Como hemos ido comentando hasta aquí, la historia de los tártaros de Crimea, en relación con los gobernantes de Rusia primero, y de la Unión Soviética después, había sido extraordinariamente conflictual. El kanato había sido una fuente de preocupación para la Rusia moderna, hasta su conquista, para posteriormente convertirse en el refugio de los últimos combatientes “blancos” de Ucrania, durante la Guerra Civil Rusa. Tras su evacuación y la llegada del gobierno leninista, los tártaros se vieron sometidos a una intensa persecución, distribuida en diversas fases y que terminó en 1941 con la llegada de la Wehrmacht. Entonces se convirtieron en perseguidores, dando una vuelta a la rueda tan injusta y cruel como la que ellos mismos habían sufrido anteriormente y, lo que es aún más triste, apoyando a unos amos que, en el fondo, también tuvieron la intención de deshacerse de ellos en el futuro.
Sin embargo, a partir de 1943 Alemania empezó a perder la guerra, los grandes proyectos de la Crimea germana empezaron a desvanecerse, y el destino de los tártaros de la península volvió a ser amenazante. El 9 de mayo de 1944 el último soldado alemán abandonó Sebastopol, dos días después, con casi toda la península de Crimea en sus manos, Stalin firmó un documento secreto, el Decreto 589ss del Comité de Defensa del Estado, parte de la cual rezaba:
“Durante la Guerra Patriótica, muchos tártaros de Crimea han traicionado a la madre patria, desertando de las unidades del Ejército rojo que defendían Crimea y alineándose con el enemigo uniéndose a los ejércitos voluntarios formados por los alemanes para combatir contra el Ejército Rojo. Como miembros de los destacamentos de castigos alemanes durante la ocupación de Crimea por las tropas fascistas, los tártaros de Crimea llamaron particularmente la atención por sus salvajes represalias contra los partisanos soviéticos, y ayudaron a los invasores alemanes a organizar violentas redadas contra ciudadanos soviéticos para ser esclavizados o exterminados en masa.
Los tártaros de Crimea han colaborado activamente con las autoridades de ocupación alemanas participando en los llamados ‘comités nacionales tártaros’ organizados por los órganos de inteligencia germanos, y han sido utilizados a menudo por los alemanes para infiltrarse en la retaguardia del Ejército rojo en calidad de espías o saboteadores. Con el apoyo de los tártaros de Crimea, los ‘comités nacionales tártaros’ cuyos puestos fundamentales estaban ocupados por emigrantes pertenecientes a la Guardia blanca, se dedicaron a perseguir y oprimir a la población no tártara de Crimea y se esforzaron en separar la península de la Unión Soviética por la fuerza, con ayuda de las tropas alemanas”.
No solo se trataba de mala literatura o de amenazas, Stalin puso al mismísimo Laurentiy Beria al cargo de las operaciones en Crimea. Para cumplir con la operación, este se personó en la región con 32 000 efectivos del NKVD. El 18 de mayo, las tropas de Beria se presentaron en los asentamientos tártaros más importantes y empezaron a reunir a la población a punta de pistola; reproduciendo escenas tan terribles y trágicas como las que habían vivido y se vivían en Alemania en aquellos mismos momentos, muchas familias tan solo dispusieron de algunos minutos para coger lo que pudieran y subir a los camiones. Mediante este proceso fueron agrupados unos 150 000 tártaros, la mayoría en las estaciones de Sinferopol y Dzhankoy, para ser deportados a Uzbekistán.
Si el destino de los civiles fue duro, hay que decir que mucho peor lo pasaron los tártaros que servían en el Ejército soviético o en los grupos de partisanos. Sin duda una acción como la que se estaba llevando a cabo en Crimea debía ser radical, si la etnia tártara debía ser deportada y eliminada como problema o diferencia, entonces también había que acabar con los combatientes fieles, aunque el destino de estos ni tan siquiera fue Uzbekistán, sino los campos de trabajo del Gulag.
El resultado es abultado. A finales de mayo habían sido reagrupados, más de 183 000 tártaros, 10 000 más lo fueron posteriormente. La idea era rusificar Crimea. Fueron pocos los que consiguieron escapar. Edige Kirimal, uno de sus líderes, tuvo la suerte de hallarse en Alemania en aquel momento y ser capturado, posteriormente, por los aliados occidentales; otros consiguieron escapar a Turquía, o al próximo Oriente. Para los que tuvieron que vivir la deportación, el Sürgün (“exilio”), el camino fue muy duro, más de 6000 perecieron en camino, otros 30 000 durante el primer año, y 109 000 más, la mitad del total de los deportados, morirían de enfermedad, hambre y maltrato durante sus 30 primeros meses en los campos del NKVD en Uzbekistán.
Una historia triste, en todas sus fases, que aún cobraría más dramatismo a mediados de julio de 1944, cuando Beria se dio cuenta de que sus tropas habían olvidado buscar en el Arabat, donde aún vivían algunos tártaros. Tras haber anunciado que su misión había sido un éxito, era imposible reconocer el error. Si los civiles habían sido deportados a Uzbekistán y los combatientes del Ejército rojo y de los partisanos habían sido enviados al Gulag, estos últimos, simplemente, fueron cargados en barcazas y ahogados en el mar de Azov.
Visto que las fuentes de estos artículos han suscitado cierto interés, aquí van algunas.
Dos obras tratan, fundamentalmente, esta cuestión:
Fischer, Alan W. (1978): The Crimean Tatars. Stanford: Hoover Institution Press
Forczyk, R. (2014): Where the Iron Crosses Grow. Oxford: Osprey Publishing.
Sobre las ideas del bolchevismo con respecto a la agricultura hay información aquí:
Swain, G. (2000): Russia’s Civil War. Charleston: Tempus.
Aquí tenemos un artículo, que debe ser leído con ciudado, del propio Edige Kirinal.