El fotógrafo Sergey Larenkov ha estado haciendo estas composiciones de fotografías durante seis años. Describen las ciudades en ruinas de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a las heroicas que fueron liberadas del fascismo en sangrientas batallas.
Defensores de la fortaleza de Brest
En el proyecto hay más de un millar de fotografías. Aquí se exponen algunas de ellas desde el año 1941.
Cuando en 1906 los británicos decidieron poner en servicio el HMS Dreadnought es posible que fueran conscientes del hecho, fundamental en la historia contemporánea, de que con la aparición de este buque de guerra todas las flotas del mundo quedaban definitivamente igualadas, a cero, pues la aparición de este acorazado monocalibre, es decir, cuyas piezas principales eran todas iguales (10 de 305 mm, en cinco torre de dos tubos, en este caso), convirtió automáticamente en obsoletos a todos los demás acorazados del mundo. A partir de ese momento, el potencial naval de una flota iba a medirse en “dreadnoughts”.
Así, no es extraño que una potencia recién unificada como Alemania, que había llegado tarde a la carrera colonial y que era muy consciente de que la única forma eficaz, en aquella época, de proyectar su poder en el globo, era una flota poderosa, empezara a dedicar sus esfuerzos a construirla. Tampoco llama la atención que los británicos se preocuparan ante el crecimiento exponencial del poder marítimo de un país que, industrialmente, estaba empezando a superarlos. ¿Peligraban sus colonias?
Al comienzo de la Operación Tifón el Deparamento de Economía de Guerra y Armamentos envió a Hitler y a sus consejeros militares un nuevo informe (Voraussichtliche Entiwicklung der wehrwirtschaftlichen Lage Russlands mit Fortschereiten der Operation nach Osten) en el que evaluaba los progresos de la economía de guerra rusa a medida que iba progresando la guerra.
Sobre la base de cuatro posibles establecimientos del frente se sacaban conclusiones en relación a las consecuencias que estos distintos frentes producirían en la producción de armamentos. En los cuatro casos los argumentos se basaban en la pérdida por parte de Rusia de fuentes de materias primas y de zonas industriales que ya habían sido, o habrían de ser, capturadas y a la conquista de Jarkov, Kursk, Tula y Moscú.
Mientras se producían los grandes movimientos operacionales de la operación Barbarroja, con sus enormes embolsamientos y batallas de aniquilación, en el Alto Mando de la Werhmacht tenía lugar un apasionado debate sobre las posibilidades de superviviencia de Stalin y del Ejército Rojo.
Hitler no reaccionaba con la informacón que le habían suministrado sobre la situación en el frente. El ritmo de la ofensiva alemana había disminuido de forma considerable y estaba casi detenida para finales de octubre. El pueblo alemán comenzaba a ser cada vez más escéptico respecto a las noticias que anunciaban la victoria, como indica Robert Citino. Sin embargo Hitler, borracho de victorias y eufórico por la enorme cantidad de prisioneros y botín, pensaba que la guerra se había ganado ya.
Como hemos ido comentando hasta aquí, la historia de los tártaros de Crimea, en relación con los gobernantes de Rusia primero, y de la Unión Soviética después, había sido extraordinariamente conflictual. El kanato había sido una fuente de preocupación para la Rusia moderna, hasta su conquista, para posteriormente convertirse en el refugio de los últimos combatientes “blancos” de Ucrania, durante la Guerra Civil Rusa. Tras su evacuación y la llegada del gobierno leninista, los tártaros se vieron sometidos a una intensa persecución, distribuida en diversas fases y que terminó en 1941 con la llegada de la Wehrmacht. Entonces se convirtieron en perseguidores, dando una vuelta a la rueda tan injusta y cruel como la que ellos mismos habían sufrido anteriormente y, lo que es aún más triste, apoyando a unos amos que, en el fondo, también tuvieron la intención de deshacerse de ellos en el futuro.
Sin embargo, a partir de 1943 Alemania empezó a perder la guerra, los grandes proyectos de la Crimea germana empezaron a desvanecerse, y el destino de los tártaros de la península volvió a ser amenazante. El 9 de mayo de 1944 el último soldado alemán abandonó Sebastopol, dos días después, con casi toda la península de Crimea en sus manos, Stalin firmó un documento secreto, el Decreto 589ss del Comité de Defensa del Estado, parte de la cual rezaba:
Al contrario de lo que se ha dicho a menudo, la “División de Pickett”, entendida como una unidad militar concreta y completa, no participó en su totalidad en la última carga de Gettysburg. Hoy nos vamos a referir, precisamente, a esas unidades que, por diversos motivos, permanecieron muy lejos a retaguardia, como las brigadas de Jenkins y Corse, o a aquellas cuya misión en el campo de batalla no se encontraba en primera línea, sino bombardeándola.
El general Lee tuvo que discutir largo y tendido para que el presidente Jefferson Davis y su secretario de guerra, John Seddon aceptaran su plan de invasión del norte. En aquellos momentos en la confederación se discutía y se argumentaba agriamente sobre la mejor estrategia a seguir para ganar la guerra, y una de las facciones más poderosas, el “Western Concentration Bloc”, abogaba tenazmente por reforzar los frentes del medio oeste en vez de operar en la vieja Virginia.
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