OPERACIÓN GALVANIC – ATOLONES DE TARAWA Y MAKIN

Estas Navidades os recordamos la colección de E-books de Ediciones Salamina comenzando con un libro de Javier Veramendi B, una de las grandes operaciones anfibias de la Segunda Guerra Mundial: Tarawa, Operación Galvanic flanco Sur. Una obra accesible (Precio: 3,5€), de calidad y en español.

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324 páginas – 38 mapas – compendio de fotografías – Orbat

“Las sangrientas playas de Tarawa”, rezaba un titular periodístico. “La denodada defensa de Tarawa resulta ser una sorpresa, un testigo de la batalla revela: los marines llegaron riéndose, para encontrarse con una rápida muerte en vez de con una fácil conquista” publicó el New York Times.

En la misma tienda online está disponible para la descarga de manera gratuita MAKIN, el primer volumen de la Operación Galvanic.

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JAPÓN, CHINA, ESTADOS UNIDOS Y LA “GRAN GUERRA ASIÁTICA”

Escrito por Ignacio Gonzalez-Posada

He trabajado en una empresa japonesa durante 4 años,  durante este tiempo tuve la oportunidad de visitar el templo Yasukuni y su museo adyacente, que alberga los espíritus de los soldados japoneses caídos en guerras exteriores.

Allí aprendí que en la II Guerra Mundial no se llama así en Japón,  sino que se denomina «La Gran Guerra Asiática»; que el ataque a Pearl Harbor fue una trampa del presidente Roosevelt; que la derrota del Japón fue un sacrificio necesario para liberar a los pueblos de Asia y demostrar el indomable espíritu japonés al mundo… Fruto de estas experiencias escribí uno de los capítulos de mi libro «Cómo Ganar una Guerra» ,la parte dedicada a la guerra en el Pacífico. He aquí un extracto que espero que os guste, ahora que las relaciones entre China y Japón están al rojo vivo por las islas Senkaku (aunque esta vez los Estados Unidos apoyan a Japón…).

“Japón es un país asombroso que descoloca a los occidentales. Por mucho que sepamos de la cultura japonesa, nos sigue pareciendo un lugar lleno de contrastes y contradicciones. De hecho, cualquiera que haya trabajado con japoneses experimenta siempre sentimientos encontrados y, normalmente, pasa de la admiración a la estupefacción más absoluta en cuestión de minutos.

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Dickie Mountbatten y los Portaaviones de Hielo.

La segunda guerra mundial dejó algunos ejemplos muy interesantes de personajes capaces no solo de sobrevivir a sus fracasos, sino de medrar a pesar de ellos. Uno de ellos fue Lord Louis Mountbatten.

Louis Francis Albert Víctor Nicholas George Mountbatten, I conde Mountbatten de Birmania, había nacido en 1900, con el cambio de siglo, y era bisnieto de la reina Victoria. Cuando en 1917 la familia real inglesa decidió cambiar su germánico apellido: Battemberg, por el más aceptable (Alemania y el Reino Unido estaban en guerra) Windsor, él se decantó por la variante anglófona: Mountbatten. Personaje original, encantador, mujeriego, gran promotor de su persona y bastante dado al autobombo, y con el -en círculos militares- imperdonable defecto de adjudicarse los logros de los demás (ya sabemos que si la derrota es huérfana, la victoria tiene siempre muchos padres), decidió hacer carrera en la marina de guerra.

Lord Louis Mountbatten. La verdad es que como mujeriego hombre de mundo, daba el pego.

Ingresó en la Royal Navy en 1916, y vio algo de acción durante la primera guerra mundial, pero no llegaría a entrar verdaderamente en escena hasta la segunda. Poco después de comenzar esta fue puesto al mando de una flotilla de destructores, donde se distinguió en parte por la valentía con la que cumplía las misiones que se le encomendaban, y en parte por tomar riesgos innecesarios; como cuando prestando servicio en el mar del norte hizo navegar el destructor HMS Kelly a toda velocidad en medio de una tormenta, provocando que el barco estuviera a punto de ser destruido por una ola gigante. La nave sobrevivió, sin embargo, y no sería hundida hasta 1941, aún bajo su mando, prestando auxilio a las tropas británicas que estaban evacuando Creta.

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Rituales y Tradiciones Kamikaze (V) – La última carta a casa

Hoy seguiremos analizando los rituales y tradiciones de los Kamikaze previas a sus misiones. Los jóvenes pilotos que estaban a punto de morir debían despedirse.

En muchos casos habían visitado a sus familias una última vez en algún lugar en los meses precedentes a sus misiones. Todos se sentían inclinados a dejar fluir sus sentimientos escribiendo cartas a casa consolando a sus familias para que no se preocupasen, porque ellos cumplirían felizmente con su deber.

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Medalla de Honor – John Basilone

John Basilone, héroe de Guadalcanal. En una noche y con su sección de ametralladoras mantuvo a raya el ataque japonés sobre el Campo Henderson, llegando en numerosas ocasiones al combate cuerpo a cuerpo.

Nacido en Buffalo, Nueva York, el 4 de noviembre de 1916, y criado en Raritan, Nueva Jersey, John Basilone era uno de los diez hijos de un sastre italo-americano. No destacaba por ser un buen estudiante, así que decidió abandonar los estudios tras finalizar primaria. Entonces, trabajó un tiempo como caddie en el Raritan Valley Country Club hasta que cumplió 18 años.

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Rituales y Tradiciones Kamikaze (IV) – Ceremonia de Despedida y Supersticiones

Antes de partir en su último vuelo, los pilotos kamikaze participaban en una ceremonia de despedida donde se les desesaba buena suerte. También existían supersticiones como los Jippogure y otros días de la mala suerte, pero vayamos por partes.

 

Yukihisa Suzuki, un piloto kamikaze que sobrevivió a la guerra, describió el ritual: bajo el sol radiante de abril, todo el personal de la base aérea se reunió frente al hangar y esperó, cada uno en su puesto, la llegada de los miembros de los Cuerpos Especiales de Ataque. Frente a los hangares, en una larga mesa cubierta con un mantel blanco había comida para ser servida en honor de la última misión con el propósito de desearles buena suerte: numerosas botellas de sake, copas, bandejas de mojama de calamar, castañas, algas y bolas de arroz con alubias rojas….

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Rituales y Tradiciones Kamikaze (III) Los Masukotto Ningyo

Los muñecos masukotto ningyo también formaban parte de las tradiciones de los kamikaze. En ocasiones eran cosidos al uniforme del piloto o atados a su cinturón para darle buena suerte.

Llamados a menudo masukotto ningyo (mascotas) o imon ningyo (muñecos de recuerdo), eran hechos a mano por mujeres japonesas y enviados a los soldados del frente. Se creía que contenían un espíritu propio y que traerían buena suerte al piloto kamikaze. La dureza de la vida del piloto dejaban poco margen para la belleza o cualquier otra cosa que le recordara el lado bonito de la vida. Muchos de ellos los mantuvieron como

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