BARBARROJA 3:00 – La Ruptura, 22 a 27 de junio de 1941. Pablo G. Romero

A raíz de la reciente publicación de Barbarroja 3:00 por parte de Ediciones Salamina, transcribimos parte del prefacio de la obra, en el que Pablo G. Romero esboza las circunstancias en las que se gestó la operación y los motivos que le llevaron a realizar la investigación y escribirla.

Barbarroja 3:00 – Ediciones Salamina

Todas la obras que he leído relativas a la operación Barbarroja tienen el mismo comienzo. Todas empiezan con una referencia horaria, las tres de la madrugada, un lugar geográfico, la frontera entre el Tercer Reich y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y dos enemigos irreconciliables, Hitler y Stalin. Y a pesar de ser repetitivas todas estas obras son fidedignas. En retrospectiva, en la historia de las guerras, que es la del ser humano mismo, nunca se había producido un acontecimiento a escala semejante, en cuanto a número de tropas, bajas sufridas, intensidad y alcance de las operaciones y la ferocidad con la que se combatió. Servir en el Ostfront era el peor posible destino, si hablamos del soldado alemán. No era sólo una guerra. Se trataba de una Cruzada ideológica no para vencer a un enemigo, sino para aniquilarlo.

          Recogida en las páginas de su obra «Mein Kampf» («Mi lucha») escrita en sus años de joven activista político, Adolf Hitler apuntó la necesidad de ampliar el espacio vital del pueblo germano (Lebensraum), a costa de arrebatárselo a otros pueblos más al este. Su ideario político justificaba la necesidad de erradicar el Bolchevismo como una especia de «cáncer» de la humanidad, además de su animadversión hacia el judaísmo. Estos principios ideológicos convirtieron esta campaña en algo terriblemente singular.

          Algunos me han preguntado cómo es posible que Alemania cometiera el error de embarcarse en una campaña para conquistar la Unión Soviética. ¿Acaso no es de necios pensar que no es posible ocupar militarmente el estado más extenso del planeta? Pero Barbarroja, no era un plan de conquista. En la directiva número  21 firmada por Adolf Hitler unos meses antes se definieron los objetivos, que no eran otros que la destrucción del Ejército Rojo en el campo de batalla. Esto debía hacerse de manera fulgurante para provocar una crisis en el aparato militar y político, que colapsara el estado comunista y propiciara el derrocamiento del líder del Comunismo internacional, Stalin. La Wehrmacht, la maquinaria militar más avanzada de la época, victoriosa en todas sus campañas (excepto por el momento  en la conquista de las islas británicas), daba por sentado que tamaña empresa podía llevarse a buen término en seis semanas. Mucho antes de que «el general invierno» del que habló Napoleón, se aposentara en los campos de la Madre Rusia. Esto no sucedió…

          Dos años y seis meses me ha llevado concluir esta extensa cronología. Mientras más investigaba en archivos y cotejaba datos de diversas fuentes, me preguntaba cómo era posible que unos siete millones de hombres fueran capaces de disponerse a lo largo de una larguísima frontera (desde el círculo polar ártico hasta las aguas del Mar Negro) y esperar lo inevitable con los brazos cruzados ¿Acaso era posible desplegar tal maquinaria militar tan secretamente que los regimientos fronterizos de la NKVD ni siquiera se percibieran de ello? El traslado, efectivamente, de las tropas y divisiones alemanas desde los campos de Francia hasta la Polonia ocupada (repartida en secreto acuerdo entre Hitler y Stalin) y por lo tanto, común frontera entre ambos, fue salvaguardado por un ambicioso plan de despliegue. Pero hubo «oídos» que lo  «escucharon». Y a tales oídos no se les dio crédito…

          Los dos acérrimos enemigos se regían bajo los términos del «Pacto de Acero», firmado el mes anterior a la invasión de Polonia y durante años habían estado colaborando comercial y militarmente. Al igual que todos entonces, aún me sorprendo de cómo era posible este estrecho entendimiento, que, entre otras cosas posibilitó la repartición de Polonia y su desaparición como estado en 1939. ¿Qué lógica podría tener un acuerdo de cooperación y asistencia entre los actuales Estados Unidos de América y Al Qaeda? Con este paralelismo sólo pretendo remarcar el carácter anti-natura con la que se vio en 1939 y hoy en 2014.

          La operación Barbarroja no fue exclusivamente una guerra del Tercer Reich contra la Unión Soviética. Debo ser preciso. Voy a permitirme el lujo, estimado lector, de establecer otro paralelismo. Al igual que en 2001 los Estados Unidos de América declararon la guerra al «terror» y animaron al mundo a acompañarle en esta ingente tarea, el Tercer Reich hizo de paladín contra el Bolchevismo (y el judaísmo internacional), acompañado por numerosos aliados. Así es. No establezco más similitudes ni de orden político, ético, moral, racial o religioso. Me atengo únicamente al hecho bélico, por el cual, como estudioso de la Historia Militar, siempre me he sentido fascinado y a la vez sobrecogido por la envergadura de un acto humano que acabó con la vida de más de veinte millones de personas (el 90% de ellos militares y civiles de la extinta Unión Soviética).

          Otras naciones acompañaron al Reich en esta operación declarando la guerra al estado comunista. Rumanía, Italia, Hungría, Eslovaquia, Finlandia…lanzaron sus fuerzas a través de las fronteras de la Unión Soviética como aliados del Eje. Otros países, como España, pusieron a disposición de la Wehrmacht una división de infantería y una escuadrilla de cazas (ambas informalmente denominadas «Azul»). Otros hombres a título individual  se alistaron: escandinavos, holandeses, belgas e incluso franceses y algunos británicos. Posteriormente una vez comenzada Barbarroja, se alistaron Ucranianos y bálticos. También hubo rusos que se volvieron contra Stalin.

          A las 03:15 horas de Berlín del 22 de junio de 1941 comenzó la Gran Guerra Patriótica, Velikaya Otochestvennaya Voina, como la denominaron los soviéticos. Ese mismo mes de 2011, setenta años después de su inicio, me dispuse a escribir esta extensa obra, una cronología de las primeras semanas de la campaña. La obra pretende ser detallada y rigurosa desde el nivel estratégico hasta el táctico y complementada con experiencias y relatos de combatientes, que, espero, acercarán  de alguna manera al lector a aquellos trágicos eventos. Intentaré relatar las acciones ocurridas día a día hasta el 8 de agosto de 1941. No cubre por lo tanto ni el cerco de Leningrado, ni la toma de Kiev, ni la operación «Taifun» contra Moscú.  La obra se ciñe además a los tres principales teatros de operaciones, sin considerar el más septentrional de todos, el de Noruega, al mando del Generaloberst Nikolas von Falkenhorst.

          Otras victorias espectaculares conseguiría el Ostheer después del 8 de agosto, pero la famosa Guerra Relámpago de Hitler fue más patente que nunca en esas primeras semanas, cuando todavía se tenía esperanzas de acabar la campaña en un período de seis a diez semanas.

          La propaganda de la época presentó al mundo a la Wehrmacht como la vencedora en todos los campos de batalla y a su arma aérea, la Luftwaffe, como la dueña indiscutible de los cielos. Es común encontrar literatura por doquier que atestigua que la aviación soviética o VVS (Voenno-Vozdushnye Sily ) fue pulverizada en sus mismas bases en las horas del amanecer del domingo 22 de junio. Parte de ese mensaje ha sobrevivido setenta años después. Las cifras de aparatos soviéticos destruidos en horas recogidas en los informes de misión fueron impresionantes. Pero para ser justos, es necesario matizar estos datos.

          Una vez iniciado el proceso de desclasificación de los archivos secretos del Ejército Rojo  a finales de los noventa, miles de ellos son de público acceso y están arrojando datos que ofrecen una nueva perspectiva. Los archivos centrales del Ministerio  de Defensa de la Federación Rusa han dado un contrapunto a las «toneladas» de obras escritas sobre el tema en los países occidentales. La Luftwaffe salió a volar en esas horas previas al amanecer y asestó un golpe devastador, sí, pero no fue decisivo. La VVS sufrió daños catastróficos en el suelo pero «salió al aire» y nunca dejó de combatir , eso sí, en unos cielos dominados por los veteranos pilotos de caza de los Messerschmitt.

          Así como en los cielos, en la superficie los alemanes gozaban de una ventaja técnica y de superior experiencia. Pero esta literatura a la que hago referencia, pretende mostrar la equivocada imagen de un ejército alemán plenamente motorizado con numerosas divisiones acorazadas, las Panzerdivisionen. Aún existe hoy día una romántica aureola alrededor del invencible Panzer alemán. No obstante, en aquel verano la mayor parte de los soldados alemanes, los Landser, marchaban a pie, como lo hicieron sus padres en la Gran Guerra y su equipo pesado era tirado por caballos. Divisiones Panzer había muy pocas en números relativos.

          La Wehrmacht se lanzó adelante con modernos carros de combate como el Panzerkampfwagen IV, que era superior a los modelos de preguerra soviéticos con débiles blindajes. Pero los modelos germanos más numerosos eran equivalentes a los soviéticos o inferiores, si nos referimos a los PzKpfw. II. (con un cañón de pequeño calibre de tiro rápido de 20 mm.) o incluso a los PzKpfw. I. (con dos sencillas ametralladoras de 7,92 mm.). Además había unidades enteras dotadas de «veteranos» carros de combate de fabricación checa, capturados con ocasión de la ocupación de ese país. ¿De dónde proviene pues el mito del Panzer? De su doctrina de empleo y no necesariamente de su cualidad técnica.

          De la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial surgieron hombres como el General Heinz Guderian, quienes vieron las posibilidades de empleo del tank, así denominado por los británicos, Panzer o carro de combate. Los hombres como él se negaron a limitar el uso de la nueva arma sólo para el apoyo del avance de la lenta infantería, sino que imaginaron grandes masas acorazadas penetrando velozmente a través de las líneas enemigas hasta su retaguardia. La nueva doctrina, combinada con el uso de aviones de ataque precisos, dio a luz una nueva forma de hacer la guerra. Se la llamó Blitzkrieg, la Guerra Relámpago. Los Panzer, junto con los bombarderos en picado Ju-87 Stuka, conquistaron Polonia y Francia. La U.R.S.S., consecuentemente, iba a ser la siguiente en sucumbir. La doctrina sigue vigente. La operación «Tormenta del Desierto» en tierras del Golfo Pérsico en 1991 fue una copia a escala reducida de Barbarroja.

          En las escuelas de oficiales germanas se animaba  a usar la propia iniciativa en el curso de la batalla. El sistema de mando y control soviético era rígido. Los carros de combate alemanes disponían de radios para su coordinación en mitad de la lucha. Los soviéticos no. La Wehrmacht llevaba ya casi dos años de experiencia en operaciones reales. El RKKA (excepto unos pocos veteranos de la Guerra Civil Española, el conflicto de Khalkin Gol y la «Guerra de Invierno» contra Finlandia) no. El Panzer no era superior al carro soviético en términos generales. De hecho, el RKKA disponía de modelos secretos modernísimos. Los temibles KV de más de cincuenta toneladas y los T-34 fueron una agria sorpresa de los que nada se sabía. Para suerte de los Landser aquel año aún había pocos.

          El mundo iba a cambiar a las 03:15 horas del 22 de junio de 1941. Hitler así lo predijo. Barbarroja daría comienzo a un larguísimo conflicto que duraría 4 años más y concluiría con los ejércitos de Zhukov y Koniev combatiendo en las calles de Berlín. En conversaciones con allegados de la extinta U.R.S.S. siempre les he dicho lo mismo: «La Segunda Guerra Mundial la ganó la sangre de 20.000.000 de soviéticos, la tenacidad británica y las fábricas americanas». Una nueva era comenzó en 1945, pero curiosamente los frutos de la victoria los recogieron los Estados Unidos de América, primera potencia nuclear de la Historia. El mundo colonial, encabezado por el imperio británico, había recibido el tiro de gracia y estaba a punto de desaparecer.

Pablo G. Romero

          Mi carrera militar como piloto de caza me ha dado la posibilidad de «transportarme» a 1941 de una manera diferente a la de muchos autores y comprender las circunstancias y los sentimientos de aquellos hombres enfrentados a una carnicería de proporciones descomunales. Participé en las operaciones aéreas sobre la antigua Yugoslavia en la segunda mitad de los noventa a los mandos de un F/A-18 «Hornet», como capitán destinado en el Ala 12. Me atrevo a decir que puedo entender las dificultades a las que unos y otros se enfrentaron. Disculpe mi arrogancia, estimado lector, pues la escala de ambas guerras no es comparable; pero me atrevo constatar que soy consciente de que antes de cada misión, cuando en los escasos minutos en los que los pensamientos vuelan, mientras el vehículo de traslado de tripulaciones va desde la sala «briefing» hasta la línea de vuelo, uno sabe que «se la está jugando».

          Mi experiencia de tres años en el MACOM «Mando Aéreo de Combate», como oficial de operaciones y planeamiento de misiones aéreas, me ha aportado asimismo la perspectiva de los hombres de «retaguardia». De aquellos oficiales que no manejan armas, sino mapas e informes y que asesoran a los jefes militares del mejor curso de acción a tomar. La obra está escrita intencionadamente en el presente del verbo. Espero que esto también ayude al lector a ver los hechos como «si se estuvieran produciendo en este momento».

          Muy tarde en la noche del sábado 21 de junio un tren soviético de mercancías llegaba a la frontera del Reich. Stalin no lo sabía, pero iba a ser el último de sus trenes de los acuerdos comerciales de cooperación. Las tropas alemanas apostadas en el sector lo observaron con ironía. El último de los trenes…Entonces las agujas de los relojes marcaron las 00:00 horas del domingo 22. Nadie podía dormir. El minutero volvió a saltar hacia adelante de nuevo. La cuenta atrás ya no se podía detener…

Pablo G. Romero

Barbarroja 3:00 (Vol. I) – La Ruptura, 22 al 27 de junio de 1941

páginas: 200 (23 x 15cm)

Precio: 14 euros

Tienda online Ediciones Salamina (gastos de envío gratuitos)

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