Es un recurso recurrente de las películas bélicas de Hollywood la escena en la que un soldado ejerce de escudo sobre una granada de mano descontrolada y se sacrifica para salvar a los demás.
Esto precisamente fue lo que sucedió en el mundo real en operaciones de combate durante la liberación de Manila el 5 de febrero de 1945, y su protagonista fue el segundo teniente (alférez) Robert M. Viale, que optó por el supremo sacrificio para salvar la vida de sus hombres y de algunos civles.
Una vez que la Fuerza Aérea estadounidense en las islas Filipinas hubo quedado gravemente disminuida en su capacidad de ataque y defensa, los japoneses empezaron a pensar en su siguiente objetivo: la flota del almirante Hart. Cavite es un nombre que tiene importantes resonancias en la historia española. La batalla naval librada cerca de dicho lugar el 1 de mayo de 1898, y la derrota de nuestra marina, supuso a la postre la pérdida de esta colonia asiática a manos de los norteamericanos; irónicamente, la destrucción de la base situada en este mismo lugar el 10 de diciembre de 1941 –ni tan siquiera cincuenta años más tarde– fue uno de los acontecimientos que llevó a los estadounidenses a abandonar, a su vez, el archipiélago.
La fecha, ya la hemos indicado, fue sin duda un día negro para los aliados en el pacífico pues, mientras el Prince of Wales y el Repulse caían y se hundían bajo un potente ataque aéreo japonés frente a las costas de Malasia, otra escuadra de aviones, igualmente poderosa, lanzaba el ataque destinado a acabar con la presencia naval aliada en las islas Filipinas, no destruyendo los barcos, como en Pearl Harbor, los atacantes eran conscientes que esto había sido en parte un error, sino las instalaciones portuarias, vitales para que estos pudieran operar.
Aquel 8 de diciembre de 1941, en Manila, Mientras Mac Arthur se desesperaba y cedía a la depresión, protegido por los buenos oficios de su jefe de Estado Mayor el general Sutherland, y el también general Brereton, jefe de las fuerzas aéreas del Ejército en filipinas trataba de conseguir la autorización necesaria para lanzar sus bombarderos contra las bases japonesas en Formosa, estos no habían permanecido ociosos.
A las 8.00 horas, el radar de Iba había detectado una escuadrilla de una treintena de aparatos nipones sobre la isla de Luzón, provocando el despegue precipitado de todos los aviones de la base de Clark, los bombarderos para evitar que fueran sorprendidos en tierra, y los cazas para tratar de interceptar a los incursores. La operación fue un batiburrillo de despegues caóticos y de aviones enviados en todas direcciones mientras los japoneses bombardeaban la base del Ejército estadounidense en Camp John Hay y el pequeño aeródromo de Tugueguarao, ambos en el norte de Luzón.
Eran las 3.30 de la mañana del día 8 de diciembre de 1941 cuando sonó el teléfono en el lujoso ático que ocupaba el último piso del hotel Manila y que servía de residencia al general Mac Arthur. Quien llamaba era el general Richard K. Sutherland, su jefe de Estado Mayor, para informarle de que Pearl Harbor había sido atacado por los japoneses. “Pearl Harbor, Pearl Harbor. ¡Se supone que es nuestra posición más fuerte!” parece que contestó el Mac Arthur con incredulidad. La confirmación llegó a las 5.30 horas desde Washington, por medio de un radiograma enviado por el general Marshall, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas estadounidenses, que decía: “HAN COMENZADO… LAS HOSTILIDADES ENTRE JAPÓN Y LOS ESTADOS UNIDOS… LLEVEN A CABO LAS MISIONES ASIGNADAS EN EL PLAN RAINBOW CINCO”. Era el plan previsto para caso de que se entrara en guerra con Japón, y entre otras cosas ordenaba que, en caso de iniciarse las hostilidades, las fuerzas aéreas debían llevar a cabo ataques contra las fuerzas e instalaciones japonesas que estuvieran a su alcance.
La fuerza aérea estadounidense en las Filipinas, sin ser apabullante era, no obstante, un adversario digno de ser tenido en cuenta. En Nicholls Field se hallaban el 17.º y 21.er Escuadrones de persecución, en Clark Field estaba el 20º de persecución y el 19.º Grupo de Bombardeo, que tenía 36 B-17 y en Ibo –donde estaba instalado el único radar del archipiélago– el 3.er Escuadrón de persecución, todos ellos en alerta desde alrededor de las 4.30; además, en del Carmen se hallaba, sin haber sido alertado, el 34.º Escuadrón de persecución.
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