La neutralidad de Irán y la amenaza alemana. Verano de 1941.

El 22 de junio de 1941, Alemania desencadenó la Operación Barbarroja, y la Wehrmacht empezó a internarse en la Unión Soviética a una velocidad preocupante. Aunque ahora sabemos que la resistencia del Ejército Rojo fue mucho más correosa de lo que han sostenido las primeras generaciones de historiadores, y hemos podido evaluar hasta qué punto los constantes contraataques sirvieron para desgastar las puntas de lanza Panzer, lo cierto es que la impresión que se tenía entonces de la situación parecía, y era, sumamente preocupante.

Dos acontecimientos se complementaron para que los acontecimientos que se desarrollaban en Rusia enviaran ondas de choque hasta Teherán. Desde un punto de vista puramente militar, la victoria alemana en Smolensko y la aparente, ya la hemos comentado, falta de capacidad del Ejército Rojo para contener a los invasores, avivaron el temor británico a un ataque desde el norte, a través del Cáucaso, hacia las vitales reservas petrolíferas de Irak e Irán. Por otro, más logístico, el envío de suministros y material de guerra a los soviéticos, que se iba a plasmar por medio de los Protocolos de Moscú y la extensión de la Ley de Préstamo y Arriendo, suponía la necesidad de abrir rutas por las que pudieran transitar. Una sería el ártico, hacia Arcángel y Múrmansk, otra la del lejano Oriente, por Vladivostok y el transiberiano, pero la más importante tenía que llegar por el golfo pérsico y los puertos iraquíes e iraníes, a través de la propia Persia.

Llegados a este punto, es importante notar que en Irán, igual que había sucedido en Irak, la presencia alemana era bastante importante. Diplomáticos de diversos rangos, así como representantes comerciales e industriales, eran capaces de acceder a cargos elevados del gobierno del sah, y estaban desarrollando una nutrida propaganda antibritánica que, unida a las victorias militares, había llevado a muchos a considerar la presencia germana en la región como un hecho, para el que empezaron a prepararse. “La presencia alemana en Persia –escribió Adrian O’Sullivan, uno de los expertos sobre este tema en German Covert Initiatives–, sobre las líneas de comunicación entre el Oriente Medio británico y la India, y justo en la retaguardia del Ejército Rojo en Transcaucasia, era políticamente provocadora y estratégicamente inaceptable. La invasión era inevitable”.

Sin embargo, la cuestión suscitaría algunas dudas. “Hoy ha comenzado –escribió Jock Colville, asistente personal de Churchill 25 de agosto de 1941– nuestra largamente planeada invasión de Persia. Me temo que se trata de un acto agresivo y no del todo justificado, difícil de explicar excepto si aplicamos el dudoso principio del Salus populis suprema lex (el bien del pueblo debe ser la norma suprema)”.

Ciertamente, se trataba de un acto de agresión con una justificación parecida a la que habían empleado los alemanes para invadir Dinamarca o Noruega: la seguridad propia en tiempos de guerra, el acceso a recursos imprescindibles y el temor a que se adelantara el enemigo. “Hemos empezado la gran guerra por la democracia invadiendo tres países neutrales contra los deseos de sus habitantes o, por lo menos, de sus gobiernos”, escribiría John Masters, uno de los oficiales británicos que combatió en Birmania. Tal vez, en este contexto, la palabra democracia fuera clave, pero sin olvidar, como explicaremos en el futuro, que el otro invasor no era precisamente un país democrático.

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John Ruperto Colville, asistente personal de Churchill

Cabe preguntarse, llegados a este punto, si la invasión de Irán fue imprescindible, una cuestión que puede ser contestada desde los dos enfoques indicados anteriormente. Desde el punto de vista militar, los alemanes nunca iban a cruzar el Cáucaso, pues serían detenidos en Stalingrado en el otoño de 1942, pero eso era imposible saberlo a priori. Ahora bien, desde el punto de vista logístico, la increíbles infraestructuras que se iban a construir y gestionar en Irán para trasladar hacia la Unión Soviética decenas de miles de toneladas de suministros y material de guerra jamás habrían podido ser creadas y administradas por el gobierno del sah, y menos todavía con agentes alemanes sobre el terreno.

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