por medio de un radiograma enviado por el general Marshall, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas estadounidenses, que decía: “HAN COMENZADO… LAS HOSTILIDADES ENTRE JAPÓN Y LOS ESTADOS UNIDOS… LLEVEN A CABO LAS MISIONES ASIGNADAS EN EL PLAN RAINBOW CINCO”. Era el plan previsto para caso de que se entrara en guerra con Japón, y entre otras cosas ordenaba que, en caso de iniciarse las hostilidades, las fuerzas aéreas debían llevar a cabo ataques contra las fuerzas e instalaciones japonesas que estuvieran a su alcance.
La fuerza aérea estadounidense en las Filipinas, sin ser apabullante era, no obstante, un adversario digno de ser tenido en cuenta. En Nicholls Field se hallaban el 17.º y 21.er Escuadrones de persecución, en Clark Field estaba el 20º de persecución y el 19.º Grupo de Bombardeo, que tenía 36 B-17 y en Ibo –donde estaba instalado el único radar del archipiélago– el 3.er Escuadrón de persecución, todos ellos en alerta desde alrededor de las 4.30; además, en del Carmen se hallaba, sin haber sido alertado, el 34.º Escuadrón de persecución.
Mientras los pilotos se iban aprestando para el combate, el general Brereton, comandante en jefe de la Far East Air Force, se dirigió al Cuartel General de MacArthur para recibir la orden de bombardear los aeropuertos japoneses en Formosa, pero cuando llegó a su destino –eran las 5.00– se encontró con que el general Sutherland le negaba el acceso a su jefe. El motivo que alegó fue que estaba “reunido”, aunque las fuentes de esta historia discrepan sobre si dijo que lo estaba con otros altos mandos en general, o con el almirante Hart o el presidente filipino Manuel Quezón en particular.
Brereton tuvo que marcharse con las manos vacías, pero sabiendo que el tiempo jugaba en su contra, volvió a personarse en el Cuartel General a las 7.15, de nuevo con la intención de solicitar a su comandante en jefe la orden de atacar Formosa. La escena que siguió fue casi la misma: Sutherland le impidió acceder al despacho de Mac Arthur y le indicó que aún no se había tomado una decisión y, cuando Brereton insistió, entró para salir unos minutos después e indicarle que su petición había sido denegada. “El general dice que no, no ejecutaremos el primer acto de guerra”. “¡Maldita sea –contestó Brereton– ¿Acaso lo de Pearl Harbor no ha sido un acto de guerra? ¿Acaso no se da cuenta el general de que estamos en guerra?” De nada le sirvió enfadarse, pues tuvo que volverse de vacío. La historia del jefe de las Fuerzas Aéreas estadounidenses en Filipinas no termina aquí. A las 8.00 volvió a llamar pero no dio con Sutherland, quien le devolvió la llamada a las 8.50 para ordenarle que no bombardeara Formosa por el momento y que no volviera a llamar para preguntar sobre esta cuestión.
Lo más llamativo, es que durante esa hora Mac Arthur había recibido una llamada del general Leonard T. Gerow, del Cuartel General de Marshall, para preguntarle si había recibido las órdenes de aplicar Rainbow 5, avisarle de que lo más probable era que las Filipinas fueran a ser atacadas en breve y advertirle de que las fuerzas aéreas no debían de ser sorprendidas en tierra como había sucedido en las Hawái. “Dígale al general Marshall que las colas de nuestros aviones están en el aire”, contestó Mac Arthur. No era del todo mentira.
A las 10.00 Brereton también incumplió las órdenes recibidas al volver a llamar a Sutherland para hablar del bombardeo de Formosa, para entonces ya habían sonado las primeras alarmas aéreas en el norte de la isla de Luzón. Eran las 10.14 cuando el propio Mac Arthur le llamó para autorizar el bombardeo.
¿Qué sucedió durante aquellas horas? Las teorías sobre el silencio de Mac Arthur son diversas, entre ellas una posible petición de Quezón de que se abstuviera de lanzar ataques desde las Filipinas para que estas permanecieran neutrales o la ilusión del propio Mac Arthur de que así sucedería si no hacía nada; pero lo más probable es que el general, que llevaba meses afirmando que las Filipinas estarían perfectamente listas para defenderse antes del verano del 42 y que era imposible que los japoneses lanzaran un ataque con anterioridad a esa fecha, sufriera un derrumbe nervioso al descubrir que se había estado autoengañando.
Lo peor estaba aún por venir.
Y tan autoengañando, las Filipinas no aguantaron ni media torta a los japoneses. Esta es una camapa convenientemente olvidada por los yankees porque allí tropas norteamericanas y no precisamente un par de batallones, fueron totalmente derrotadas. Quedo expectante a la espera de la siguiente parte.