Siguiendo con nuestra serie sobre los Tercios españoles, abordaremos hoy con cierto detalle todo el sistema normativo-consuetudinario que regulaba un motín. Y no solo eso….
También abordaremos la impresión que suscitaba la manera de amotinarse de los españoles a un extranjero, como Pierre de Bourdeille, Señor de Brantome; el modo en que los mandos españoles afrontaban y negociaban los motines, examinando una carta original de Francisco Verdugo, gobernador de Harlem, enviada a los amotinados de La Haya; y algun casos curioso en los que los motines se abortaban por la intrepidez y el arrojo de los mandos.
Las condiciones de vida de los soldados de los Tercios en los territorios de Flandes, ya fueran españoles, italianos, borgoñones o tudescos, fueron siempre duras en comparación con las disfrutadas en otros dominios del Rey Católico. Tenían que subsistir en un país de clima severo, con una población casi siempre hostil, lejos de su tierra y rodeados de naciones enemigas.
Otro problema al que tuvieron que enfrentarse de manera reiterada los soldados fue la maltrecha situación de la Hacienda real, que no daba abasto para cumplir con el pago de las soldadas. No era raro que la tropa acumulara retrasos de varias pagas, lo que unido a periodos de escasez de alimentos y vestido, provocaba deserciones y motines.
En una primera época, y debido al aislamiento total que sufrían las tropas, la deserción era una opción prácticamente inviable, por lo que las crisis se resolvían generalmente mediante motines. Entre 1572 y 1607 se produjeron 45. Las consecuencias de los grandes motines fueron desastrosas para la guerra contra los rebeldes holandeses, a la vez que de trágicos resultados para la población local.
Como atinadamente señala Parker, los motines eran acciones de desobediencia organizada, donde se mantenían férreamente la disciplina y la cohesión de la tropa. La chispa que desencadenaba un motín solía ser insignificante: rumores sobre una nueva campaña sin paga, una humillación por parte de un oficial, la suspensión accidental de provisiones y víveres. Normalmente se trataba de acontecimientos que colmaban la gota en un vaso de penalidades sufridas durante largo tiempo.
El Señor de Brantome
Pierre de Bourdeille, en sus Rodomontadas describe el comienzo de un motín, a la manera española, de la siguiente manera: Comienzan a quejarse unos con otros, y después hacen correr sordamente la voz: “Motín, motín, y luego gritan muy alto: A fuera, a fuera los gusmanes. Apártense porque nos queremos amotinar.
Al percibir el rumor, los gentilhombres y oficiales se retiraban enseguida, por no poner en peligro su vida; o su honor, con el dilema de elegir entre la lealtad al Rey o a sus hombres. En cualquier caso, una vez amotinados, todos los hombres, al margen de su condición social o rango, pasaban a ser iguales.
Una vez reunida la tropa, elegían a un líder, el Electo, al cual daban plena autoridad, sin posibilidad de renuncia, so pena de ser pasado por las armas. El electo era asesorado por un Consejo también electivo compuesto por entre 3 y 8 soldados, más un secretario encargado de escribir las ordenes y gestionar la correspondencia. La política exterior (es decir, las relaciones con los oficiales enviados del Rey) correspondía al Escuadrón (la comunidad), y no se podía hacer ninguna proposición u oferta al exterior sin el común acuerdo.
Tras la elección, si estaban en campaña intentaban tomar por sorpresa alguna ciudad que pudieran utilizar como base. Una vez instalados, empezaban a procurarse provisiones y a formular sus agravios. Las exigencias de los amotinados solían incluir: el cobro de los atrasos, bajo el lema Todo Todo Todo, o Todo y en Oro; garantías de no ser represaliados (el Perdón, o Pasaporte para abandonar Flandes) y la libre elección de compañía una vez finalizado el motín.
El Intermediario para arbitrar un acuerdo entre los amotinados y el Rey tenía que ser una persona respetada por ambas partes. Las peticiones hechas por los amotinados, que se hacían mediante un texto articulado, debía responderlas el Capitán General. La mejor forma de resolver un motín era pagar enseguida los atrasos, pero si el monto era grande, el problema no tenía una solución inmediata porque ni el Gobernador local ni el Rey Católico tenían con qué pagar. Una vía intermedia era el Sustento, un adelanto a cuenta de los atrasos facilitado por el Gobernador mientras se solucionaba el problema.
A cambio se exigía a los amotinados evacuar la ciudad y tomar posesión como guarnición oficial de una nueva ciudad asignada por el gobierno. Una vez recibidas las pagas, muchos preferían abandonar el ejército y el país. Los cabecillas más significados solían ser respetados durante un tiempo pero las autoridades les procuraban destinos peligrosos, muriendo casi todos combatiendo al turco. Respecto a la política que se siguió en la resolución de los motines, la excesiva atención prestada por las autoridades españolas a las tropas amotinadas respecto de las que se mantenían leales, provocó en numerosas ocasiones que esta práctica se viera incentivada de manera inconsciente.
Algunas banderas de las tropas hispánicas del Rey Católico
Entrado ya el siglo XVII, España tenía dificultades para mantener abierto el Camino Español, casi la única vía de refuerzo de las tropas de Flandes. Si a esta circunstancia añadimos el hecho de que tras los motines los tercios conservaban plenamente su operatividad, es fácil comprender que las potencias enemigas, en especial la Francia de Richelieu y los rebeldes holandeses decidieran cambiar su Política de Aislamiento, poniendo en práctica la relajación de los controles en las fronteras y facilitando el tránsito por sus dominios a los desertores, buscando así la sangría en el ejército de Flandes.
En 1632, para reducir las deserciones en Flandes, Olivares propuso un plan que preveía guarniciones en las fronteras con Italia, España y los Países Bajos. Sin embargo, algunos consejeros de Felipe IV como Sancho de Zuñiga, opinaban que la relajación de las fronteras había sido beneficiosa para el ejército ya que de esta forma no se forzaba a las tropas descontentas y fatigadas de guerra a buscar descanso en la forma militar acostumbrada en los últimos tiempos: el motín.
Francisco Verdugo en su juventud
Pasado el verano de 1574 se amotinanaron las tropas españolas de La Haya contra su Maestre de campo Valdés. Francisco Verdugo, que en aquel tiempo era Gobernador de Harlem y principal muy respetado por los soldados, interviene en las negociaciones con los amotinados. Por su interés, reproducimos una de las cartas que les envió al Electo y al Consejo, líderes de la revuelta:
Muy magníficos señores: La de v.m. recibí en respuesta de la mía y huélgome en extremo que esos señores no estén de opinión de venir a acometer a pasar por este fuerte, y plega a Dios que así sea, porque tan mal hecha cosa no habrán hecho jamás españoles; yo he oído y visto que muchas veces se pide en semejantes negocios que les paguen, pero dejar fuertes, nunca lo he oído ni visto, ni pienso que verdaderos españoles hagan tal traición. Vuesas mercedes se acuerden que otros estando enojados han ganado fuertes a su Majestad y no perdídoseles; siento yo estas cosas como español y deseoso que nuestra honra no se acabe de perder; vuesas mercedes miren bien lo que hacen, porque les juro que hallen más dificultad en todos los pasos que si vuesas mercedes fueran turcos, y junto con la traición harán la mayor bisoñería que jamás soldados hicieron, porque con grandísimo trabajo saldrán con su intención. Nuestro Señor de a vuesas mercedes mejor consejo y guarde sus muy magníficas personas como desean.
De Haarlem a 22 de noviembre de 1574. Besa a vuesas mercedes las manos su servidor, Francisco Verdugo.
Unidad en marcha
También hay rastros de la neutralización inmediata de un motín que se estaba gestando entre las tropas de Francisco Verdugo en los prolegómenos de la Batalla de Noordhorn en 1581. Reproducimos en extracto contenido en sus memorias de la Guerra de Frisia, donde lo narra el propio Verdugo. Estando en consejo con los jefes de sus unidades:
Yo lo consulté con los capitanes y con el teniente coronel Tassis, el cual respondió que lo haría, pero que había dos capitanes de los suyos, cuyos nombres me dijo, que le eran rebeldes y de mala voluntad. Yo le dije que les diésemos de puñaladas y como él le fue a decir esto no hablaron más en ello, y aunque la mayor parte de ellos no eran de parecer de mudarse, yo por no mostrar flaqueza se lo prometí.
Parece que la simple amenaza de ir inmediatamente adonde estaban esos capitanes discolos y liarse a puñaladas con ellos calmó definitivamente los ánimos. También hay situaciones en las que Verdugo nos muestra la manera de prevenir motines cuando las tropas estaban descontentas y podía esperarse cualquier cosa de ellas. Dice Verdugo:
Les hice poner alrededor de su alojamiento algunos billetes en que les decía que hombres que no tenían sueldo no merecían ser tratados como soldados sino como ladrones, que el nombre del soldado venia del sueldo, y el que carecía de él no era soldado, que el que quisiese venir al servicio del Rey sería bien venido y el que irse a su tierra se le daría pasaporte y dinero para su camino.
Es la válvula de escape de la que hablamos más arriba. El que no esté contento, obtendrá dinero para hacer su camino y marcharse de la guarnición, con lo que finalmente el escuadron podía deshacerse de sus elementos más díscolos.
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Aunque no se trate de un motín, me pareció muy interesante la última parte del libro de Verdugo, donde dice a su superior (creo que además suegro) que si recibe sus pagas irá al destino, y si no irá a donde le conviene a su maltrecho bolsillo. Lo repite en varias ocasiones, así que no creo que le hicieran mucho caso en sus reclamaciones.
Aprovecho para felicitar a los autores por tan magnífico trabajo de recuperación histórica y comentarios del coronel Verdugo.