Diciembre se estaba convirtiendo en un mes muy largo en el centro de Finlandia. Mientras el Ejército Rojo desencadenaba un asalto tras otro contra las defensas finlandesas en el istmo de Carelia y en la propia Carelia oriental, y tras la ocupación de Petsamo, en el norte, una larga columna de fuerzas soviéticas se había abierto paso desde la frontera para dirigirse a Oulu, en la costa del golfo de Botnia, y partir el país en dos. Sin embargo, entre la nieve y los bosques, y sometidos a temperaturas inhumanamente bajas, los soldados de la 163.ª División de Fusileros del Ejército Rojo acabaron por detenerse en la pequeña localidad de Suomussalmi. Entonces hicieron acto de presencia los finlandeses. Acostumbrados al terreno, expertos esquiadores y muy motivados, los hombres del 27.º Regimiento se lanzaron, desde la espesura, contra los invasores, y los obligaron a agruparse en cinco posiciones, posiciones fortificadas para unos, mottis para otros. Lo que debía ser la salvación de aquellos soldados pronto se convertiría en su ruina.
La idea de los cercados era aguantar hasta la llegada de refuerzos, y no cabe duda que el avance de la 44.ª División de Fusileros, una unidad de élite, por la carretera de Raate, les dio un atisbo de esperanza. Pero bastaron dos compañías para detener a la fuerza de rescate. En medio de una naturaleza hostil, las tropas motorizadas no habían sido capaces de desplegarse. Una vez controlada la situación en la carretera, los finlandeses se dispusieron a acabar con las tropas enemigas cercadas.