Más allá de los objetivos de combate, Harold Gonsalves es el ejemplo del valor y la entrega por la salvaguarda de los camaradas.
Nació el 28 de febrero de 1926 en Alameda, California. Abandonó el bachillerato en su tercer año para irse a trabajar a Oakland. Más tarde se presentó voluntario al Cuerpo de Marines en mayo de 1943 y tras el periodo de instrucción, fue destinado al 2º Batallón de Obuses en Hawai. En mayo de 1944 su batallón fue agregado al 22º Regimiento de Marines, que participó en la campaña de las Islas Marshall y participó en la recuperación de Guam.
Retomando un viejo proyecto que hemos vuelto a poner en candelero en esto últimos días, vamos a proceder a analizar quienes fueron los comandantes y cuál fue la historia de otra de las divisiones de la Panzerwaffe, en este caso la tercera.
Organizada en el Wehrkreis III, esta “división del oso”, así llamada por la presencia del oso de Berlín en su emblema, fue activada el 15 de octubre de 1935 en el campo de maniobras de Wünsdorf, bajo el mando del GeneralleutnantErnst Fessman (6 de enero de 1881 – 25 de octubre de 1962). Este, un antiguo general de caballería que había formado parte del Ejército bávaro y había combatido en la Primera Guerra Mundial, provenía de comandar una unidad especialmente importante, la Panzer Lehr Brigade, que era la que se dedicaba a la formación y a la experimentación del arma blindada. Fessman permaneció al mando de la unidad hasta septiembre de 1937, momento en el que se retiró de la vida militar, aunque por poco tiempo. Volvió al servicio activo al estallar la guerra, comandando la 267 Infanterie Division en el frente del oeste al menos hasta mayo de 1941. Se jubiló definitivamente el 30 de abril de 1943, con 62 años. Fallecería en Pulllach el 25 de octubre de 1962.
Entonces, cuando empezaba a anochecer, apareció el mismo Nelson con el Vanguard. El buque insignia y los demás navíos atacaron a los franceses por el exterior, avanzando lentamente por la línea y reventándolo todo a su paso.
El único capitán desafortunado fue Iroubridge, el viejo amigo de Nelson. Éste embarrancó el Culloden en un banco de arena frente a la isla de Abukir, pero logró guiar correctamente a los dos barcos que quedaban por entrar en la bahía. Una vez allí los fogonazos de los cañones y los barcos incendiados iluminaron la apacible noche egipcia, al tiempo que cada uno tomaba la posición que le había sido asignada. «Todos conocían sus posiciones», manifestaría más tarde Nelson. «Estaba seguro de que cada cual eligiría su navío francés». El L’Orient de Brueys, con su bodega a rebozar de riquezas, se hallaba en el centro de la línea, cayendo sobre él el Bellerophon.
Son las 22.00 horas del 30 de junio de 1942, la luna, casi llena, se alza sobre el mar del Sur de China, por donde navega el submarino estadounidense USS Sturgeon (SS-187), más o menos a la altura del cabo Bojeador, en Filipinas, cuyo faro permanece apagado, pues la guerra ruge por todo el pacífico. A bordo, la tripulación está tensa, pues hasta ahora no se han apuntado ningún éxito comprobado. Bien cierto es que cinco días antes el navío había disparado tres torpedos contra un mercante japonés que navegaba en convoy cerca de Manila, pero el inmediato ataque de un destructor los había obligado a sumergirse para sobrevivir a un chaparrón de cargas de profundidad, y si bien habían escuchado la explosión de un torpedo, no podían certificar que este hubiera hecho blanco y hundido el objetivo.
Tras 16 minutos escrutando un mar aparentemente vacío desde la torre, los vigías detectan una silueta, parece un carguero de considerable tamaño, abandonando el canal de Babuyán y dirigiéndose hacia el oeste a toda velocidad, con sus luces apagadas. Inmediatamente, el comandante ordena acelerar el andar para dar caza al enemigo, pues en aquellas aguas y navegando en solitario, solo puede tratarse de un buque nipón.
Afganistán es una de esas guerras tan cercanas que no sabe uno si calificarla como historia o como noticia y, de hecho, forma parte de ambas. Todo recomenzó el 11 de septiembre de 2001, cuando un brutal atentado derribó las torres gemelas de Nueva York, variando el skyline, la línea que formaban los edificios sobre el horizonte y una de las imágenes emblemáticas de la ciudad, para siempre. No cabe duda que fue un acontecimiento traumático, lo suficiente como para que años, cuando tuve la ocasión de visitar Nueva York, los vendedores callejeros aún siguieran vendiendo “de tapadillo” los poster en los que se podían ver las torres gemelas. Un acontecimiento traumático que tuvo su primera repercusión al otro lado del mundo, en un país que se debatía entre el olvido y las primeras planas, en Afganistán.
Allí, todo había comenzado mucho antes del 11/9. La historia reciente del pueblo afgano es sin duda una de sinsabores, en parte de producción interna, y en parte potenciados por fuerzas externas. Primero fue la invasión soviética, promovida por un régimen que pretendía ampliar su área de influencia hacia el océano Índico recuperando una de las antiguas aspiraciones de los zares, solo que en esta ocasión la oposición no fue el imperio británico, sino el nuevo imperio estadounidense, que lo había sustituido en 1945. Norteamérica y, por supuesto, los propios afganos, los muyahidín, que se hicieron lo suficientemente famosos como para ser retratados –por supuesto como luchadores a favor de la libertad– en una de las entregas de Rambo, asaltaron las primeras planas de los periódicos, en el marco de la guerra fría.
Al no disponer de fragatas, Nelson no podía ampliar su exploración, alcanzando sus navíos a los de Bonaparte durante las horas de oscuridad (los oficiales franceses de hecho escucharon los cañones de señales ingleses durante una de las noches).
Línea francesa. La flota inglesa se acerca por la derecha.
El almirante inglés echó un vistazo a Alejandría y encontró el puerto vacío, dándose la vuelta para Sicilia. Apenas se podía creer que se hubiera equivodcado. Y en efecto, tan pronto como aparejos y juanetes hubieron desaparecido en el horizonte, los franceses, navegando hacia la costa comenzaron los preparativos para desembarcar. Nelson escribiría posteriormente: «los hijos del diablo tienen la suerte del diablo». La segunda vez fue diferente. Los transportes de Napoleón estaban amarrados en Alejandría, pero su flota, al mando de Brueys, trece navíos de línea incluyendo al gigantesco L’Orient, estaban anclados en la bahía de Abukir, cerca de la boca Rosetta del Nilo.
Uno de los mayores admiradores de Howe fue John Jervis, Earl de Saint Vincent (Conde de San Vicente), y el alumno más destacado e ilustre de Saint Vincent era Horacio Nelson. Howe había servido a las órdenes de Hawke, éste a las de Anson, y Anson recordaba a oficiales que habían luchado en la última de las viejas guerras contra los holandeses. La cadena de la tradición naval no se había interrumpido.
Batalla del Nilo, 1798. Explosiónd el buque insignia francés L’Orient.
Nelson zarpó por primera vez abordo de un navío a los doce años como joven guardia marina. Nacido en 1758, había servido de joven en las Indias Orientales a las órdenes de Hughes contra el líder rebelde indio Hyder Alí. Había luchado por tierra y por mar. Por tierra contra los españoles en Nicaragua y contra los franceses en Córcega, donde perdió su ojo derecho. Por mar en las Indias Occidentales, en Norte América, en el Atlántico y en el Mediterráneo, también contra españoles y franceses, perdiendo su brazo derecho en el fracasado intento de invasión de Tenerife.
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