En medio del verde de la campiña inglesa, y tras haber superado las prefabricadas incomodidades de Toccoa, Benning, Mackall o Bragg, los paracaidistas de la 101.ª aerotransportada pensaron que, aquel 16 de septiembre de1944, habían llegado al paraíso. Sin embargo Aldbourne, en el condado inglés de Wiltshire, no era tal, sino una sociedad organizada y con costumbres propias que los “primos” llegados de allende el Atlántico no iban a tardar en quebrantar.
Los paracaidistas eran tipos duros, turbulentos, amigos del conflicto y de las peleas, que bebían con escasa moderación y no tardaron en causar daños importantes, materiales y físicos, cada vez que salían de permiso. Y esto no fue lo peor. Según historiadores como Mark Bando, sus relaciones con el sexo femenino, ya fueran prostitutas o jóvenes de buena familia, iban a tener como consecuencia un importante aumento de las enfermedades venéreas y de las acusaciones por violación de las buenas costumbres, si no directamente por agresión sexual, a secas.