Enfrentado al traslado de las tropas del comandante Anderson desde fuerte Moultrie a fuerte Sumter, como explicábamos en la entrada anterior, y a las recriminaciones de los representantes de Carolina del Sur que se habían trasladado a Washington con ocasión de la secesión acordada por la asamblea estatal el 20 de diciembre, el presidente saliente John Buchanan había decidido consultar con su gabinete en una reunión que tuvo lugar en torno a la media mañana del 27 de diciembre de 1860.
Uno de los intervinientes en aquel encuentro fue el secretario de Guerra John B. Floyd, quien indicó que Anderson se había desplazado contraviniendo sus órdenes y con ello había violado la promesa implícita del presidente. La afirmación tenía algo de verdad, pues las órdenes iniciales de Floyd, enviadas a través del general don Carlos Buell, habían ido en esa línea; pero mucho de mentira pues Buell, una vez in situ, había ordenado a Anderson que se defendiera y conservara los fuertes, y esas instrucciones habían sido refrendadas por Floyd. En todo caso, terminó Floyd su alocución, lo que había que hacer ahora para que el presidente no perdiera su imagen de honradez era abandonar el puerto por completo. Esta postura se encontró con la oposición del fiscal general Edwin Stanton, quien habría afirmado que “un presidente de los Estados Unidos que emitiera una orden semejante sería culpable de traición”. “No es tan malo como eso, amigo mío, no tanto”, habría contestado Buchanan, pero lo cierto es que como presidente saliente se hallaba entre la espada y la pared; entre la futura toma de posesión de un sucesor mucho más dispuesto a luchar y sus propios deseos y ambigüedades con respecto a la causa secesionista.
A falta del consuelo que pudiera aportarle un gabinete dividido, Buchanan decidió que lo mejor era reflexionar en la oración, mientras en otro lugar de Washington las cosas se complicaban más todavía. Postrado en la cama con problemas intestinales y gota, el general Winfield Scott, comandante en jefe del Ejército de los Estados Unidos, había decidido intervenir en el asunto por medio de una misiva al secretario de Guerra en la que no solo lo animaba a no abandonar la posición, sino que le recomendaba el envío de 150 soldados más para reforzar la guarnición junto con uno o dos navíos armados para dar apoyo al fuerte.
El general Winfield Scott, «old fuss and feathers», comandante en jefe del Ejército estadounidense.
Rodeado de colaboradores tan díscolos, y metido en una situación que se le antojaba tan sumamente delicada, Buchanan acudió al juez Jeremiah Black, su secretario de Estado, para que dictara una respuesta, que fue redactada por Stanton. En ella se afirmaba claramente que los fuertes “pertenecen al Gobierno, son de su propiedad y no pueden ser entregados” y, en lo que a la promesa implícita del presidente se refiere, se negaba imperialmente su existencia. Reforzado, Buchanan tenía ahora que decidir qué hacer con la guarnición. En primer lugar, Black lo tenía claro, era absurdo pretender que esta se hubiera quedado en el punto menos defendible, y en cuanto a los refuerzos, su recomendación era que el presidente enviara enseguida el poderoso buque de vapor Brooklyn y la fragata Macedonian, y que a continuación se enviaran también tropas de refuerzo. “Si se hace así de inmediato, puede que a pesar de ello las cosas no vayan bien, pero al menos habrá seguridad. Si no, no puedo ver ante nosotros más que desastre y ruina para el país”.
El gabinete de Buchanan en 1859. De izquierda a derecha podemos ver a Jacob Thompson (Interior), Lewis Cass (en aquel momento secretario de Estado, que sería sustituido por Black), John B. Floyd, el propio Buchanan, Howell Cobb (Tesoro), Isaac Toucey (Marina), Joseph Holt (director general de Correos) y Jeremiah S. Black (en aquel momento fiscal general).
El 31 de diciembre, en cumplimiento de las decisiones adoptadas, el general Scott ordenó que la guarnición de fuerte Monroe, en Virginia, preparara en secreto cuatro compañías de infantería y suministros para noventa días; y mientras, en el arsenal de Norfolk, una orden secreta del secretario de Marina Isaac Toucy, ordenó aprestar a la Brooklyn con provisiones, agua y carbón. La ayuda a fuerte Sumter parecía estar en marcha. Entretanto, el presidente firmaba su respuesta a los comisionados de Carolina del Sur, en la que con respecto a la retirada de las tropas de fuerte Sumter indicaba: “No puedo hacer eso, no lo haré”.
Entonces comenzó el fatídico año de 1861.
4 cias, en un par de años hubieran sido 4 divisiones las que se hubieran preparado.
Es increible lo pequeño que era el ejército norteamericano en 1860.