Alhucemas es un nombre que resuena en nuestra historia militar, un momento especialmente brillante en el que, tal vez, España volvió a ser la gran potencia que antaño había sido. Ciertamente, no fue contra un enemigo europeo, y tampoco después mantendrían nuestras fuerzas armadas, por múltiples razones, el nivel alcanzado en dicha ocasión, pero no se debe olvidar que en aquella nueva jornada de África, innovamos tácticas y medios militares que seguirían estudiándose años después, en guerras muchos más grandes, que no más graves.
Aunque colonial, hay que indicar que el enemigo no era en absoluto desdeñable. Abd el-Krim a la vez que combatía a los españoles, inició el proceso de creación de un estado propio, en el Rif, que supuso un experimento inaudito en la región. Sus objetivos fueron fundamentalmente dos: por un lado, demostrar al Majzén, el poder central marroquí, que existían alternativas políticas a las existentes entonces; y por otro demostrar a las potencias coloniales, Francia y España, y tal vez también al resto del mundo occidental, que el Rif podía ser un Estado pleno.
El experimento no funcionó, en gran parte debido al estado de guerra constante contra España primero y, una vez que esta fue gravemente quebrantada en acciones como las de Annual, contra Francia también. Desde el punto de vista español, la campaña de Marruecos había sido durísima, y la vida del soldado absolutamente miserable, “Los cambios bruscos de temperatura, la escasez e impotabilidad de las aguas, la mala calidad de los alimentos, el hacinamiento de las tropas, la falta de higiene, las mojaduras, las insolaciones, las marchas y otras mil causas más, hacen de este territorio un país insano y capaz de dar al traste con la naturaleza mejor constituida”, recordaba un soldado de su estancia en Marruecos. El resultado lógico era una moral por los suelos, lo que necesariamente tenía que dificultar la ejecución de una guerra eficaz.
No solo se mejoraron las condiciones de vida y las tácticas empleadas por los soldados, sino que también se empezó a hacer un uso más efectivo y habitual de la aviación, un arma nueva que ya en 1914-18 había demostrado su utilidad. La utilidad demostrada fue, probablemente, lo que animó a convertirla en un arma independiente con respecto al ejército de tierra y la marina.
La marina fue otra de las armas fundamentales de esta contienda. Armadas con la experiencia de Gallipoli, las fuerzas navales francesas, que habían sufrido aquella terrible campaña, y las españolas, perfectamente capaces, en esta ocasión, de aprender de las desgracias ajenas, ejecutaron una operación modélica, trasladando, desembarcando y apoyando a las tropas con sus cañones hasta la creación de una cabeza de playa sostenible, desde la que partiría la ofensiva final que acabaría con Abd el-Krim.
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