Cuando en junio de 1940 Mussolini decidió implicar a su país en la segunda guerra mundial, todas las previsiones eran halagüeñas, incluso demasiado: Alemania estaba a punto de derrotar a Francia, cosa que sucedió unos pocos días después; y el Reino Unido se estaba quedando sin opciones, acorralado en las islas británicas y atrincherado en sus posiciones de ultramar, una de las cuales era Egipto.
Pocos meses después, en septiembre, el Mariscal Graziani, al mando de las fuerzas italianas en Libia, inició la ofensiva contra el protectorado Egipcio; una ofensiva que no fue más allá de Sidi Barrani. Pasarían meses antes de que volviera a haber movimiento a gran escala en el desierto, más concretamente hasta el 9 de diciembre, cuando las fuerzas británicas desencadenaron la Operación Compass, el contragolpe que debía devolver a los italianos a la frontera (y que al final conseguiría echarlos de Cirenaica).
Esta acción empezó muy bien. Totalmente desinteresados por la guerra e incapaces de defenderse frente a los carros de combate pesados “Matilda”, los italianos se rindieron en masa, lo que llevó a los británicos a subestimar a sus adversarios. Porque lo cierto es que no todos estaban dispuestos a tirar la toalla. Una de las armas italianas que se comportó magníficamente fue la artillería, y la primera prueba de ello la dio en la batalla de Buq Buq.
Tras unos combates bastante duros el 10 de diciembre en Sidi Barrani, la fuerza ofensiva del desierto occidental perdió los servicios de la 4th Indian Division, viéndose prácticamente limitada a la sola 7th Armored Division, los futuros “Desert Rats”. No obstante, el ataque continuó. El 11 de diciembre los británicos descubrieron a la 64ª Divisione di Fantería “Catanzaro” atrincherada frente a Buq Buq. Su posición más fuerte eran dos hileras de artillería compuestas por 20 piezas de artillería al este, desplegadas de norte a sur, y 33 al sur, desplegadas de este a oeste haciendo ángulo con las anteriores (las fuentes, hay que decirlo, varían, otras hablan de 35 y 25 piezas, respectivamente). Estas piezas habían sido bien fortificadas entre las dunas, con unos pantanos salados cubriendo su frente (este) y su retaguardia (el interior del ángulo).
Aquel día el CG de la 7th Armored Division recibió un mensaje del 11th Hussars, la unidad de reconocimiento divisionaria, indicando que “si el 3rd Hussars avanza hacia el oeste de Buq Buq, entre la pista de invierno y la de verano, entrará en contacto con una posición enemiga y podrá capturar prisioneros, pues están oponiendo muy poca resistencia”. No iba a ser así. El truco para cruzar los pantanos salados era avanzar con rapidez, sin detenerse; pero el escuadrón C del 3rd Hussars, equipado fundamentalmente con carros ligeros Vickers VI B, o bien no lo sabía o bien no hizo caso, y pronto se encontró atascado a un kilómetro de la posición italiana.
Mientras tanto, el escuadrón A siguió avanzando por el pantano para encontrarse repentinamente bajo el diluvio de fuego suministrado por los cañones de campaña y las piezas Breda de doble uso de los italianos. En esta ocasión los carristas británicos si se dieron cuenta de que no podían detenerse, con lo cual no podían invertir la marcha para retirarse, así que se lanzaron a la carga. Los que más se acercaron a las posiciones italianas llegaron hasta a 300m, pero de allí no pasó ninguno; los 10 Vickers VI B fueron destruidos, el Major Rickson, comandante del escuadrón, resultó muerto, así como otros dos oficiales y nueve hombres, a los que hay que sumar otros cuatro oficiales y doce hombres heridos.
En ese momento el Capitán Marsh, jefe del 3rd Hussars, decidió detener la masacre haciendo entrar en combate su escuadrón B, equipado con carros Cruiser Mk I. Fue entonces cuando sucedió unos de esos giros extraños que tiene a veces la guerra, pues de un error nació una victoria. Cuando el carro de Marsh surgió de la nube artificial desplegada para cubrir el despliegue de su último escuadrón se encontró solo ante los artilleros italianos, que se lo quedaron mirando como si fuera un meteorito recién caído a sus pies. El propio capitán británico debió llevarse también su parte de sorpresa porque cuando pudo darse cuenta de donde estaba se dio cuenta de que se hallaba en lo alto de una colina en pleno centro del dispositivo británico.
El Cruiser empezó a ametrallar en todas direcciones, y antes de escapar a toda prisa hacia sus líneas creó tal confusión en la barrera de artillería que cuando finalmente entró en combate su escuadrón B, con el 5º y el 8º pelotón atacando desde el este y el 6º y el 7º desde el sur, los italianos perdieron los nervios y se rindieron en masa.
Al final si hubo prisioneros que capturar (entre 2.000 y 3.000 hombres y más de un centenar de oficiales), pero la fría resistencia de los artilleros italianos, sobre todo frente al segundo ataque, fue un preaviso de otras situaciones similares que tendrían lugar en el futuro. El 3rd Hussars perdió 10 carros ligeros y 3 medios, mientras que el 8th Hussars, que también contribuyó a la captura de todos aquellos italianos, perdió otros cuatro carros ligeros y uno medio. Un precio alto si tenemos en cuenta los exiguos recursos de que disponían los británicos y que se enfrentaban a un enemigo deseando rendirse.
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