Aunque la aparición bajo los focos, de forma más o menos periódica, de un innovador, lleve a pensar que el desarrollo de un arma o de una tecnología nuevas es fruto del pensamiento individual de uno solo, la realidad, tanto en el caso del portaaviones como en otros muchos, es que los grandes avances suelen ser fruto del trabajo en grupo de diversos entusiastas, como sucedió, por ejemplo, con el Landship Committee, de corta vida, en el caso del carro de combate. Estos grupos de especialistas, cuya función hubiera sido explorar nuevas ideas, desarrollarlas, probarlas y expandirlas por toda la Marina, en el caso británico no existieron, fundamentalmente por dos motivos.
Sir Murray Sueter, que llegó a ser contralmirante y miembro del parlamento, fue uno de los impulsores de la aeronaval y por algunas de sus obras de entreguerras, muy críticas, fue considerado prácticamente un traidor por la Royal Navy. Que fuera mienbro de la Anglo-German Fellowship y viajara a la concentración nazi de Núremberg en 1936 no ayudó.
El primero tuvo que ver con la propia idiosincrasia de la Royal Navy. Esta siempre había desconfiado de los ejércitos privados, de los ejércitos dentro de otros ejércitos, y la independencia adquirida por la Fleet Air Arm durante la primera guerra mundial llevó a su rápida disolución al acabar la contienda. La idea no era, en absoluto, acabar con el arma aérea, sino integrar plenamente a su personal dentro de la flota. Es decir, que esta, en vez de tener su propia organización, administración, reclutamiento, etc., dependería enteramente de los servicios de la flota, con la que debía ser un solo cuerpo, independientemente de las diferencias entre el servicio aéreo y el puramente naval.
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