Para el 9 de julio de 1941 el pletórico Grupo de Ejércitos Centro alemán acababa de cerrado la bolsa de Minsk, después de rebasar a 21 divisiones de fusileros soviéticas y a 14 brigadas blindadas, capturando a 300.000 hombres, 2.600 carros de combate y 1.500 cañones del Ejército Rojo.
Para entonces también, el futuro maestro de enseñanza primaria Karl Fuchs, era jefe de carro y de sección en el 25º Regimiento Panzer perteneiente a la 7ª División Panzer, la antigua fantasma de Rommel en la campaña de Francia del año anterior. El 5 de julio de 1941 había enviado la siguiente carta a su esposa:
¡Mi querida esposa! ¡Querido hijo!
Hemos estado combatiendo durante muchos días y hemos derrotado al enemigo dondequiera que nos lo hemos encontrado. Permíteme que te diga que Rusia no es otra cosa que pura miseria, pobreza y depravación. ¡Esto es el Bolchevismo! Está muy avanzada la tarde y está ya bastante oscuro. Solo aguardamos a que lleguen las órdenes órdenes habituales: ¡súbanse a los carros! ¡arranquen motores! ¡en marcha!
Mandi (diminutivo cariñoso de la esposa), si estuvieras aquí y pudieses verme -curtido por el sol, polvoriento, sucio, ¡y con los ojos afilados como un halcón! Nuestras pérdidas han sido mínimas y nuestros logros espectaculares. Esta guerra habrá acabado muy pronto, solo luchamos contra un oponente muy fragmentado.
A medida que fue transcurriendo el tiempo y la campaña, también fueron llegando nuevas cartas. El 22 de septiembre Karl escribía que tanto el paisaje como sus habitantes, parecen eternamente grises y monótonos. Por doquier no había otra cosa que pobreza y una desgracia miserable.
Las condiciones también se fueron haciendo miserables para los combatientes del Reich. Barro, lluvia, con el tiempo y el espacio….. suspendidos. Y siguen las líneas, en el sentido de que una vez que la batalla haya acabado, la paz reinará para Alemania y toda Europa. Los hombres del frente estaban convencidos de ello, y también deberían estarlo los seres queridos en casa. Incluso a los niños se les debería enseñar esto en la escuela.
A comienzos de octubre, Karl formaba parte del avance alemán sobre Moscú. En una de sus cartas escribía:
Esos rusos necios no esperaban que las tropas de la Wermacht fueran a arriesgarse a desencadenar una ofensiva a las puertas del invierno. Ha llegado la última hora del Bolchevismo y eso significa también la inminente destrucción de la vieja Inglaterra.
Para el 15 de octubre, la nieve, cristalina y blanca, cubría como una alfombra los campos de la Madre Rusia. Entonces, aunque fuera a regañadientes, los soldados alemanes comenzaban a mostrar un respeto por el invierno ruso:
Lo que más tememos ahora es la nieve y las frías temperaturas reinantes, pero nos acostumbraremos a ello.
Su amigo Roland acababa de morir de sus heridas. ¿Por qué teníamos que morir ahora, a las puertas de la victoria? Pero no había tiempo de lamentar su destino. Al contrario, es tiempo de que los invasores alemanes piensen en vengar a sus camaradas. Esperan arrollarlo todo, pues tras las grandes victorias obtenidas hasta la fecha, difícilente iban a poder los rusos presentar una oposición seria.
A principios de noviembre, hubiera sido ya todo un detalle que Mandi le hubiera enviado a Karl algunas prendas de lana. Para el 11 de noviembre, las temperaturas en el área de operaciones se volvieron gélidamente frías como no habían experimentado nunca antes en Alemania.
El 12 de noviembre, Karl escribió a su madre contándole que probablemente él y sus camaradas no pudieran estar de regreso para finales de año, ni quizá para primeros del año 1942. Tendría que añorar a su hogar y su familia cuando llegaran las navidades. Pero sabían que debían afrontar la decepción, debían de hacerse sacrificios. Se trataba de una contienda por el futuro del pueblo alemán. Como decía en otra carta:
Vosotros en casa debéis tener siempre en mente qué hubiera pasado si estas hordas hubieran arrollado nuestra Madre Patria. ¡El horror que esto hubiera producido sería inimaginable!
El 2 de diciembre de 1941 le llegó a Mandi la primera carta oficial: Karl había caído en combate en el campo de batalla –su heróica muerte sucedió cuando luchaba bravamente por la mayor gloria de Alemania en un gran enfrentamiento con carros de combate soviéticos.
El jefe de la compañía de carros a la que pertenecía Karl, el teniente Reinhardt, le comunicaba que había sido enterrado en un digno lugar para su descanso eterno. Sucedió cerca de Klin, al norte de Moscú, quizá el lugar en donde más cerca estuvieron las unidades de la Wehrmacht de Moscú. Y allí quedó Karl Fuchs, sepultado, tragado para siempre, en el mismo paisaje monótono y eternamente gris que tanto había despreciado.
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