A primeros de 1944, Lituania estaba a punto de sentir todo el poder de la garra nazi. El país, que ya había tenido que sufrir la ocupación soviética y, durante unos meses, había agradecido la “liberación” traída por los alemanes desde sus victorias iniciales en la invasión de la Unión Soviética, había ido sufriendo, poco a poco, cada vez más la tiranía de sus auténticos amos.
Tras la negativa del embrión de Gobierno lituano a animar a sus ciudadanos a alistarse en las SS o a unirse a los alemanes en su lucha contra el bolchevismo, lo que tuvo como resultado que solo un 20% de los llamados a filas se presentaran a la campaña de reclutamiento lanzada en 1943, los alemanes reaccionaron arrestando a los principales intelectuales del país, para mandarlos al campo de concentración de Stutthof, cerca de Danzig.