Nos aproximamos al 225 aniversario de la Batalla de Karansebes, la mayor derrota autoinfligida por un ejército a sí mismo de la Historia.
Ocurrió durante la guerra Ruso-Turca de 1787-1792, donde el ejército austriaco, compuesto de 100.000 hombres, se enzarzó contra sí mismo en un enfrentamiento en el que se produjo 10.000 muertos y heridos. Esta es su historia.
El emperador José II de Austria, que era aliado de la Zarina de Rusia, se dirigió con un ejército de 100.000 hombres a la frontera turca en las proximidades de la ciudad de Karansebes, en Rumanía, con esperanzas de forzar un encuentro con las tropas turcas del Gran Visir que se dirigían a su encuentro y que se creían ya próximas al ejército austriaco.
Anochecía la tarde del 17 de septiembre de 1788. El emperador José II se durmió rápidamente en su tienda mientras en el campamento su ejército hacía preparativos para el combate. La caballería austríaca (húsares) cruzó el río para explorar la llegada del ejército turco. Pero en vez de otomanos, encontraron a un grupo de gitanos y un cargamento de licor (Schnapps).
Los soldados saludaron a este grupo de gitanos titiriteros de Valaquia comerciantes de barriles de licor. Los austriacos se miraron unos a otros, se encogieron de hombros, se rascaron los bolsillos e hicieron una porra. Mientras, en el campamento, los oficiales se preguntaban por qué tardaban tanto sus hombres. Temiendo que hubieran sido capturados, o algo peor, enviaron a otra columna a averiguar qué estaba pasando.
Cuando el segundo destacamento divisó al primer contingente de exploradores y se dispuso en formación de combate para afrontar lo posible amenaza, se encuentra a sus compatriotas de fiesta con los gitanos entre los barriles de licor. Por supuesto, ni que decir tiene, que esta segunda columna desmontó y se unió a la farándula…
Poco a poco fueron llegando también refuerzos en forma de unidades de infantería, topándose con los húsares borrachos. Viendo lo que se estaban perdiendo, solicitaron unirse a la fiesta, y así poco a poco, con la llegada de más y más soldados, las provisiones de alcohol comenzaron a evaporarse.
Infantería austríaca
Los gitanos ya no tenían más licor en sus carros, y los barriles comprados por los húsares se estaban agotando. La cosa empezó a subirse de tono entre caballería e infantería. Los jinetes bastante soplados ya, decidieron defender la poca provisión que iba quedando de los soldados que continuaban llegando y pidiendo su ración. De repente los húsares, borrachos, deciden establecer una barricada defensiva para proteger su schnapps.
Entonces estalla el conflicto, en el que empiezan a usarse incluso armas de fuego. Al otro lado del río, un muchacho oyó los disparos y se pensó lo peor: ya vienen los turcos. Mientras los infantes tiraban de espadas y mosquetes para hacer frente a los húsares, un avispado súbdito del emperador trató de engañarlos con una triquiñuela: “los turcos, los turcos”. Quizá de esta manera, los jinetes abandonaran los barriles para defender su retaguardia y así poder apoderarse de ellos los infantes.
Los húsares pensaron, borrachos y todo, que enfrentarse a una oleada de furiosos turcos no era una idea si quiera aceptable, así que abandonaron su preciado botín, saltaron como pudieron sobre sus caballos y huyeron al campamento austríaco. Los soldados de infantería que no habían estado atentos al engaño entraron en pánico al ver huir a los húsares y comenzaron también a huir desordenadamente hacia la seguridad del campamento.
Emperador José II
Pero la cosa no acaba aquí. Un coronel austriaco hizo el ademán de bloquear el paso e intentó restaurar el orden, dando instrucciones a los beodos de que se detuvieran y formaran. No dejaba de gritar Halt! Halt! Pero hay que tener en cuenta que el ejército estaba formado por unidades procedentes de todos los rincones del imperio, alemanes, austriacos, italianos, bohemios, croatas, húngaros etc, muchos de los cuales no entendían el alemán. Entonces, en mitad de toda la confusión algunos interpretaron los gritos del coronel como Alá! Alá!, lo que hizo pensar a los ebrios y asustados soldados que estaban rodeados.
A medida que se expandió la noticia producida por el error de apreciación, todo el ejército austriaco que permanecía acuartelado en el campamento, despertó con el sonido de los alaridos y disparos que sonaban en las sombras junto al río, lo que solo podía significar una cosa para estos soldados, que a diferencia de los otros, estaban sobrios: ¡Los turcos nos están atacando! Para añadir más leña al fuego, el ganado y los caballos, asustados por tanto alboroto rompieron las vallas que los guardaban y corrieron en estampida por el campamento, produciendo el sonido típico de una carga de caballería.
Un brigadier, teniendo por segura la carga turca mandó preparar los cañones, apuntar a bulto a las sombras que se aproximaban y abrir fuego…. sobre sus propios soldados. Éstos, asustados y viendo que los atacaban, devolvieron el fuego, formándose en la oscuridad del anochecer un caos de grandes proporciones. Se oía: ¡Los turcos, los turcos, sálvese quien pueda!
El emperador José II, sacado de su plácido sueño asomó fuera de su tienda, contemplando todo el jaleo. Trató de montarse en su caballo con ayuda de sus criados para huir de la turba que corría hacia él. Su guardia trató de protegerlo de los soldados, beodos y sobrios por igual, pero éstos agarraron José y lo tiraron al río. Empapado, el emperador nadó hasta la orilla y allí, calado hasta los huesos contempló como su ejército se autodestruía mientras el sol se ponía en el horizonte.
Dos días después, el Gran Visir llegó por fin al lugar donde debía enfrentarse al ejército austriaco, y donde había estado su campamento, encontrádose la sorprendente escena de 10.000 hombres muertos. Poco después, los turcos tomaban la ciudad de Karansebes. La llamada Batalla de Karansebes se conoce en la historia como la mayor derrota autoinfligida de la Historia. El emperador José II, que moriría un par de años después, mandó poner en su epitafio: “Aquí yace José II, que fracasó en todo lo que emprendió”.
En los últimos tiempos se ha venido poniendo en duda el detalle literal de estos acontecimientos, pese a estar recogidos en las obras de Geoffrey Reagan [The Brassey’s Book of Military Blunders (2000)] y de Erik Durschmied [The Hinge Factor: How Chance and Stupidity Have Changed History, Arcade Publishing (2000)]. La fuente más antigua que hemos encontrado, History of the eighteenth century and of the nineteenth till the overthrow of the French empire, with particular reference to mental cultivation and progress (1843), dice en su página 162:
El emperador acampó entre Salota y Slatina, pero esta posición se volvió pronto insostenible, y a principios del otoño (20 de septiembre) el ejército abandonó el campamneto con el propósito de establecer otra posición en Karansebes. Durante la marcha hacia allá, el ejército fue presa de un pánico inenarrable, creyendo que estaban siendo amenazados por el enemigo, se desordenaron y tomaron a sus propias tropas de las fronteras de Sclavonia por enemigos. Los regimientos se dispararon unos a otros, buscando enemigos donde en realidad no había ninguno, y todos los intentos por parte del emperador en persona para detener la refriega y poner fin a la confusión fueron en vano. […] Un relato detallado de la singular historia de esta marcha nocturna y de sus consecuencias no nos parece que deba incluirse en una historia general, pero podrá consultarse una narración completa y auténtica en el «Magazine Militar Austríaco de 1831»
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Y luego nos extrañamos de las palizas que Napoleón daba a los austriacos. Los ejércitos austriacos dejaban mucho que desear, por la mezcla de etnias y por la venalidad en la elección de los mandos.
En el S.XIX solo pudieron derrotar a ejércitos italianos, tanto los franceses como los prusianos los derrotaron. Y la sublevación húngara solo la sojuzgaron con ayuda rusa.
De esta batalla no sabia nada, y como comenta Dani, se explica en parte la gran cantidad de derrotas que sufrio el imperio en todos sos largos años.
Esta bien que en la epoca la disciplina se imponia de otra manera, pero ese ejercito se derroto a si solo, increible.
Ciertamente no sabía de este enfrentamiento -ni de ningún otro, si lo ha habido- entre soldados del mismo ejército. Visto desde la distancia en el tiempo y al margen de que pueda ser hasta curioso, la realidad es más que dramática, pues además y sobre todo de la pérdida de vidas y heridos, hay que sumar el costo y demás sumandos para dicho ejército, para los habitantes del país y para el imperio en sí.