Tal y como narramos en la primera entrada de esta serie, tras dos años de formación, los candidatos a oficiales de la Reichswehr, los mismos hombres que tan eficazmente servirían en la Wehrmacht en el futuro, habían pasado por seis meses de entrenamiento en orden cerrado, un año como soldados y suboficiales de bajo rango en algún regimiento y seis meses por la escuela de formación del arma de infantería. Entonces se enfrentaban a un examen que decidía su futuro, pues los que no lo aprobaban solían acabar devueltos a sus regimientos, donde el fracaso llevaba a la mayoría a licenciarse del ejército.
Para los que seguían adelante, tras un año completo (seis meses más después del examen, con el mismo programa), los oficiales eran enviados a las escuelas correspondientes al arma elegida: caballería, artillería, cuerpo de comunicaciones, ingenieros y transporte. En ellas, el año siguiente era similar al anterior, salvo que se insistía más en la táctica. Los estudiantes aprendían también a conducir vehículos a motor, y conseguían el correspondiente permiso. Al final de este curso volvían los siempre aterradores exámenes, que esta vez duraban seis semanas e incluían algunas pruebas orales, tras las cuales una nueva tanda de candidatos era expulsada del programa de formación de oficiales. Los que aprobaban, recibían el título de Oberfähnricht y eran enviados de vuelta a sus regimientos, donde en la última fase de su instrucción como oficiales, servían como jefes de la tropa mientras recibían más clases, efectuaban reconocimientos sobre el terreno y perfeccionaban su aprendizaje de idiomas.
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