Continuamos con la serie dedicada al desembarco en Playa Omaha en su 75º Aniversario.
8:10 Aunque el fotógrafo Seth Shepard no lo sabe, la LCI 92 en la que se dirigía a Omaha, ahora tan cerca de la playa que se podía oler el salitre y el humo de la pólvora, se dirige directa a una mina. El patrón, teniente Salmon, agarrado a la barandilla del puente grita por el tubo al timonel mientras lo guía a la orilla. Shepard está a su lado con el ojo pegado a la mirilla de su cámara.
Los alemanes se percatan de que los norteamericanos se están refugiando detrás del remonte del final de la playa y comienzan a emplear fuego de mortero contra ellos.
Con las explosiones de las granadas los chinarros de esa zona de la playa vuelan por los aires como si fuera metralla. La lancha en la que ha llegado Ernest Hemingway recibe órdenes de evacuar a una buena cantidad de soldados que han sido heridos cuando ha estallado una lancha de desembarco a poca distancia. La marea está subiendo y muchos espárragos de Rommel están quedando sumergidos. Los soldados tratan de retirarlas a mano, tratando desesperadamente de no tocar las minas. Pese a estar en el campo de tiro de un cañón contracarro, logran trasladar a todos los heridos a la lancha de evacuación. Hemingway se asombra al contemplar que el cañón no les tira.
Chapoteando a saltos por el agua del rompiente de Omaha llegan a la playa los infantes del 12.º Regimiento de Infantería.
Con ellos va un oficial de contrainteligencia de 25 años llamado Jerome D. Salinger [En realidad Salinger desembarca en Utah. Véase comentario de nuestro lector Marco más abajo]. Convenientemente embalado y a salvo en su mochila lleva seis capítulos de una novela que está escribiendo llamada El guardián entre el centeno. Más tarde diría que llevó el manuscrito con él como un amuleto de buena suerte que le ayudase a sobrevivir.
7:10 am: Continúa el baño de sangre en Playa Omaha. Está llegando la segunda oleada de tropas.
En un sector hay tanto humo que es difícil para los timoneles de las lanchas saber qué está sucediendo; pueden oír el estruendo de las armas de fuego pero no se imaginan que son los alemanes los principales responsables. Un oficial que se hace una idea clara de lo que sucede en su sector de playa es el teniente McNabb. Les está diciendo a los hombres de su Higgins que mantengan las cabezas agachadas para que no vean lo que sucede y se desmoralicen.
6:33am: Radio Berlín anuncia que paracaidistas aliados están cayendo en Francia, que Le Havre está siendo bombardeada y que una de sus lanchas torpederas ha hundido un destructor aliado.
Los 225 hombres del 2.º de Rangers se hallan en el punto crucial de su peligrosa misión consistente en tomar los emplazamientos artilleros de los acantilados de Pointe du Hoc en el extremo occidental de Playa Omaha. Se teme que los cañones puedan comenzar a abrir fuego sobre las tropas de Omaha o de Utah. Los Rangers han sido entrenados por comandos británicos y deben tomar los emplazamientos desde el mar, escalando la cara del acantilado. Ya han perdido 30 valiosos minutos al ser desembarcados muy lejos de su objetivo. Para iniciar la escalada usan morteros que lanzar garfios enganchados a cuerdas a lo alto del acantilado. Pero las cuerdas están empañadas con agua de mar y pesan más de lo previsto, de modo que casi todas vuelven a caer de nuevo a la playa.
En el interior de uno de los búnkeres que dominaban Playa Omaha, un sargento de infantería alemán dice: «Deben estar locos, ¿de veras van a desembarcar justo delante de nuestras bocas de fuego?
Caen las rampas de la primera lancha de desembarco. La compañía de cabeza del 116.º Regimiento (Compañía A) tiene como objetivo el barranco de Vierville. Su plan es salir de la playa en tres columnas, la primera adelantada y las otras dos barriéndolo todo a su paso a izquierda y derecha. Un diluvio de balas llega desde dos ángulos, abatiendo a los primeros hombres en la rampa, que caen hacia delante y se desvanecen en el agua. A partir de ese momento, la situación se convierte en un completo caos.
Son las 18.25 horas del 17 de septiembre de 1944. Tras haber aterrizado en Arnhem e iniciado el camino hacia el puente, dos de los batallones de la 1.ª Brigada Paracaidista, el 1.º y el 3.º, se han visto bloqueados, casi desde el primer momento, por un pequeño batallón de tropas de las SS, el Kampfgruppe Krafft, que, un poco más allá de Wolfheze ha anclado sus flancos sobre las carreteras que debían seguir dichos batallones.
Sin embargo, la jornada no ha sido fácil. Los británicos son
soldados duros, muy bien entrenados, que atacan con virulencia, y no cabe duda
que poco a poco la unidad alemana se ve cada vez más presionada y, sobre todo,
con los atacantes ya más allá de sus flancos, su jefe empieza a temer que su fuerza/
que quede copada. “Debemos retrasarlos a cualquier precio –escribirá el SS-Sturmbannführer
Krafft–, incluso a costa de sacrificarnos. Debemos dar al alto mando el tiempo
de poner en acción contramedidas eficaces con el fin de derrotar al enemigo y
levantar la presión que pesa sobre nuestro batallón, e impedir su aniquilación”.
Interesante texto, en el que el autor pasa de la defensa a ultranza a la
necesidad de evitar la destrucción de la fuerza bajo su mando.
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