Nos encontramos ante un precedente directo de las Santas Ligas que organizarían España, Venecia y el Papado contra el Imperio Otomano en el Mediterráneo, aunque esta vez con la presencia, aunque testimonial, de Francia.
En el contexto de las guerras turco-venecianas, una ofensiva otomana en 1500 conquistó numerosas plazas venecianas en la costa adriática, entre ellas Corfú, y trató de cortar el estrecho de Otranto con el fin de asfixiar a la Señoría. Los venecianos pidieron ayuda y se formó una coalición entre España, Venecia, el Papado y Francia. El contingente español zarpó del puerto de Málaga e iba a las órdenes del Gran Capitán, que fondeó finalmente tras la falta de viento en Mesina con la flota española.
En el otoño comenzaron las operaciones de la costa albanesa. Se tomó Corfú y se le puso sitio a Nápoles de Romanía (actual Napflio, Grecia) y tras un sitio fallido se buscaron nuevos objetivos. Ante la falta de provisiones y el mal tiempo se decidió recuperar para Venecia la isla de Cefalonia, en cuyas ensenadas se refugiaron las flotas coaligadas. El obstáculo principal lo constituía la antigua fortaleza veneciana de San Jorge, que estaba guarnecida por una orta de jenízaros, unidad equivalente a las coronelías [posteriormente tercios y regimientos].
La fortaleza estaba en un sitio fuerte y se plantearon dificultades a la hora de emplazar la artillería. El cuartel español llevó a cabo numerosos asaltos y las minas colocadas en las murallas lograron derribar un lienzo, aunque se descubrió que los turcos habían construido detrás una contra muralla.
Las operaciones no avanzaban y contra el consejo del Gran Capitán, decidieron los venecianos probar suerte por su cuenta, pasando a realizar un ataque frontal con 2.000 soldados que no acabó en catástrofe por la oportuna llegada de los españoles, que obligaron a los jenízaros a meterse de nuevo en las murallas cuando salían de ellas a degüello tras los venecianos.
Templados los ánimos, y viniéndose los venecianos a su sitio, volvió el Gran Capitán a hacerse cargo de las operaciones. Como el invierno se echaba encima y las tropas estaban sufriendo mucho del hambre y las inclemencias, decidió que había que poner fin pronto a las operaciones en curso. Ordenó al conde Pedro Navarro cavar minas en distintos sitios de las murallas y se preparó para dar el asalto definitivo. A continuación se dirigió a sus soldados con las siguientes palabras (diciembre de 1500):
«Por cierto, señores, si después del auxilio divino no esperase en vuestro valor y esfuerzo de ser vencedor en esta jornada que tan deseada y a la mano tenemos, acordándome de vuestra sobrada virtud, por mejor tuviera que nos quedáramos en España, aunque con honra sepultada, que no haber venido aquí, en donde los venecianos han querido concurrir con nosotros en la honra, pensando, como habéis visto, que se quisieron jactar (estando sobre el fuerte de los enemigos, donde después con tanto vituperio fueron lanzados) que ellos tenían la victoria de esta empresa y así lo empezaron de publicar.
Por cierto muy mala cuenta daríamos de nosotros si ello así fuese y pasase en verdad, que una ciudad tan ruin y unos desarmados flecheros se nos amparasen tanto tiempo. ¿Por ventura no somos nosotros aquellos españoles que domamos la soberbia de los franceses echándolos con tanto vituperio de todo el reino de Nápoles y restituimos en su señorío al Rey D. Fernando, y después hemos hecho poseer aquel reino pacíficamente al Rey D. Federico, su sucesor? ¿Pues será verdad que a una gente tan experimentada y valerosa le sea preferida la veneciana con su arrogancia?
La cual ha de ser testigo y pública pregonera de nuestro esfuerzo o cobardía; si bien lo miráis mejor os será la honesta muerte que la vida muy vituperada, mayormente pues es contra infieles, donde el que pierde el cuerpo perecedero salva el alma inmortal, y el que queda vivo quedará rico de fama y joyas que éstos tienen encerradas. Pues si pensáis que este cerco puede durar mucho, advertid que estamos en tierra de enemigos y con mucha falta de vituallas, las cuales no pueden sernos proveídas sino por la mar, la cual como veis anda tan alterada que no se puede navegar ni hay esperanza de bonanza en muchos días.
Pues ¿qué os parece que será más conveniente morir de hambre sin esperanza de socorro y como cobardes o combatiendo varonilmente como acostumbráis, vencer al enemigo y perpetuar la honra y fama y ganar la plaza, la cual abunda de lo que a nosotros nos falta, que es las provisiones y dineros, y poder tomar descansado sueño, del cual los enemigos nos privan y sus continuos asaltos?
Yo os ruego, no como a soldados, sino como a hermanos, que por tales os tengo y he tenido como sabéis, que de tal manera empleéis vuestro esfuerzo, que nuestra nación siempre sea tenida en la posesión que hasta aquí y que nuestras manos sea nuestra vida y honra y provecho, porque haciéndolo imitaremos a nuestros antepasados y los venecianos conocerán la ventaja que hay entre ellos y nosotros.
Haremos el mandado de nuestro Rey, castigaremos a los soberbios mahometanos, vengaremos las injurias pasadas, ganaremos, en fin, una fuerza que será seguro puerto a los cristianos, de donde tanto bien se sigue, y pues todo lo necesario a este combate está en buena disposición, no hay para qué tantas palabras, pues os sobra el esfuerzo y ningún género de palabras lo puede acrecentar, pues vuestras obras mostrarán cada uno quién es y lo que vale y cómo merece ser galardonado según sus obras y virtud».
Viene de Grandes arengas militares (VI) – Roosevelt declara la guerra a Japón. 8 de diciembre de 1941
Después de un discurso así no hay quien se quede en la trinchera esperando.
1º no podemos ser menos que los venecianos.
2º si ganamos hay botín que necesitamos.
3º si nos quedamos como estamos morimos de hambre.
Pues todos para lante y maricón (o bujarrón el último).